Tras
la partida de Nyel a Laon, las condiciones en que quedan las seis escuelas son
muy diferentes. De La Salle
se convence de que es preciso hacer algo con urgencia. Porque ya no caen solo
bajo su manto las tres escuelas de Reims, que puede visitar en una mañana de
paseo. Las cosas se han complicado y cada día va viendo más necesario adoptar
alguna medida que haga encajar de nuevo, en lo posible, todas las piezas de la
nueva situación. La solución que poco a poco va fraguándose en la mente del
Fundador nos la describe, a su modo, el biógrafo Blain: “El Señor De La Salle , al verse al frente de
un buen número de maestros de escuela repartidos por diversas ciudades, pensó
que era conveniente formar con ellos una pequeña congregación, y prescribirles
una forma de vida uniforme”. Más que una congregación, el nombre que ya se
había adoptado en Reims, y que se generalizará en adelante, será el de
‘comunidad’, así, a secas, o con un complemento muy importante: ‘Comunidad de
las Escuelas Cristianas’[1]. Esta denominación precisa tiene su
importancia, porque indica que las escuelas que los Hermanos animan ya no son
simplemente ‘escuelas de caridad’, como las que fundaba Nyel, sino algo nuevo,
nacido de ellas, por supuesto, pero netamente distinto ya. Se trata de un
modelo que, con el tiempo, habrá de ir definiéndose más y más, pero tiene ya
una forma propia, peculiar, hasta el punto de merecer un nombre particular que,
de paso, deja de lado el anterior —sin
duda más humillante— de escuelas ‘de
caridad’.
La
manera concreta de tomar decisiones en el interior de la comunidad que va a
instaurarse a partir de ahora se convertirá en tradición en el Instituto
durante muchos años: reunir a los Hermanos directores para que debatan entre
ellos libremente los asuntos hasta llegar a un acuerdo satisfactorio para
todos. Luego, en cada comunidad, el Hermano director será el responsable de
poner en práctica las decisiones que se hayan adoptado en la reunión. El
Instituto de los Hermanos de las Escuelas Cristianas estaba definitivamente
encaminado por unas sendas que conocerán dificultades, por supuesto, pero que
lo llevarán muy lejos.
Por
tanto, si la llegada de Nyel a Reims sirvió para lanzar definitivamente el
proyecto de las escuelas cristianas, su regreso a Ruan supuso dejar
definitivamente las cosas en manos del Señor De La Salle. Blain lo expresa a su
manera, pero con mucha claridad: “El
designio de la divina Providencia era dar a nuestro joven canónigo a aquel
desconocido [Nyel], para que le sirviera de instrumento en la apertura de las
escuelas cristianas y gratuitas para los niños. Sin embargo, el Señor De La Salle no tenía ni idea de
ello, y se hubiera quedado muy sorprendido si alguien le hubiera sugerido que
el forastero que veía era enviado por Dios para encaminarle por sus designios
eternos. Por otro lado, el Señor Nyel tenía la intención de abrir escuelas
cristianas y gratuitas, pero sus previsiones no iban más lejos. No tenía ni la
más mínima sospecha de que iba a poner los cimientos de un gran edificio, y el
camino para preparar la formación de una nueva orden. Ni siquiera sé si hubiera
consentido poner su mano en tal obra, si se le hubiera mostrado el final, pues
no tenía ni inclinación ni gracia para ello. Ni siquiera era adecuado para una
obra de esta naturaleza”. Según lo interpreta Blain, Nyel solo era “el hombre
de la Providencia
para dar inicio a la obra. Cuando esta haya comenzado, el Señor Nyel, que fue
quien introdujo al Señor De La
Salle en ella, se retirará”.
A veces, la
tradición de los Hermanos ha criticado la figura de Adrián Nyel como la de un
hombre un tanto irresponsable en sus fundaciones, que saltaba de una a otra con
auténtica frivolidad, dejándolas con excesiva rapidez al albur de las
circunstancias, sin esperar a que las cosas se asentaran lo bastante y
marcharan aceptablemente bien[2].
Puede que, en parte, algo de esto fuera cierto, aunque es preciso, al mismo
tiempo, subrayar que tres de sus cuatro fundaciones sobrevivieron largos años[3];
eso sí, con la ayuda impagable de los maestros de De La Salle en los momentos
críticos. Pero no se puede negar que fuera un hombre previsor: medio año antes
de venir a Reims ya había arreglado todos los problemas que su ausencia podría
causar en Ruan: eligió al maestro que lo reemplazaría, comenzó a formarlo para
la tarea e incluso constituyó una renta para que no hubiera problemas por el
lado monetario. Y cuando llegó a Reims traía con él a un joven, futuro maestro
probablemente[4],
que con seguridad conocía bien los métodos de los maestros ruaneses; Nyel
venía, por tanto, pertrechado para comenzar inmediatamente con las escuelas.
Esa imagen
negativa de Nyel, aparte de no ser del todo fiel a la realidad, puede que sea,
asimismo, altamente injusta. Porque, de entrada, es innegable que las distintas
personalidades, prioridades y maneras de actuar de De La Salle y Nyel se
complementaron de manera muy fecunda, de modo que juntos dieron origen a una
experiencia única, exitosa y con abundantes semillas de futuro.
Además, a Adrián
Nyel no se le puede negar una generosidad evangélica fuera de lo común,
manifestada en su honda implicación en el proyecto de las escuelas para pobres,
a las que dedicó su vida entera, sin ningún ánimo de lucro, movido
exclusivamente por sus ansias apostólicas. En este sentido, podríamos
considerarlo como un representante típico de aquel movimiento de laicos devotos
que buscaban desarrollar su amor a Dios ayudando a los más pobres. Siendo laico
como era, fue capaz de orientar a todo un canónigo y doctor en teología por
unas sendas, quizás marginales desde el punto de vista de la sensibilidad
social, pero llenas de autenticidad evangélica. Nyel fue quien le enseñó a De La Salle en qué consistía una escuela
para pobres, cómo se enseñaba en ellas, cómo había que formar a sus maestros,
en qué había que fijarse para que las cosas fueran bien... El genio de De La Salle aprovechó las
enseñanzas del anciano laonés y, a partir de ellas, compensó de sobra las lagunas
que fue apreciando en su experiencia. Cuando Nyel decide regresar a Ruan, a De La Salle no le queda más
remedio que remar solo, pero sin el empujón inicial del viejo Adrián Nyel nada
de lo que después fue surgiendo hubiera sido posible. De esta forma teje sus
paños el Espíritu, de compromiso en compromiso, sin haberlo previsto así en un
primer momento, tanto para De La
Salle como para su viejo amigo Nyel.
Hermano
Josean Villalabeitia
[1] El
término ‘comunidad’, aplicado a los maestros, aparece ya en una carta autógrafa
de De La Salle redactada
en junio de 1682. En el Memorial sobre el hábito, escrito poco más de
cuatro años después de los hechos que narramos, la palabra ‘comunidad’ aparecerá
cuarenta veces, en ocho páginas, y ninguna vez ‘sociedad’ o ‘instituto’, términos
que serán habituales algo más tarde. De esas cuarenta veces, en veintitrés ocasiones
la expresión completa es ‘comunidad de las escuelas cristianas’.
[2] El
propio Blain contribuyó lo suyo a alimentar esa mala fama; no en vano calificó
a Nyel de “enemigo de la estabilidad”, añadiendo que era “semejante a los
pájaros de paso, que quieren visitar todos los lugares de la tierra sin pararse
en ninguno”; y es que Nyel “no pudo renunciar a su inclinación, que le empujaba
a todas partes, y que le hubiera hecho volar de buena gana, para abrir escuelas
en ellas, a tantas tierras como las que recorrió San Pablo para fundar
Iglesias”.
[3] Su
primer intento en Guisa fracasó a los pocos meses. También a De La Salle le falló un proyecto
con mucha rapidez: el de Château-Porcien.
[4] Este
joven se llamaba Cristóbal y tenía catorce años. Parece ser que falleció tres
años después de su llegada a Reims, cuando vivía en la comunidad de maestros
que allí dirigía De La Salle. En
este sentido, podría ser considerado, con todas las de la ley, como el primer
Hermano de La Salle.
No hay comentarios:
Publicar un comentario