martes, 19 de enero de 2016

Sin Nyel, el Instituto lasaliano echa a andar

Precursores de los Hermanos de las Escuelas Cristianas (y 24)

Tras la partida de Nyel a Laon, las condiciones en que quedan las seis escuelas son muy diferentes. De La Salle se convence de que es preciso hacer algo con urgencia. Porque ya no caen solo bajo su manto las tres escuelas de Reims, que puede visitar en una mañana de paseo. Las cosas se han complicado y cada día va viendo más necesario adoptar alguna medida que haga encajar de nuevo, en lo posible, todas las piezas de la nueva situación. La solución que poco a poco va fraguándose en la mente del Fundador nos la describe, a su modo, el biógrafo Blain: “El Señor De La Salle, al verse al frente de un buen número de maestros de escuela repartidos por diversas ciudades, pensó que era conveniente formar con ellos una pequeña congregación, y prescribirles una forma de vida uniforme”. Más que una congregación, el nombre que ya se había adoptado en Reims, y que se generalizará en adelante, será el de ‘comunidad’, así, a secas, o con un complemento muy importante: ‘Comunidad de las Escuelas Cristianas’[1]. Esta denominación precisa tiene su importancia, porque indica que las escuelas que los Hermanos animan ya no son simplemente ‘escuelas de caridad’, como las que fundaba Nyel, sino algo nuevo, nacido de ellas, por supuesto, pero netamente distinto ya. Se trata de un modelo que, con el tiempo, habrá de ir definiéndose más y más, pero tiene ya una forma propia, peculiar, hasta el punto de merecer un nombre particular que, de paso, deja de lado el anterior  —sin duda más humillante—  de escuelas ‘de caridad’.

La manera concreta de tomar decisiones en el interior de la comunidad que va a instaurarse a partir de ahora se convertirá en tradición en el Instituto durante muchos años: reunir a los Hermanos directores para que debatan entre ellos libremente los asuntos hasta llegar a un acuerdo satisfactorio para todos. Luego, en cada comunidad, el Hermano director será el responsable de poner en práctica las decisiones que se hayan adoptado en la reunión. El Instituto de los Hermanos de las Escuelas Cristianas estaba definitivamente encaminado por unas sendas que conocerán dificultades, por supuesto, pero que lo llevarán muy lejos.

Por tanto, si la llegada de Nyel a Reims sirvió para lanzar definitivamente el proyecto de las escuelas cristianas, su regreso a Ruan supuso dejar definitivamente las cosas en manos del Señor De La Salle. Blain lo expresa a su manera, pero con mucha claridad: “El designio de la divina Providencia era dar a nuestro joven canónigo a aquel desconocido [Nyel], para que le sirviera de instrumento en la apertura de las escuelas cristianas y gratuitas para los niños. Sin embargo, el Señor De La Salle no tenía ni idea de ello, y se hubiera quedado muy sorprendido si alguien le hubiera sugerido que el forastero que veía era enviado por Dios para encaminarle por sus designios eternos. Por otro lado, el Señor Nyel tenía la intención de abrir escuelas cristianas y gratuitas, pero sus previsiones no iban más lejos. No tenía ni la más mínima sospecha de que iba a poner los cimientos de un gran edificio, y el camino para preparar la formación de una nueva orden. Ni siquiera sé si hubiera consentido poner su mano en tal obra, si se le hubiera mostrado el final, pues no tenía ni inclinación ni gracia para ello. Ni siquiera era adecuado para una obra de esta naturaleza”. Según lo interpreta Blain, Nyel solo era “el hombre de la Providencia para dar inicio a la obra. Cuando esta haya comenzado, el Señor Nyel, que fue quien introdujo al Señor De La Salle en ella, se retirará”.

 A veces, la tradición de los Hermanos ha criticado la figura de Adrián Nyel como la de un hombre un tanto irresponsable en sus fundaciones, que saltaba de una a otra con auténtica frivolidad, dejándolas con excesiva rapidez al albur de las circunstancias, sin esperar a que las cosas se asentaran lo bastante y marcharan aceptablemente bien[2]. Puede que, en parte, algo de esto fuera cierto, aunque es preciso, al mismo tiempo, subrayar que tres de sus cuatro fundaciones sobrevivieron largos años[3]; eso sí, con la ayuda impagable de los maestros de De La Salle en los momentos críticos. Pero no se puede negar que fuera un hombre previsor: medio año antes de venir a Reims ya había arreglado todos los problemas que su ausencia podría causar en Ruan: eligió al maestro que lo reemplazaría, comenzó a formarlo para la tarea e incluso constituyó una renta para que no hubiera problemas por el lado monetario. Y cuando llegó a Reims traía con él a un joven, futuro maestro probablemente[4], que con seguridad conocía bien los métodos de los maestros ruaneses; Nyel venía, por tanto, pertrechado para comenzar inmediatamente con las escuelas.

Esa imagen negativa de Nyel, aparte de no ser del todo fiel a la realidad, puede que sea, asimismo, altamente injusta. Porque, de entrada, es innegable que las distintas personalidades, prioridades y maneras de actuar de De La Salle y Nyel se complementaron de manera muy fecunda, de modo que juntos dieron origen a una experiencia única, exitosa y con abundantes semillas de futuro.


 Además, a Adrián Nyel no se le puede negar una generosidad evangélica fuera de lo común, manifestada en su honda implicación en el proyecto de las escuelas para pobres, a las que dedicó su vida entera, sin ningún ánimo de lucro, movido exclusivamente por sus ansias apostólicas. En este sentido, podríamos considerarlo como un representante típico de aquel movimiento de laicos devotos que buscaban desarrollar su amor a Dios ayudando a los más pobres. Siendo laico como era, fue capaz de orientar a todo un canónigo y doctor en teología por unas sendas, quizás marginales desde el punto de vista de la sensibilidad social, pero llenas de autenticidad evangélica. Nyel fue quien le enseñó a De La Salle en qué consistía una escuela para pobres, cómo se enseñaba en ellas, cómo había que formar a sus maestros, en qué había que fijarse para que las cosas fueran bien... El genio de De La Salle aprovechó las enseñanzas del anciano laonés y, a partir de ellas, compensó de sobra las lagunas que fue apreciando en su experiencia. Cuando Nyel decide regresar a Ruan, a De La Salle no le queda más remedio que remar solo, pero sin el empujón inicial del viejo Adrián Nyel nada de lo que después fue surgiendo hubiera sido posible. De esta forma teje sus paños el Espíritu, de compromiso en compromiso, sin haberlo previsto así en un primer momento, tanto para De La Salle como para su viejo amigo Nyel.

Hermano Josean Villalabeitia



[1] El término ‘comunidad’, aplicado a los maestros, aparece ya en una carta autógrafa de De La Salle redactada en junio de 1682. En el Memorial sobre el hábito, escrito poco más de cuatro años después de los hechos que narramos, la palabra ‘comunidad’ aparecerá cuarenta veces, en ocho páginas, y ninguna vez ‘sociedad’ o ‘instituto’, términos que serán habituales algo más tarde. De esas cuarenta veces, en veintitrés ocasiones la expresión completa es ‘comunidad de las escuelas cristianas’.
[2] El propio Blain contribuyó lo suyo a alimentar esa mala fama; no en vano calificó a Nyel de “enemigo de la estabilidad”, añadiendo que era “semejante a los pájaros de paso, que quieren visitar todos los lugares de la tierra sin pararse en ninguno”; y es que Nyel “no pudo renunciar a su inclinación, que le empujaba a todas partes, y que le hubiera hecho volar de buena gana, para abrir escuelas en ellas, a tantas tierras como las que recorrió San Pablo para fundar Iglesias”.
[3] Su primer intento en Guisa fracasó a los pocos meses. También a De La Salle le falló un proyecto con mucha rapidez: el de Château-Porcien.
[4] Este joven se llamaba Cristóbal y tenía catorce años. Parece ser que falleció tres años después de su llegada a Reims, cuando vivía en la comunidad de maestros que allí dirigía De La Salle. En este sentido, podría ser considerado, con todas las de la ley, como el primer Hermano de La Salle.

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