lunes, 9 de diciembre de 2013

One La Salle

Vídeo lasaliano, de origen filipino, que nos habla de universalidad de La Salle. Lo patrocinan los exalumnos. 

Contenido, retos, emoción... ¡Bien por los antiguos alumnos lasalianos!

Para verlo pulsar AQUÍ

jueves, 5 de diciembre de 2013

Compiladores geniales

Situándonos en la historia en un momento de cierta madurez de la primitiva obra lasaliana, con el Fundador ya en sus últimos años de vida y el modelo de Escuelas Cristianas en gran medida diseñado, se podría mirar hacia atrás por el camino recorrido y apreciar unos puntos de luz incontestables que ayudaron con seguridad a los lasalianos a orientar sus pasos a la hora de las decisiones, o en los inevitables momentos de oscuridad y de duda.

Porque, si es verdad que las escuelas lasalianas de los primeros tiempos eran ejemplos claros de creatividad e innovación pedagógicas, no lo es menos que, al describir esa novedad, a veces se tiende a exagerar. Los primitivos lasalianos no inventaron demasiadas cosas en sus escuelas, pues a menudo lo que parece una novedad absoluta en la historia  —enseñanza simultánea, utilización de la lengua materna, gratuidad escolar, preparación para la vida, oficios en la escuela...—  no es sino el desarrollo de una idea que ya estaba presente  —en germen o como desarrollo somero—  en alguna experiencia anterior.

Juan Bautista De La Salle y sus primeros Hermanos, más que extraer de la nada planteamientos y modos de hacer escolares  —que alguno sí que propusieron por primera vez—, lo que con mayor frecuencia consiguen es que ideas que otros sugirieron e intentaron consolidar en el tiempo y extender en el espacio tuvieran éxito, dieran el fruto deseado y, con el paso de los años  —a veces después de bastantes decenios—  quedasen definitivamente incorporadas a la tradición indiscutida de la escuela popular.

Pero no solo eso; el cuadro estructural y la organización general de las primeras escuelas lasalianas y el comportamiento de sus maestros estaban tan bien diseñados que permitieron poner en práctica al mismo tiempo, en la misma escuela, ideas y planteamientos que tenían diferentes orígenes, a veces incluso muy lejanos entre sí. Los primeros lasalianos introducían varias novedades a la vez y, sin embargo, el cuadro general no crujía en absoluto; al contrario, funcionaba cada vez mejor.

Otras veces lo que aquellos primeros Hermanos hicieron fue desarrollar con amplitud y ambición didáctica y pedagógica propuestas que en sus predecesores estaban solo apuntadas o muy poco desarrolladas; fue con los lasalianos como aquellas ideas pudieron llegar a una primera plenitud, abierta a sucesivos desarrollos, por supuesto.

De La Salle y sus Hermanos, por consiguiente, más que originales en sus propuestas concretas, fueron extraordinariamente innovadores y creativos en sus síntesis, compiladores geniales de experiencias educativas diversas, pedagogos eclécticos y sincretistas que acertaron con el marco general en el que acomodar un montón de ideas pedagógicas, no siempre perfectamente acordes unas con otras, que, sin embargo, portaban en su interior ciertas claves fundamentales para la escuela que era preciso redimir.

La estructura final de sus desvelos escolares quedaría fijada para siempre en la Guía de las Escuelas Cristianas, minucioso reglamento de las primeras escuelas lasalianas, desarrollado y puesto a punto en sucesivas experiencias originales por un grupo de hombres vocacionados y entusiastas, que se encontraban plenamente a gusto dando vida a las páginas de esa Guía y se sentían, al mismo tiempo, muy importantes, pues estaban convencidos de que era Dios mismo quien los había enviado a trabajar a esa insospechada viña divina que eran las escuelas para pobres.

Pero, ¿de dónde pudieron tomar, en concreto, sus ideas De La Salle y sus primeros Hermanos? Yo creo que, en relación con esta cuestión trascendental, sería conveniente distinguir un origen primordial innegable, el libro de La escuela parroquial  —con la extensa y preciosa experiencia escolar que atesoraba en sus páginas—, publicado en 1654, y a continuación, en un nivel que dependería asimismo, en cierta medida, del libro citado, habría que establecer dos familias de influencias, distintas y bastante independientes entre sí seguramente, pero todas ciertas. Una sería la de Carlos Démia, lejano en la geografía pero más cercano a través de sus libros, de los que tenemos garantías que De La Salle conocía y probablemente leyó. La otra podríamos denominarla el ‘triángulo providencial Ruan-Reims-París’, considerando como figura destacada del mismo a Nicolás Barré, quizás la persona que más influyó, a todos los niveles, en la vida y obra del Señor De La Salle desde que este se lanzara a la fascinante aventura de promover escuelas y formar comunidades de maestros.

Pero a la sombra de Barré, y como instrumentos materiales más directos, habría que colocar asimismo, sin duda, a Nicolás Roland y, cómo no, a Adrián Nyel, que fueron quienes, a través de su contacto personal con el Señor De La Salle, fueron abriendo un camino que ellos mismos habían recorrido apoyados en parte en Barré, como más tarde este mismo se encargaría de desbrozar e iluminar para el fundador de los lasalianos. Roland quizás influyera más en aspectos espirituales, aunque lo escolar no le era en absoluto ajeno, mientras que Nyel tuvo probablemente más influencia en aspectos directamente relacionados con el desempeño escolar y la organización de las escuelas para pobres.

Junto a estos precursores cercanos, no debemos olvidar otros más lejanos, en el tiempo o en la geografía, que dejarían también, de alguna manera, su impronta en el campo de la educación y la pedagogía. Sin que podamos establecer siempre con precisión los caminos por los que su influencia llegó a los lasalianos primitivos, aunque solo sea por prudencia no podemos dejarlos de lado.

A todos estos precursores de los Hermanos de las Escuelas Cristianas y su obra dedicaremos los próximas entregas de nuestra serie de escritos para Inter nos. Al principio a los precursores remotos, para centrarnos más adelante en los precursores próximos.

Confiemos en que nuestros textos sean del agrado de los lectores. ¡Gracias desde ahora mismo por vuestra atención y vuestra benevolencia!

Hermano Josean Villalabeitia


jueves, 28 de noviembre de 2013

La carta de Parmenia


Es un documento nacido hacia el final de la vida del Fundador, que sirvió para resolver la crisis provocada por la retirada de Juan Bautista hacia el sureste de Francia, intentando escapar de las dificultades que asediaban a su Instituto por el norte.

El origen de toda esta peripecia histórica podría situarse hacia febrero de 1712, aunque la cosa se gestaba desde tiempo atrás. La Sociedad de las Escuelas Cristianas se halla por entonces sometida a una serie de fuertes tensiones: juicios que prometen sentencias poco favorables, eclesiásticos que tienen un ascendiente notable  –no siempre beneficioso-  sobre algunos Hermanos, división interna, críticas contra el Superior...

De La Salle se considera culpable directo de todo ello, piensa que su persona está influyendo muy negativamente sobre los acontecimientos que amenazan al Instituto, y tal vez hasta llegue a considerar que, después de más de treinta años de duros esfuerzos, sacrificios, renuncias, opciones, convencido de que Dios mismo era quien se los solicitaba, todo lo que ha emprendido y ayudado a desarrollar estaba equivocado y le hubiera resultado más provechoso dedicarse a otros menesteres. El caso es que, seguramente como vía de solución para las dificultades, decide quitarse de en medio: deja París y se va hacia el sur de Francia  -otras tierras, otros Hermanos-, dejando de hecho abandonadas en manos de los Hermanos sus responsabilidades de Superior, sobre todo en el norte del país, que es donde se situaba gran parte de las comunidades de Hermanos y, desde luego, todas las más antiguas[1].

Probablemente se ha exagerado un tanto esta huida de Juan Bautista; visitó ciertamente comunidades de Hermanos, vivió en ellas y los demás superiores de la Sociedad siempre supieron dónde localizarle. Pero sí es cierto que pretendió alejarse del núcleo del torbellino y, sobre todo, que entró en una crisis  personal  y  espiritual  impresionante.  Los  biógrafos  dicen  que  fue  el encuentro con una santa mujer, que encontró casi por casualidad en un santuario del sudeste de Francia, cuando se recuperaba de un achaque de salud, el que comenzó a despejar las tinieblas que poblaban el interior del ex canónigo remense[2]. Pero, en realidad, el punto de inflexión determinante vino a provocarlo una misiva que le dirigieron a Juan Bautista algunos Hermanos directores de la región parisina, preocupados por el cariz que estaban tomando los acontecimientos y por la cada vez más prolongada ausencia de su superior mayor.

El texto de dicha carta, escrita el día de Pascua de 1714, es el siguiente: "Señor, nuestro querido padre: Nosotros, principales Hermanos de las Escuelas Cristianas, deseando la mayor gloria de Dios y el mayor bien de la Iglesia y de nuestra Sociedad, reconocemos que es de capital importancia que vuelva a encargarse de la dirección general de la obra santa de Dios, que es también la suya, ya que plugo al Señor servirse de usted para fundarla y guiarla desde hace tanto tiempo. Todos estamos convencidos de que Dios le ha dado y le da las gracias y los talentos necesarios para gobernar bien esta nueva compañía, que es tan útil a la Iglesia; y con justicia rendimos testimonio de que usted la ha guiado siempre con gran éxito y edificación. Por todo ello, señor, le rogamos muy humildemente y le ordenamos, en nombre y de parte del Cuerpo de la Sociedad, al que usted prometió obediencia, que vuelva a asumir de inmediato el gobierno general de nuestra Sociedad[3]. En fe de lo cual lo hemos firmado. Hecho en París este primero de abril de 1714, y nos reiteramos, muy respetuosamente, señor nuestro muy querido, sus muy humildes y muy obedientes inferiores"[4].

De nuevo en un momento de profunda crisis en el Instituto, con un muy serio peligro de cisma interno, el único noviciado en horas muy bajas y algunos eclesiásticos intentando modificar las Reglas y controlar la Sociedad con el aparente beneplácito de no pocos Hermanos, la fórmula de consagración de 1694 va a aportar luz y energía suficientes para salir del túnel. Ni qué decir tiene que De La Salle no se lo pensó dos veces: hizo caso a lo que sus Hermanos le solicitaban y en poco tiempo  se  presentó  de  nuevo  en  París  para ponerse a su disposición. Se superaba de esta manera la que se considera probablemente como la crisis más grave que sufrió el Instituto en vida del Fundador[5].

Subrayemos también, de paso, que el aparente abandono en que Juan Bautista deja a los Hermanos del Norte sirve, dentro de lo malo, para que algunos Hermanos con responsabilidades de gobierno tomen la situación en sus manos, comiencen bien que mal a tomar decisiones y adquieran en poco tiempo una experiencia intensa de gobierno, que en sus puestos anteriores no tenían y sólo los momentos de dificultad conceden con acelerada rapidez. De hecho, el Hermano Bartolomé, a quien le tocó hacer de Superior en los momentos de ausencia de Juan Bautista, tuvo que actuar con tres o cuatro años de antelación casi como el Superior General que posteriormente, a partir de su elección en la asamblea de 1717, fue. Son algunos efectos positivos de la crisis, cuya importancia de cara al desarrollo de la Sociedad de las Escuelas Cristianas no se debe menospreciar.

Pero centrémonos en la carta. Los biógrafos primitivos subrayan el espíritu de obediencia de que dio muestra el Señor de La Salle accediendo a lo que solicitaban sus Hermanos[6]. Sería un tema de discusión interesante para los canonistas saber hasta qué punto tres Hermanos directores y algún Hermano más[7] podían constituirse en ‘Cuerpo’ del Instituto y dar órdenes válidas a su Superior mayor. Pero no es este el punto que nos interesa: los primeros biógrafos tienen la permanente tentación de construir una imagen ideal de la persona, convirtiéndola en un personaje, en un modelo para imitar, de hacer hagiografía, en suma; y en este suceso la obediencia se presta bien a ello. Sin embargo a nosotros, hoy en día, el escrito nos sugiere otras reflexiones.

Si nos fijamos en la evolución que se ha producido en el interior del Instituto, por ejemplo, la carta es interesante, sobre todo, porque muestra con cierta claridad hasta qué punto los Hermanos, o al menos algunos de sus responsables, habían asimilado los valores fundamentales de la Sociedad. Cuentan los biógrafos que De La Salle se sintió muy sorprendido al recibir la misiva, hasta el punto de llegar a dudar de su autenticidad: "Si no hubiera reconocido la escritura de los Hermanos que la habían firmado, habría podido sospechar de ella"[8]. No se lo podía creer, quizás porque no creía a sus humildes Hermanos capaces de dar órdenes tajantes a un sacerdote, que además era su superior. También le sorprenderían lo suyo  -gratamente, por supuesto-  las muestras de cercanía y cariño de que le hacían objeto sus Hermanos, y las alabanzas de su gestión que la carta portaba. El hecho mismo de que le llegase el mensaje, de que sus Hermanos, que él pensaba alejados de su persona y más bien hostiles, contrarios a su gestión, se acordasen de él, lo reclamasen para que volviera a París, en las circunstancias concretas en que su pseudofuga se había producido, no podía de ninguna manera dejar indiferente al Fundador, por muy frío que fuese desde el punto de vista afectivo[9].

Porque la carta es un auténtico reconocimiento por parte de los Hermanos de la importancia que la presencia de Juan Bautista al frente del Instituto tenía para el buen funcionamiento del mismo. Los autoproclamados “principales Hermanos de las Escuelas Cristianas”[10] vuelven a asociar, en un único movimiento, “la mayor gloria de Dios, el mayor bien de la Iglesia y de nuestra Sociedad”, de manera similar a como lo hacían en la profesión de 1694. Como la misma carta indica, los Hermanos están convencidos de que la obra del Fundador, es decir, el Instituto, es “la obra santa de Dios” y, en la línea de las reglas personales del Fundador, consideran que “plugo al Señor servirse de usted [Juan Bautista] para fundarla y guiarla desde hace tanto tiempo”. Los Hermanos, por tanto, están ya muy convencidos de que trabajan directamente en la obra de Dios. Es más, despliegan a la vista del Fundador el mecanismo por el que Dios implanta su obra entre los hombres: eligiendo y llamando al que hoy es su Superior desaparecido de escena, para que se encargue de poner en marcha y conducir esa obra divina. El señor De La Salle, en consecuencia, es el instrumento concreto del que “Dios se sirve”, mediante el que Dios actúa en el mundo, y las escuelas son su obra concreta.

Después de este reconocimiento, que no es tan nuevo, pues recoge, con otros términos, los mismos planteamientos de la fórmula de consagración de 1694, sí que afirman una novedad importante. Dios no solo llama y elige; da, además, las gracias necesarias para llevar adelante con éxito el ministerio encomendado. En el caso de la carta al Fundador, se dice explícitamente: “Todos estamos convencidos de que Dios le ha dado y le da las gracias y los talentos necesarios para gobernar bien esta nueva compañía, que es tan útil a la Iglesia”. Así pues, además de elegir y llamar, Dios prepara a su instrumento, de manera que, al modo de la más pura tradición bíblica, nunca pueda decir [11]. A aquel ex canónigo rico que tanto tuvo que luchar, y a tantas incomprensiones y malentendidos tuvo que hacer frente, para poder seguir adelante por el camino que Dios parecía proponerle, estas palabras tenían que llegarle directas al corazón. Porque le estaban recordando los misteriosos caminos de su consagración, en términos muy parecidos a los que él mismo utilizaba en otra época, por los días del Memorial sobre los orígenes. Todos los elementos clave de la consagración, tal como el Fundador los expresaba allá  -llamada, obra de Dios, instrumento, gracias necesarias, escuelas- estaban presentes en la carta. Era evidente que habían pasado desde él mismo, Juan Bautista, a sus Hermanos, y ahora éstos se los devolvían para suscitar en su interior una enésima conversión y hacerle cambiar de actitud. La experiencia de la consagración para las escuelas cristianas, con la coloración y matices propios de la vivencia irrepetible del Fundador, había quedado bien grabada en su Instituto, y ahora la encontraba plasmada, con todos sus ingredientes, en el escrito que sus Hermanos le hacían llegar.
  
Pero, sin duda, la carta indicaba otras cosas importantes no ya solo para la peripecia vital del señor De La Salle, sino para la de todos los Hermanos de las Escuelas Cristianas también. Porque, para empezar, dejaba claro que el espíritu fundamental del Instituto[12], que podríamos considerar resumido en la fórmula de votos, estaba calando profundamente en los Hermanos. En concreto, los Hermanos mostraban que comprendían perfectamente el sentido profundo del Instituto; se sentían un cuerpo vivo, responsable, consciente de su origen carismático y de su historia pasada, presente y futura, que, viéndose en peligro, acude a los medios de defensa que la tradición institucional pone a su alcance.

Esta es, seguramente, la razón fundamental por la que en las últimas líneas de texto se abandona el tono amable, y hasta levemente adulador por momentos, que el mensaje había tenido hasta entonces para volverse una conminación legal inapelable: “Le ordenamos, en nombre y de parte del Cuerpo de la Sociedad, al que usted prometió obediencia, que vuelva a asumir de inmediato el gobierno general de nuestra Sociedad”. Ya no hay bromas: se trata del voto hecho al Dios que lo eligió y de la promesa hecha a sus compañeros de institución. Tal vez nunca había tenido ocasión de comprobarlo, pero esta vez estaba claro que sus Hermanos comprendían perfectamente cuál era la empresa a la que Dios los había convocado, que la Sociedad de las Escuelas Cristianas disponía en su interior de los dinamismos y recursos necesarios para asegurar su existencia y el cumplimiento de sus objetivos fundamentales. Sin duda De La Salle comprendió complacido que, precisamente porque sus discípulos lo llamaron, teniendo en cuenta las razones en las que fundamentaban su llamada, su presencia al frente de la Sociedad ya no era indispensable. Los Hermanos podían perfectamente dirigirla sin él.

Y así sucedió. Porque, tras su regreso a París, las cosas ya no volvieron a ser como antes. En teoría Juan Bautista continuaba siendo el Superior, pero de hecho compartía responsabilidades con el Hermano Bartolomé, que era quien lo había sustituido al frente de la Sociedad durante la ausencia del titular. No se había tratado de nada oficial; había sido, más bien, una reacción espontánea de los Hermanos, orientada por el puesto en que De La Salle había colocado al Hermano Bartolomé: maestro de novicios de la región norte. Poco después, el domingo de Pentecostés de 1717, de acuerdo con la tradición de la Sociedad, dieciséis Hermanos directores se reunieron en San Yon (Ruán) y, en ausencia del Fundador, expresamente solicitada por él mismo, eligieron al Hermano Bartolomé como Superior General del Instituto. El resultado de la votación, para qué decirlo, no ofreció sorpresa alguna. En adelante, la tradición de los Hermanos hará una distinción histórica de roles verdaderamente significativa: si Juan Bautista De La Salle es el Padre y Fundador del Instituto, sólo el Hermano Bartolomé será considerado como el primer Superior General[13]; se entiende así que la situación de gobierno anterior a su elección como tal formaba parte de las circunstancias excepcionales propias del tiempo de fundación. Al actuar así, la Sociedad de las Escuelas Cristianas se ha mostrado escrupulosamente fiel a aquellos principios fundacionales que dejaron firmados en el acta de 1694.

                                                                 Hermano Josean Villalabeitia




[1] Descripción, detalles y análisis de todas estas cuestiones en Bédel H., Orígenes: 1651-1726, Hermanos de las Escuelas Cristianas, Roma 1998, pp. 149-155; Gallego S., San Juan Bautista De La Salle I. Biografía, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1986, pp. 471-514; Villalabeitia J., ¿Qué pasó en Parmenia?, en Unánimes 158 (2002) 5-16. Un excelente comentario de la carta, a cargo del Hermano Michel Sauvage, puede hallarse en Burkhard L. – Sauvage M., Parménie. La crise de Jean-Baptiste De La Salle et de son Institut (1712-1714) (Cahiers Lasalliens 57), Maison Saint Jean-Baptiste De La Salle, Roma 1994.
[2] Esta mujer, con fama de santidad, era conocida como ‘Sor Luisa’, y residía en la colina de Parmenia, cerca de Grenoble, en Francia. Cf. Gallego S., o. c., pp. 507-508.
[3] En la vida del Hermano Bartolomé que escribió como anexo a su biografía del Fundador,  Juan Bautista Blain indica que la carta que recibió De La Salle en Parmenia sólo le pedía que volviese a París; cf. CL 8, Abregé de la vie du frère Barthelemi..., p. 19. Esto explicaría el saludo del Fundador a su llegada a la comunidad parisina de la calle Barouillère: “Heme aquí ¿Qué desean de mí?”; Blain J.-B., Cahiers lasalliens 8 (CL 8), Maison Saint Jean-Baptiste De La Salle, Roma 1961, p. 120.
[4] La carta la transcriben los dos biógrafos primitivos del Fundador que narran estos hechos. Detalles en Gallego S., o. c., p. 512, nota 70. Descripción de la crisis y análisis interesante de la carta en Bédel H., o. c., pp. 149-159.
[5] Leyendo los últimos capítulos del tercer libro de Blain, uno tiene la sensación de que el biógrafo, amigo del Señor de La Salle, al que conoció en los últimos años de su vida, intentó obtener de él alguna valoración personal de los sucesos que concluyeron con la carta de Parmenia. Todo parece indicar, sin embargo, que Juan Bautista siempre se negó a manifestar comentarios al respecto... Cf. Blain J.-B., CL 8, pp. 121ss.
[6] Maillefer F. E., La vie de M. Jean-Baptiste De La Salle, prêtre, docteur en théologie, ancien chanoine de la cathédrale de Reims, et instituteur des Frères des Écoles Chrétiennes (Cahiers lasalliens 6), Maison Saint Jean-Baptiste De La Salle, Roma 1966, p. 227; Blain J.-B., CL 8, p. 119.
[7] "Para los biógrafos, los reunidos son los principales Hermanos de París, Versalles y San Denis; […] Entre las tres comunidades sumaban dieciocho Hermanos: los que ya habían profesado perpetuamente podrían ser de seis a diez. Ellos firmaban la carta". Gallego S., o. c., 512-513. Cf., en esas páginas, notas 71, 72 y 73.
[8] Blain J.-B., CL 8, p. 119.
[9] El Hermano Alphonse Daniel Marcel estudió los rasgos caracteriológicos de la personalidad del Fundador, tal como aparecen en sus biografías y escritos personales, llegando a la conclusión de que se trataba de un apasionado, es decir, de una persona emotiva, activa y secundaria, con una particular acentuación de este última rasgo. Por consiguiente, la aparente frialdad con la que se comportaba en público no hay que interpretarla, de ningún modo, como que Juan Bautista fuera insensible a ciertos gestos de aprecio y cariño hacia su persona; eso sí, hacía serios esfuerzos por que sus reacciones afectivas no aflorasen al exterior; cf. À l’école de Saint Jean-Baptiste De La Salle, Ligel, París 1952, pp. 41-59.
[10] Todas las referencias de los párrafos siguientes a la carta de Parmenia se pueden confrontar con el texto completo de la carta que se ofrece en las páginas 109-110.
[11] Jr 1,6.
[12] La palabra ‘Instituto’ no aparece nunca en la carta, que emplea preferentemente el término ‘Sociedad’  -una vez el de ‘compañía’-  para hablar de los Hermanos.
[13] El Hermano Bédel H lo comenta, citando al historiador del Instituto Georges Rigault; cf. o. c., p. 165.

viernes, 25 de octubre de 2013

Jóvenes que quieren ser Hermanos de La Salle

Vídeo vocacional de los Hermanos de La Salle del Distrito de Medellín (Colombia),
en el que se nos presenta el proceso de formación que siguen los jóvenes que desean ser Hermanos, junto con sus convicciones y deseos.

                    Para ver el vídeo pinchar AQUÍ

martes, 22 de octubre de 2013

A vueltas con el cuarto voto lasaliano

El cuarto voto lasaliano es, en realidad, el primero

Una de las decisiones del último Capítulo General de los Hermanos de las Escuelas Cristianas, reunido en Roma en la primavera de 2007, fue la de retocar un poco su fórmula de profesión[1], que se remonta, en gran medida, a los tiempos iniciales del Instituto, cuando Juan Bautista De La Salle, su fundador, aún vivía[2]. Dos fueron los cambios aprobados, ambos aparentemente insignificantes, pero, en el fondo, de gran calado y honda significación.

El primero de los cambios consistía en introducir tres simples palabras  –“y hago voto”–  al inicio del segundo párrafo de la fórmula, de forma que, en adelante, el nuevo profeso se comprometerá en el Instituto utilizando el texto siguiente: “Prometo y hago voto de unirme y permanecer en sociedad con los Hermanos de las Escuelas Cristianas, que se han reunido para tener juntos y por asociación las escuelas al servicio de los pobres”. De esta manera, la fórmula de consagración recuperaba parte de su enunciado original, que se había ido diluyendo por los vericuetos de la historia, bajo los impulsos de la fidelidad literal a lo que el Derecho canónico exigía. Porque, en realidad, con este cambio se estaba promoviendo el cuarto voto de los Hermanos, asimilado en este lugar de la fórmula a un voto de ‘unión y asociación para la misión’, y que en el tercer párrafo de la misma se denominará, de manera más oficial, “asociación para el servicio educativo de los pobres”. El objeto de la primera modificación de la fórmula de votos, en definitiva, no era otro que poner más de relieve el cuarto voto lasaliano.

El segundo cambio aprobado, mucho más evidente que el anterior, también tenía que ver con el cuarto voto lasaliano. Porque lo que se propuso fue que el hasta ese momento ‘cuarto’ voto lasaliano, proclamado explícitamente en el momento de la profesión a continuación de los tres votos clásicos de los religiosos  –de ahí su denominación de ‘cuarto’ voto–,  pasase a ser el que se enunciaba en primer lugar, viniendo todos los demás a continuación de él. De esta manera, el cuarto voto lasaliano pasaba a convertirse, por así decirlo, en el ‘primero’ de todos.

Con este doble movimiento, los Hermanos capitulares de 2007 mataban dos espléndidos pájaros de un solo tiro certero. Por una parte, devolvían a su fórmula de profesión el aliento original que había ido perdiendo en el discurrir de los tres siglos largos que la separaban de sus primeros balbuceos. Por la otra, los hijos de De La Salle se hacían eco, en uno de sus documentos institucionales fundamentales, de las reflexiones más significativas que la teología de la vida religiosa apostólica contemporánea propone sobre el significado del cuarto voto para la identidad de los religiosos de vida activa. El objetivo primordial del presente artículo es, precisamente, poner de manifiesto, con cierto detalle, ambas cuestiones.


El largo recorrido del cuarto voto en la fórmula lasaliana de profesión

1. El voto heroico (1691).- Desde el punto de vista histórico-documental, la primera fórmula de consagración de los Hermanos de La Salle es la del llamado ‘voto heroico’, que data de 1691[3]. El texto del voto heroico consta de cuatro párrafos, de los cuales el último tiene poco interés para nuestro estudio, ya que está destinado a recoger la fecha, el lugar de la profesión y detalles administrativos de ese estilo. Los otros tres párrafos marcarán un esquema general de la fórmula que será respetado en todas sus sucesoras, hasta el día de hoy.

Si nos fijamos en esos tres párrafos que nos interesan, apreciaremos que entre ellos existe un orden lógico, una especie de precedencia a la que conviene prestar atención. Así, el segundo párrafo comienza con las palabras “y a este fin”, es decir, que lo que sigue pretende explicitar, de alguna forma, lo que se ha presentado en las frases anteriores, que son las del primer párrafo. Así mismo, el tercer párrafo se inicia con la expresión “en vista de lo cual”, que viene a ser la conclusión práctica de lo explicado en el párrafo anterior. A partir de estos detalles redaccionales podemos suponer que el primer párrafo va a marcar con fuerza el resto de la fórmula, que se limitará a ir explicando, explicitando y extrayendo consecuencias concretas de lo expuesto al principio; el contenido preciso de cada uno de los párrafos no hace sino confirmar estas intuiciones. Así pues, los tres párrafos aparecen en un orden preciso de prioridad y así deben ser leídos: comenzando por el primero, cuyo contenido se explicita en el segundo, para concluir con el tercero. De otra forma, sin leer el primer párrafo no se podría comprender hasta el fondo las implicaciones del segundo, o se correría el riesgo de hacerlo de forma errónea. Y, por la misma lógica, no se podría interpretar correctamente el tercer párrafo sin haber leído y entendido, en su orden preciso, los dos párrafos anteriores. Pasemos, pues, a desentrañar el contenido de cada uno de los párrafos en relación con el cuarto voto lasaliano.

El primer párrafo del voto heroico se aproxima ya, de alguna manera, al cuarto voto lasaliano pues habla expresamente de la misión encomendada a los Hermanos. Tras el encabezamiento del párrafo  –y de la fórmula–, propio de cualquier voto, en expresión contextualizada a la época en que se pronunciaba, se pasa rápidamente a explicitar el compromiso que se pretende adoptar: “Nos consagramos enteramente a Vos, para procurar con todas nuestras fuerzas y con todos nuestros cuidados el establecimiento de la Sociedad de las Escuelas Cristianas, del modo que nos parezca más agradable a Vos y más ventajoso para dicha Sociedad”. No se detalla el modo concreto en que los tres Hermanos que se consagran van a dedicarse a establecer esa Sociedad de las Escuelas Cristianas cuyos primeros asociados van a ser ellos, pero sí aseguran que lo harán “con todas nuestras fuerzas”, “con todos nuestros cuidados” y “del modo que nos parezca más agradable a Vos y más ventajoso para dicha Sociedad”.

En el segundo párrafo van a concretar mucho más en qué consistirá su compromiso escolar. Veamos lo que contiene dicho párrafo y comprobemos por qué se califica este voto de ‘heroico’: “Y a este fin, yo, Juan Bautista De La Salle, sacerdote; yo, Nicolás Vuyart; y yo, Gabriel Drolin, desde ahora y para siempre, y hasta el último que sobreviva, o hasta la completa consumación del establecimiento de dicha Sociedad, hacemos voto de asociación y de unión, para procurar y mantener dicho establecimiento, sin podernos marchar, incluso si no quedáramos más que nosotros tres en dicha Sociedad, y aunque nos viéramos obligados a pedir limosna y a vivir de solo pan”. Atendiendo a las radicales condiciones de su compromiso, no se puede dudar del deseo ferviente de aquellos Hermanos de consagrarse a la obra de las escuelas para pobres, aunque lo que ahora más nos interesa quizás sea el corazón de ese párrafo: “Hacemos voto de asociación y de unión, para procurar y mantener dicho establecimiento”. Esta frase recogería la más antigua expresión del cuarto voto de los Hermanos, que, de acuerdo con la literalidad de la fórmula, sería un voto de ‘asociación y unión para animar la Sociedad de las Escuelas’.

Según se deduce de esta formulación del voto, la más antigua y venerable, como hemos comentado, podemos distinguir en él dos aspectos fundamentales, aunque estrechamente relacionados y complementarios entre sí. Por una parte estaría el objetivo final, indicado con nitidez por la preposición “para”, que no sería otro que promover,  impulsar, animar, atender, desarrollar, fortalecer, cuidar... la “Sociedad de las Escuelas Cristianas”, de la que, a partir de ese momento, los profesos constituirán los pilares fundamentales. Una preposición “para” en el segundo párrafo que nos retrotrae de inmediato a la misma preposición que, en el primer párrafo, anunciaba un contenido similar: “Para procurar con todas nuestras fuerzas y con todos nuestros cuidados el establecimiento de la Sociedad de las Escuelas Cristianas”. Se trataría, en definitiva, de la dimensión específicamente apostólica o misionera del voto.

Pero ahí no queda todo: de acuerdo con esa primigenia expresión literal del cuarto voto, resulta evidente que la misión lasaliana no puede llevarse a cabo de cualquier manera; los conceptos que en la fórmula introducen la misión  –“asociación” y “unión”–  describen con firmeza cómo ha de realizarse: unidos y asociados. Posteriores explicaciones del voto desarrollarán con mayor precisión lo que ambas características pueden significar, pero ya desde este momento queda claro que el apóstol lasaliano nunca puede actuar solo, aislado, por su cuenta. Al contrario, su labor apostólica ha de cumplirse siempre ‘en unión’ y ‘en asociación’ con otros lasalianos, que tendrán una concepción común del servicio ministerial que han de prestar. Sería, por así decirlo, la faceta comunitaria o, si se quiere, estructural, del cuarto voto lasaliano.

El voto de asociación lasaliano invita, por tanto, a comprometerse en la educación cristiana, y a hacerlo en equipos unidos, bien avenidos y coordinados; si se toma una sola de las dos facetas, sin la otra, no se estará siendo fiel a lo que el voto demanda. Con el paso del tiempo irán apareciendo nuevas formulaciones, más o menos novedosas o precisas, del voto, pero todas recogerán siempre sin discusión esta doble dimensión del compromiso lasaliano o, al menos, la sobrentenderán de alguna manera.

El tercer párrafo del voto heroico añade un compromiso insistente de unanimidad y comunidad en la adopción de decisiones que tengan que ver con la Sociedad, pero, por más que sea admirable en la manera de actuar que propone a los Hermanos venideros, no aporta nada realmente significativo al asunto que nos interesa.

2. La fórmula de consagración de 1694.- La segunda fórmula lasaliana de profesión que ha llegado hasta nosotros es muy cercana en el tiempo al voto heroico, respeta bastante el esquema y el tono general del mismo, pero presenta, al mismo tiempo, cambios significativos. Por otra parte, tiene un valor documental muy superior al del voto heroico, ya que se trata de la primera fórmula lasaliana de profesión cuyos manuscritos, de 1694, han llegado materialmente a nuestros archivos[4].

La referencia expresa que en el primer párrafo del voto heroico se hacía a la misión apostólica de los lasalianos ha desaparecido de esta segunda fórmula, que la ha reemplazado por una expresión mucho más concisa y de cariz  –aparentemente–  menos apostólico, más teologal: “Me consagro enteramente a Vos, para procurar vuestra gloria cuanto me fuere posible y Vos lo exigiereis de mí”. Aunque, si comparamos ambas fórmulas, al verificar que ambas comienzan con la misma expresión verbal  –consagrarse... para procurar...”–, utilizando esos dos verbos idénticos, aunque aplicándolos a objetos directos distintos de los del voto heroico, y vinculándolos con la misma preposición “para”, ¿no podríamos pensar que ambos objetos directos no son, en realidad, sino uno solo, idéntico, aunque descrito de dos maneras diferentes? ¿No podría ser que “procurar con todas nuestras fuerzas y con todos nuestros cuidados el establecimiento de la Sociedad de las Escuelas Cristianas, del modo que nos parezca más agradable a Vos y más ventajoso para dicha Sociedad” no fuera sino una forma más concreta de “procurar vuestra gloria cuanto me fuere posible y Vos lo exigiereis de mí”? En mi opinión, una equiparación de ese estilo sería perfectamente legítima. En tal caso, habríamos encontrado el nexo fundamental de conexión entre el compromiso en las escuelas cristianas gratuitas, núcleo primordial de la misión lasaliana, y la consagración al Dios de los pobres, a cuyo servicio se ponen los lasalianos, para que, mediante su labor escolar, el Reino de Dios llegue efectivamente a todos los hijos del Padre. De esta forma, animar las escuelas gratuitas no sería, en definitiva, sino la manera concreta en que los Hermanos de las Escuelas Cristianas procuran todos los días la gloria del Dios de los pobres, que los llama, los envía, los consagra y los salva[5].

El segundo párrafo mantiene algunos de los rasgos de radicalidad que mostraba su antecesor, aunque haya perdido cierto dramatismo, por así decirlo, en su descripción. Con todo, en lo que a nuestro tema respecta, insiste en los mismos argumentos, incorporando, además, un primer boceto de estructuración a la Sociedad de las Escuelas Cristianas: “Y a este fin, yo... prometo y hago voto de unirme y permanecer en sociedad con los Hermanos...[6] para tener juntos y por asociación las escuelas gratuitas, donde quiera que sea, incluso si para hacerlo me viere obligado a pedir limosna y a vivir de solo pan; o para cumplir en dicha Sociedad aquello a lo que fuere destinado, ya por el Cuerpo de la Sociedad[7], ya por los superiores que la gobiernen”.

En relación con el asunto que nos interesa, la clave del párrafo no sería otra que la doble expresión del cuarto voto  –bastante novedosa en la forma, aunque no en el fondo–  que aparece en él: “Prometo y hago voto de unirme y permanecer en sociedad con los Hermanos” y “Para tener juntos y por asociación las escuelas gratuitas”. Como se ve, en línea con lo que afirmaba la fórmula anterior, el voto sería literalmente de unión y asociación, en lo que algún especialista ha interpretado, en sintonía con ciertos planteamientos de nuestros días, como una invitación a ‘pensar en global  –asociación en red de las distintas comunidades lasalianas–  y actuar en local  –unión dentro de cada comunidad–’[8].

Uno de los mejores especialistas en el tema[9], al referirse a estas cuestiones, habla de ‘trascendencia encarnada’, o de ‘mística histórica’, como una de las claves fundamentales de comprensión de la consagración lasaliana. Porque si el primer párrafo de la fórmula hacía referencia explícita a la trascendencia, tras leer el segundo no nos queda ya ninguna duda para asegurar que se trata de una ‘trascendencia encarnada’, de una ‘mística histórica’, de un “procurar la gloria de Dios” que se apoya en signos muy tangibles, muy humanos, muy de carne y hueso. De esta manera se fundirían y armonizarían sin dificultad los dos aspectos fundamentales de la experiencia cotidiana del Hermano lasaliano: lo trascendente y lo histórico

Esta forma de plantear las cosas nos ayuda, por otra parte, a justificar la enorme importancia que para los lasalianos tiene el ‘espíritu de fe’, sin lugar a dudas el rasgo más peculiar y, también, más importante de la espiritualidad lasaliana. “El espíritu de este Instituto es, en primer lugar, el espíritu de fe, que debe mover a los que lo componen a no mirar nada sino con los ojos de la fe, a no hacer nada sino con la mira en Dios, y a atribuirlo todo a Dios[10], escribía Juan Bautista De La Salle en la primera Regla que compuso para sus Hermanos, en la que, a la hora de analizar la realidad, los invitaba a utilizar las gafas de Dios. Una espiritualidad empapada de espíritu de fe, junto con la atención frecuente a la presencia de Dios, dondequiera que se encontrasen, debían constituir los dos instrumentos clave para no olvidar jamás que su trabajo ministerial, por más civil y secular que pudiera parecer a miradas poco experimentadas en estas cuestiones del Espíritu, no era, en definitiva, otra cosa que una respuesta generosa a la invitación de Dios para extender su Reino en el mundo de las escuelas. Dicho de otra manera, el espíritu de fe debía ser el puente imprescindible que permite conectar esas dos orillas primordiales de cualquier planteamiento lasaliano: la gloria de Dios, su voluntad, la trascendencia, la mística, por un lado, con lo que los apóstoles lasalianos llevan todos los días entre manos en las escuelas, con los alumnos y sus padres, con los compañeros de fatigas y satisfacciones, es decir, con lo histórico y lo encarnado, por el otro. El espíritu de fe es lo que nos permite estar en ambas orillas al mismo tiempo, el que nos incorpora desde nuestros trabajos cotidianos a ese gran sueño de Dios que es su Reino, particularmente entre niños y jóvenes necesitados, en ambiente educativo; el que nos da un protagonismo tan importante en la obra de Dios; el que nos hace caer en la cuenta de que somos instrumentos de Dios, de la enorme trascendencia de las tareas que desarrollamos, aunque parezcan meramente materiales e históricas[11].

Una novedad importante de esta segunda fórmula de consagración que estamos analizando es que en su tercer párrafo se profesan tres votos muy concretos: “Por lo cual, prometo y hago voto de obediencia, tanto al Cuerpo de esta Sociedad como a los superiores. Los cuales votos, tanto de asociación como de estabilidad en dicha Sociedad y de obediencia, prometo guardar inviolablemente durante toda mi vida”. Se aprecian con claridad aquí, en efecto, tres votos  –asociación, estabilidad y obediencia–, el último de los cuales se repite en dos ocasiones: al comienzo del párrafo, acompañado de algunas consideraciones, y hacia el final del mismo. En realidad, solo el de obediencia es nuevo; los otros dos votos, de asociación y de estabilidad, aparecían ya  en el segundo párrafo[12]; explícitamente el de asociación, y de modo algo más implícito el de estabilidad. Los tres se retoman juntos hacia el final, en expresión corta, a modo de síntesis, como objeto directo de la promesa perpetua que se va a pronunciar. Tres votos, pues, pero tres votos muy diferentes de la tríada clásica de religión; porque los votos lasalianos están directamente relacionados con la misión, encaminados a que la obra de las escuelas cristianas y gratuitas, que esos Hermanos profesos impulsan, cumpla a la perfección las expectativas puestas en ella.

Y entre la tríada de votos que se profesan consta ya, expresamente nombrado, el de asociación, con lo que su aparición insinuada en el primer párrafo, y explícita y por dos veces reiterada en el segundo, se consolida definitivamente como la constante imprescindible de la consagración lasaliana, su centro vital. Y es que, al refrendar dicha fórmula, lo que el Hermano de La Salle expresa es su consagración a Dios, poniéndose al servicio generoso de las escuelas cristianas que animan los lasalianos; “y a este fin”, como expresa literalmente el texto, el neoprofeso se une a los Hermanos de su comunidad concreta, y se asocia con el resto de lasalianos que se afanan en otros lugares, para que, de esa manera, la Sociedad de las Escuelas Cristianas pueda prestar en plenitud el servicio para el que el Espíritu la suscitó.

Un texto de Juan Bautista De La Salle  –para él importante, sin duda; no en vano ha llegado a nosotros por dos caminos diferentes–  aporta luz complementaria para comprender en profundidad el significado teologal de la asociación lasaliana: “No hagáis diferencia entre los deberes propios de vuestro estado y el negocio de vuestra salvación y perfección[13]. Es decir, no rompáis vuestra vida, no la dividáis en categorías distintas y estancas, entre el trabajo escolar y otros caminos aparentemente más apropiados para asegurar vuestra santidad, vuestra salvación. Dicho de otra manera, podéis llegar a ser perfectamente santos cumpliendo los deberes de vuestro estado, que tienen que ver, sobre todo, con la escuela y con la comunidad, sin necesidad de buscar añadidos ascéticos o místicos particulares.

Pero De La Salle va aún más lejos cuando remata el consejo anterior con la conclusión siguiente: “Tened por cierto que nunca obraréis mejor vuestra salvación, ni adelantaréis tanto en la perfección, como cumpliendo bien los deberes de vuestro estado, con tal de que lo hagáis con el fin de obedecer a Dios[14]. Es decir, no solo podéis llegar a ser santos cumpliendo bien los deberes de vuestro estado, sino que, además, ese es el mejor camino  –¿el único camino?–, al menos para vosotros, que os habéis sentido llamados por Dios a participar en el proyecto de las Escuelas Cristianas. Es decir, los votos lasalianos son votos orientados directamente a la labor apostólica, es verdad; pero persiguen, en definitiva, el mismo propósito que los votos clásicos de religión: llevar a los Hermanos a la santidad. Solo que lo hacen por caminos distintos: invitándolos a ser lo más fieles que puedan a sus compromisos escolares y comunitarios[15].

            3. La fórmula de consagración de 1726.- Dando un salto histórico de treinta y dos años nos presentamos en 1726, momento histórico completamente distinto al que acompañó el nacimiento de las fórmulas que analizábamos en las líneas anteriores. Hace ahora siete años que Juan Bautista De La Salle, el ‘santo fundador’, ha fallecido y su Instituto acaba de ser oficialmente reconocido por el Papa[16]. Para obtener la aprobación pontificia, los Hermanos de La Salle se han visto obligados a aceptar los tres votos clásicos de religión, lo que les ha forzado a recomponer el esquema votal de su profesión. Todo ello queda perfectamente de manifiesto en la fórmula de consagración que recogerá la nueva Regla, publicada de 1726[17].

Si nos fijamos en los dos primeros párrafos de esta fórmula, podríamos decir que, en relación con la de 1694, apenas ha variado nada; al menos nada importante en lo que a nuestro problema se refiere. Porque es cierto que se han suprimido todos los rasgos de radicalidad presentes en ella desde sus primeras versiones  –signo evidente, quizás, de que por aquellas fechas las cosas iban bien para los lasalianos–  y se ha precisado mejor  –con un indudable toque legalista–  a quién deberá obedecer en adelante el profeso. Pero el “prometo y hago voto de unirme y permanecer en sociedad con los Hermanos de las Escuelas Cristianas, que se han asociado para tener juntos y por asociación las escuelas gratuitas”, como preciosa doble expresión del voto de asociación, continúa estando presente en el segundo párrafo, prácticamente en los mismos términos que en la fórmula anterior[18].

Donde se ha producido un cambio impresionante es en el tercer párrafo, el que especificaba, precisamente, los votos concretos de la profesión: “Por lo cual, prometo y hago voto de pobreza, castidad, obediencia, de estabilidad en dicha Sociedad y de enseñar gratuitamente, conforme a la Bula de Aprobación de nuestro santo padre Benedicto XIII, los cuales votos de estabilidad y de obediencia, tanto al Cuerpo de la Sociedad como a los Superiores del Instituto, y los de pobreza, castidad y de enseñar gratuitamente, prometo guardar inviolablemente durante toda mi vida”. Aparte de la lógica referencia novedosa a la Bula de Aprobación, es claro que los votos son ahora cinco; además, su enumeración comienza por los tres votos clásicos de religión, en el orden habitual por aquella época; como cuarto voto aparece ahora la estabilidad, y el quinto es nuevo por completo: consiste en ‘enseñar gratuitamente’. Y, como colofón de este carrusel de cambios, comprobamos que el voto de asociación ha desaparecido en su enunciado explícito, o quizás, por mejor decirlo[19], se ha transformado en voto de enseñar gratuitamente.

Es verdad que, si la asociación ya no consta como voto explícito en el tercer párrafo de la fórmula, la seguimos encontrando con sobrada nitidez en el segundo, en una formulación casi idéntica a la que se utilizaba en 1694. Recordemos, a este respecto, la interpretación que proponíamos más arriba, sobre la ordenación jerárquica de los párrafos de la fórmula: el segundo párrafo sería, en principio, imprescindible para comprender como se debe el tercero y, en consecuencia, todos los votos citados en el tercer párrafo se desprenderían del compromiso de unión y asociación proclamado en el segundo. Por otra parte, pienso que se puede sostener sin dificultad que la unión y asociación para animar las escuelas cristianas subyace con fuerza en el fondo de toda la fórmula, aunque solo aparezcan explícitamente expresadas en algunas líneas concretas de la misma. La asociación para la misión sería algo así como un escenario permanente, el medioambiente vital, en el que se desenvuelven los distintos elementos de la fórmula de consagración.

Sea como fuere, parece más que razonable asegurar que, tras la Bula de Aprobación, la tríada clásica de religión adquirió entre los Hermanos una centralidad e importancia que en los primeros tiempos del Instituto ni mucho menos tenía. Al mismo tiempo, los votos específicos de estabilidad y de enseñar gratuitamente pasaron a un segundo plano, y el corazón de la fórmula, la asociación para la misión, perdió mucha fuerza como voto explícito, aunque ciertamente quedase rondando por el texto como recuerdo de un pasado en que las cosas eran de otra manera. Podríamos, incluso, asegurar que este proceso se fue acentuando con el paso de los años hasta los tiempos del Concilio Vaticano II, en que llegaron a cuestionarse abiertamente los votos específicos del Instituto, para reducir los votos de la consagración lasaliana exclusivamente a los tres clásicos que todos los demás religiosos, en general, profesaban[20].

Con estas actuaciones, la asociación para la misión dejó de ocupar el centro de la consagración de los Hermanos, y la entrega total a Dios para implicarse en la obra de las escuelas gratuitas, tan radical en las fórmulas de 1691 y 1994, se fue diluyendo y concentrando en la mera profesión de los tres votos o, si se quiere, de los cinco votos lasalianos de 1726. Como consecuencia de todo ello, por decirlo de alguna manera, los medios sustituían al fin, la expresión concreta  –y muy variable según las circunstancias históricas–  en forma de votos reemplazaba a lo que se quería expresar con ellos: la entrega total e incondicional al Señor para lo que Él pueda mandar[21].

Sin embargo, un Hermano de las Escuelas Cristianas  –como el resto de los religiosos apostólicos–  no es alguien fundamentalmente pobre, casto y obediente, sino una persona que, ante todo, se ha entregado por completo a Dios, en respuesta a lo que el religioso cree ser la llamada de lo alto para desarrollar una misión concreta. Porque la consagración religiosa supone siempre un proceso de llamadas-respuestas que se inicia cuando y como Dios quiere, según indica claramente Juan Bautista De La Salle en el “Memorial de los orígenes[22], a partir de su propia experiencia personal. Luego, como consecuencia de esa consagración primigenia, para manifestarla de forma más precisa y cotidiana  –y también porque así lo ha decidido canónicamente la Iglesia–, el religioso se compromete a vivir pobre, casto y obediente, como se compromete a vivir en comunidad, a orar, a ser misericordioso, a entregarse a la misión, y a tantas otras cosas fundamentales para la vida religiosa que no se recogen en un voto concreto.

Lo que mantenía a los primeros Hermanos de La Salle estrechamente unidos entre sí y entusiasmados en la misión no eran sus votos  –que, por otra parte, no todos profesaban–  sino la concepción teologal profunda de su existencia, su común espiritualidad ministerial, podríamos decir, que los comprometía en la escuela y en la comunidad. Además, sus votos, cuando existían, no eran votos ascéticos, como los de las órdenes religiosas de aquel tiempo, sino votos para la misión: asociación para sostener la Sociedad de las Escuelas Cristianas, obediencia para mejor desarrollar el proyecto escolar de dicha Sociedad y estabilidad en aquella misión precisa.

Por consiguiente, en relación con lo que habían vivido desde los primeros proyectos de la fundación, los cambios de 1726 constituyeron una novedad trascendental que probablemente desvió la atención de los lasalianos del que debía ser el núcleo primordial de su consagración, recogido con claridad desde los tiempos fundacionales en el voto de asociación para impulsar juntos el proyecto de las escuelas cristianas y gratuitas.

            4. Los últimos tiempos.- El Capítulo General de renovación, reunido en dos sesiones al terminar el Concilio y clausurado a finales de 1967, decidió mantener los cinco votos lasalianos, citando los tres votos clásicos de religión en el nuevo orden usual tras al Vaticano II, es decir, con la castidad en primer lugar, y, sobre todo, cambió la denominación de los dos votos lasalianos específicos. Así, el voto de estabilidad pasó a llamarse voto de ‘fidelidad al Instituto’[23], mientras que el voto de enseñar gratuitamente[24] se convertía en voto de ‘servicio de los pobres por la educación’.

Estas modificaciones no anduvieron demasiado camino ya que el Capítulo General de 1986[25], aunque se reafirmó en mantener los cinco votos conocidos, optó por retocar de nuevo la denominación oficial y el orden de los dos votos específicos del Instituto. En consecuencia, el voto de fidelidad al Instituto volvió a ser voto de ‘estabilidad en el Instituto’, tal como había sido conocido desde los primeros tiempos de la fundación, y fue colocado en quinto lugar[26]. El voto de servicio de los pobres por la educación cambió de denominación, pasando a llamarse voto de ‘asociación para el servicio educativo de los pobres’, nombre significativo por demás. Así se definía, en consecuencia, el cuarto voto de los Hermanos. Con esta decisión se recuperaba, en una denominación muy cercana a la original, aquel voto que constituyó desde siempre el núcleo primordial de las primeras fórmulas de consagración.

Y, como indicábamos al principio de estas líneas, el último Capítulo General acaba de modificar el orden en que los votos aparecen en la fórmula de consagración, de manera que el primero en ser proclamado es ahora el antiguo cuarto voto, de asociación para el servicio educativo de los pobres, yendo a continuación los otros cuatro, primero los clásicos, en el orden posconciliar ya conocido, con la estabilidad en último lugar[27].


El cuarto voto en la vida religiosa apostólica contemporánea

La decisión del último Capítulo General de los Hermanos de las Escuelas Cristianas en relación con su fórmula de consagración es, como se ha mostrado, rigurosamente fiel a la tradición más antigua y original de su Instituto, y recupera algo muy importante que se había perdido entre los vaivenes de la historia. Pero, al mismo tiempo, esta manera de presentar las cosas, con las motivaciones de fondo que se intuyen en ella, enlaza con las inquietudes de la teología más actual de la vida religiosa, que concede mucha más importancia a la consagración en sí, que a su manifestación concreta actual que son los votos[28].

No solo eso. Las modificaciones introducidas en la fórmula de consagración se hallan también en sintonía con otra intuición capital de la teología posconciliar de la vida religiosa. Porque el llamado ‘cuarto voto’[29], es decir, para nosotros el de “asociación para el servicio educativo de los pobres”, ha adquirido una importancia trascendental en la más reciente reflexión sobre los religiosos de vida apostólica. Y es que los teólogos actuales se muestran convencidos de que el cuarto voto es la manifestación más clara del carisma fundacional de una congregación religiosa apostólica, el que recoge, por una parte, lo más específico y particular, lo realmente peculiar, lo que distingue a ese instituto religioso de todos los demás, y, por otro lado, el que le señala la misión concreta que tanto Dios como la Iglesia le encomiendan. El cuarto voto se convierte así, por tanto, en el núcleo fundamental de la experiencia completa de una congregación religiosa apostólica, la fuente de la que manan su vida concreta, sus inquietudes, sus proyectos, los criterios para la evaluación de su fidelidad, para la valoración de las nuevas metas y proyectos, el dinamismo de su renovación, de la adaptación de su carisma a los nuevos tiempos, etc.[30]

El cuarto voto imprime una orientación peculiar en la vida entera del religioso apostólico: en su oración, su vida comunitaria, su misión, su forma de gobernarse, su espiritualidad, su formación… El cuarto voto, muy en concreto, colorea de modo característico el resto de los votos, que deben ser vividos de manera perfectamente acorde con las indicaciones de ese cuarto voto. Y es que, por ejemplo, no se puede interpretar de idéntica forma la castidad de un benedictino que la de un Hermano de La Salle; o la pobreza de un franciscano y la de un jesuita; o la obediencia de este último y la de un misionero comboniano o una Hermana hospitalaria. El carisma peculiar aportará en cada caso una luz diferente para comprender su vida cotidiana. Así pues, para todo instituto apostólico el cuarto voto es muy valioso, y debe ser por ello cuidado con mimo, analizado con atención y tratado con mucha responsabilidad.

El hecho de que el cuarto voto de los Hermanos de La Salle haya pasado a ser, tras su último Capítulo General, el que primero pronuncia el religioso lasaliano cuando proclama ante todos su compromiso de consagración debe interpretarse en la línea que acabamos de comentar, es decir, que se ha colocado ahí para subrayar que ese voto tiene una relación directa con carisma fundacional de De La Salle, que es el que más y mejor caracteriza a los lasalianos, el que les indica dónde está su misión peculiar en la Iglesia y el mundo, el que da un tono particular, un sabor específicamente lasaliano, a toda la vida del Hermano: a su oración, a la fraternidad, la conversión, la entrega a la escuela y a los niños, los demás votos, la estructura y gobierno del Instituto, la formación, etc.

Alguien que no esté muy al tanto de todas estas cuestiones  –y exagerando seguramente demasiado la literalidad de la fórmula–  podría afirmar que, para un Hermano de La Salle, los votos actualmente han pasado de ser cinco en número a ser seis; porque el primero de ellos, que aparece en el segundo párrafo, es un voto de asociación y unión con los Hermanos, mientras que en el tercer párrafo hay otros cinco: un voto de asociación para el servicio educativo de los pobres, el antiguo cuarto, al que luego se añaden los otros cuatro conocidos, cuya formulación no ha cambiado. Creo que un razonamiento parecido sería demasiado forzado, ya que los dos primeros votos, los que se refieren a la asociación, son muy similares, casi idénticos. Por ello, ¿no sería, quizás, más correcto hablar de cinco votos, como siempre, aunque el de asociación se repita en dos ocasiones, con dos formulaciones diferentes? Estaría mejor, sin duda, pero continuaríamos sin llegar al meollo de la cuestión, y no comprenderíamos del todo el cambio introducido por el último Capítulo General de La Salle.

Porque, en mi opinión, atendiendo al esquema literario de la fórmula propuesta, es decir, a su división en párrafos jerarquizados, a los contenidos concretos de estos y a la explicación histórica y teológica que hemos esbozado más arriba, lo más apropiado sería hablar de un único voto fundamental, expresado en el segundo párrafo de la fórmula como desarrollo coherente de lo que se afirma en el primero. Dicho con otras palabras, el único voto esencial e imprescindible de un Hermano de las Escuelas Cristianas es “el voto de asociación y unión con los demás lasalianos… que se han reunido para tener juntos y por asociación las escuelas al servicio de los pobres… yendo a cualquier lugar donde sean enviados y para desempeñar allí la labor que se les encomiende…

Luego, como explicitación aún más concreta de este voto primigenio, ya en el tercer párrafo, vendrían los cinco votos conocidos, comenzando a enumerarlos a partir del de asociación para el servicio educativo de los pobres, para destacar el influjo que ejerce y la luz que proyecta sobre los demás compromisos. La asociación va en primer lugar no porque sea más importante que los otros cuatro votos, sino porque, de no tenerla en cuenta, correríamos el riesgo de malinterpretar los demás votos y, en consecuencia, de falsear la consagración lasaliana toda entera.

En cualquier caso, y para evitar que lo accesorio nos oculte lo fundamental, creo que el más bello resumen del contenido de la fórmula lasaliana de consagración, y también el más fiel a los datos del tiempo de la fundación que han llegado hasta nosotros, es el que introduce en ella las tres figuras claves en la vida del Hermano: Dios, los demás lasalianos y los niños. La consagración lasaliana es una consagración hecha A Dios, que llama a la misión, CON otros Hermanos, que han sentido la misma llamada e intentan responder a ella con idéntica generosidad, y PARA los niños y los jóvenes pobres, que son el horizonte que Dios nos pone en el camino de los Hermanos, la razón fundamental para poner en marcha un proceso tan complejo como el que lleva a una persona a asociarse con otros lasalianos para comprometerse en la misión del Instituto lasaliano[31].

Esas tres preposiciones  –A, CON y PARA–  son fundamentales en la consagración y en la vida del Hermano de La Salle, y si alguna de ellas falla, todo se viene abajo. Lo dice con claridad su actual Regla: “Cada Hermano se esfuerza por integrar en su persona las dimensiones constitutivas de su vocación: [que son] la consagración a Dios en cuanto religioso laico (preposición A), el ministerio apostólico de la educación, particularmente junto a los pobres (preposición PARA), y la vida comunitaria (preposición CON)”[32]. Una vida perfectamente integrada, auténticamente lasaliana, en la que intervienen, cada cual a su modo, Dios, los demás Hermanos y los niños y jóvenes, sobre todo, los más necesitados. Una vida a la que el Espíritu, hoy como ayer, continúa invitando con insistencia a todos los lasalianos.

Hermano Josean Villalabeitia, fsc


[1]Espléndida y teológicamente profunda”, al decir del Hermano John Johnston, antiguo Superior General del Instituto; Boletín del Instituto, nº 251, p. 46.
[2] Los cambios fueron oficialmente aprobada por la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica el 9 de enero de 2008, lo que se comunicó a los lasalianos, de manera oficial, en cuanto se confirmó la noticia.
[3] La conocemos por las referencias que a ella hacen las primeras biografías del Fundador. El texto que aquí seguiremos está tomado de la más conocida de ellas, publicada en 1733: “Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, postrados con profundo respeto ante vuestra infinita y adorable Majestad, nos consagramos enteramente a Vos, para procurar con todas nuestras fuerzas y con todos nuestros cuidados el establecimiento de la Sociedad de las Escuelas Cristianas, del modo que nos parezca más agradable a Vos y más ventajoso para dicha Sociedad.
Y a este fin, yo, Juan Bautista De La Salle, sacerdote; yo, Nicolás Vuyart; y yo, Gabriel Drolin, desde ahora y para siempre, y hasta el último que sobreviva, o hasta la completa consumación del establecimiento de dicha Sociedad, hacemos voto de asociación y de unión, para procurar y mantener dicho establecimiento, sin podernos marchar, incluso si no quedáramos más que nosotros tres en dicha Sociedad, y aunque nos viéramos obligados a pedir limosna y a vivir de solo pan.
En vista de lo cual, prometemos hacer unánimemente y de común acuerdo todo lo que creamos, en conciencia y sin ninguna consideración humana, que es de mayor bien para dicha Sociedad”; Las cuatro primeras biografías de san Juan Bautista De La Salle. Tomo II - Blain, Ediciones La Salle, Madrid 2010, p. 410.
[4] “Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, postrado con el más profundo respeto ante vuestra infinita y adorable Majestad, me consagro enteramente a Vos, para procurar vuestra gloria cuanto me fuere posible y Vos lo exigiereis de mí.
Y a este fin, yo... prometo y hago voto de unirme y permanecer en sociedad con los Hermanos... para tener juntos y por asociación las escuelas gratuitas, donde quiera que sea, incluso si para hacerlo me viere obligado a pedir limosna y a vivir de solo pan; o para cumplir en dicha Sociedad aquello a lo que fuere destinado, ya por el Cuerpo de la Sociedad, ya por los superiores que la gobiernen.
Por lo cual, prometo y hago voto de obediencia, tanto al Cuerpo de esta Sociedad como a los superiores. Los cuales votos, tanto de asociación como de estabilidad en dicha Sociedad y de obediencia, prometo guardar inviolablemente durante toda mi vida”; Obras completas de san Juan Bautista De La Salle, Ediciones San Pío X, Madrid 2001, FV 2, p. 101.
[5] Cf. Regla de los Hermanos de las Escuelas Cristianas (1987), 21
[6] Aquí aparecen los nombres del Hermano que se consagra, y de todos y cada uno de los Hermanos que profesaron con él ese mismo día.
[7] Esta alusión al ‘Cuerpo de la Sociedad’ como fuente de autoridad para los Hermanos de La Salle es una novedad en aquella época: no se conoce ningún texto que proponga parecido tipo de argumento o actuación. Lo más llamativo del caso es que los primeros Hermanos  –en 1714–  hicieron uso de esa prerrogativa que les ofrecía su fórmula de votos para obligar a Juan Bautista De La Salle, su fundador, a regresar a París y ponerse de nuevo al frente de la Sociedad; cf. Las cuatro primeras biografías... Tomo II - Blain…, pp. 697-736; en especial la carta de los ‘principales’ Hermanos del norte, p. 727.
[8] Versión contemporánea  –y libre–  de la interpretación del Hermano Michel sauvage. Una fuente breve y precisa de sus comentarios puede consultarse en las seis fichas lasalliana, 49, 14-D-115 a 19-D-120, Casa Generalicia La Salle, Roma, que llevan como título genérico “¿Comprender mejor la asociación lasaliana?”. Un contenido similar, del mismo autor, se encuentra en Internet: http://www.lasalle.org/wp-content/uploads/pdf/fam_lasaliana/voto_asociacion/02_es.pdf
[9] L. cit.
[10] Obras completas…, RC 2,2, p. 14; texto idéntico en ibídem, CT 11,1,2, p. 146.
[11] He aquí un mensaje trascendental, insistentemente repetido, de la obra más original de Juan Bautista De La Salle, sus Meditaciones para los días de retiro; cf. Obras completas..., MR, pp. 579-612.
[12] Como daría a entender la locución “los cuales votos”, colocada ahí de manera un tanto forzada, y hasta incoherente, ya que con anterioridad, en ese párrafo, solo se ha presentado un único voto: el de obediencia.
[13] Obras completas…, CT 16,1,4, p. 175, texto que el Señor de La Salle repite con palabras casi idénticas en ibídem, RP 3,0,3, p. 119.
[14] L. cit.
[15] La ya dilatada lista de Hermanos de las Escuelas Cristianas oficialmente santos, beatos y venerables nos estaría probando, con hechos palpables y abundantes, que la intuición de Juan Bautista De La Salle no era nada descabellada.
[16] Por la bula In apostolicae dignitatis solio, firmada por el Papa Benedicto XIII el 26 de enero de 1725.
[17]Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, postrado con el más profundo respeto ante vuestra infinita y adorable Majestad, me consagro enteramente a Vos, para procurar vuestra gloria cuanto me fuere posible y Vos lo exigiereis de mí.
Y a este fin, yo... prometo y hago voto de unirme y permanecer en sociedad con los Hermanos de las Escuelas Cristianas, que se han asociado para tener juntos y por asociación las escuelas gratuitas, donde quiera que sea enviado, o para cumplir en dicha Sociedad aquello a lo que fuere destinado, ya por el Cuerpo de la Sociedad, ya por los superiores que la gobiernan y la gobernarán.
Por lo cual, prometo y hago voto de pobreza, castidad, obediencia, de estabilidad en dicha Sociedad y de enseñar gratuitamente, conforme a la Bula de Aprobación de nuestro santo padre Benedicto XIII, los cuales votos de estabilidad y de obediencia, tanto al Cuerpo de la Sociedad como a los Superiores del Instituto, y los de pobreza, castidad y de enseñar gratuitamente, prometo guardar inviolablemente durante toda mi vida”;  Cahiers lasalliens  nº 25, Casa Generalicia La Salle, Roma 1965, p. 140.
[18] A la mención detallada de los nombres de los Hermanos con quienes el firmante de la fórmula se comprometía ha sucedido ahora el nombre oficial del Instituto: los ‘Hermanos de las Escuelas Cristianas’.
[19] Un estudio atento de los documentos del Instituto de La Salle de aquel momento avalaría sin dificultad esta interpretación, que confirmaría una tendencia que venía apuntándose en el Instituto de La Salle desde, al menos, 1717. Parece ser que la vida práctica había llevado a un desdoblamiento del voto de asociación de los Hermanos en dos consecuencias complementarias: por una parte, la asociación con el resto de los Hermanos para animar las escuelas cristianas, y, por otra, la gratuidad escolar. Con el tiempo, de estos dos efectos prácticos del voto de asociación solo permaneció explícitamente en vigor el de enseñar gratuitamente, aspecto que siempre tuvo gran importancia para los lasalianos, aun cuando no lo profesaran explícitamente como voto; cf. Cahiers Lasalliens nº 3…, pp. 7-23

[20] Sería una consecuencia negativa más de la profunda penetración que tuvo el derecho canónico en tantas instancias de la Iglesia, hasta contaminarlas por completo con su aroma legalista y casuístico; la vida religiosa tampoco se libró: “De la vida religiosa sabíamos lo que decía el derecho canónico y las constituciones. Sobre ella lo que existía eran normas, no teología. O, para precisar más, una teología moral casuística minuciosa”; Juan José de León, “La vida religiosa tras el Concilio. Recordando experiencias”, en Confer 51 (2012) 233. Sobre la tentación posconciliar de reducir los votos lasalianos a la tríada clásica, véase un análisis del contenido de las notas que muchos Hermanos enviaron a su Capítulo General de 1966 en Josean Villalabeitia, Una consagración apostólica, una vida integrada. Tomo I, Ediciones San Pío X, Madrid 2008, pp. 689-701.
[21] Esta mezcolanza poco definida entre consagración y votos no ha sido exclusiva de la institución lasaliana. De hecho, todavía hoy en algunos libros sobre vida religiosa se hace equivaler consagración y votos, o se explica que consagrarse significa lisa y llanamente profesar unos votos. A este respecto, puede resultar muy aclaratorio consultar las páginas 240-245 de Josean Villalabeitia, Consagración y audacia, Estudios Lasalianos nº 14, Hermanos de las Escuelas Cristianas, Roma 2007, con la bibliografía que en ellas se aporta.
[22] Cf. Obras completas…, MSO 6, p. 77.
[23] Que solo se emitía en el momento de la profesión perpetua; en las profesiones temporales, por tanto, los votos lasalianos pasaron a ser únicamente cuatro.
[24] En realidad, con el discurrir de los años, este voto de gratuidad se había convertido en voto de enseñar gratuitamente ‘a los pobres’. Esta coletilla final dio más de un quebradero de cabeza a los responsables del Instituto, ya que no dejaba claro si los Hermanos tenían que enseñar gratuitamente a todo el mundo, o solamente a quienes no dispusieran de recursos suficientes; cf. Bruno Alpago, El Instituto al servicio educativo de los pobres, Casa Generalicia La Salle, Roma 2000, pp. 227-260. En cualquier caso, la nueva formulación del voto vuelve a mencionar expresamente a ‘los pobres’, en lo que puede considerarse un esfuerzo de fidelidad a la tradición viva del Instituto lasaliano.
[25] Reunido tras la publicación, en 1983, del nuevo Código de Derecho Canónico, que clausuraba definitivamente la etapa de imaginativos ensayos y experiencias que se vivió en muchos institutos religiosos durante los primeros años del posconcilio.
[26] Su emisión volvió a ser obligatoria en todas las profesiones religiosas de los Hermanos de las Escuelas Cristianas, aunque fueran temporales.
[27] La última fórmula lasaliana de consagración, oficialmente aprobada en 2008, queda, pues, de la siguiente manera: “Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, postrado con el más profundo respeto ante vuestra infinita y adorable Majestad, me consagro enteramente a Vos para procurar vuestra gloria cuanto me fuere posible y lo exigiereis de mí.
Y a este fin yo... prometo y hago voto de unirme y permanecer en sociedad con los Hermanos de las Escuelas Cristianas, que se han reunido para tener juntos y por asociación las escuelas al servicio de los pobres, en cualquier lugar a que sea enviado, y para desempeñar el empleo a que fuere destinado, ya por el Cuerpo de la Sociedad, ya por los Superiores.
Por lo cual, prometo y hago voto de asociación para el servicio educativo de los pobres, castidad, pobreza, obediencia y estabilidad en el Instituto, conforme a la Bula de Aprobación y a la Regla del Instituto.”
[28]Durante mucho tiempo los tres votos han constituido el núcleo y el esquema de la teología clásica de la vida religiosa. Sin embargo, un cierto silencio ha caído sobre ellos en la teología más reciente sobre la vida religiosa. En el mejor de los casos, la referencia a los votos va acompañada con frecuencia de observaciones fuertemente críticas y de no pocos interrogantes […] Los votos no son el núcleo esencial de la vida religiosa. La esencia de toda vida cristiana es el amor”; Felicísimo Martínez, Situación actual y desafíos de la vida religiosa, Instituto Teológico de Vida Religiosa, Gasteiz-Vitoria 2004, pp. 65-73. Sin ser tan claros como este conocido especialista, otros teólogos actuales se expresan de manera similar. No sería nada difícil, por otra parte, rastrear en los documentos institucionales lasalianos del posconcilio  –ambas Reglas y Declaración sobre el Hermano en el mundo actual–  el reflejo de estas concepciones, pero no es este el lugar...
[29] Así llamado  –mientras no se le encuentre una denominación más apropiada–  porque, en teoría, es el que viene justo después de los tres votos clásicos de religión que, se sobrentiende  –o se sobrentendía–, son los primeros.
[30] Véase a este respecto, por ejemplo, Ignacio Iglesias, “Cuarto voto”, en Ángel AparicioJoan Canals (eds.), Diccionario Teológico de la Vida Consagrada, Publicaciones Claretianas, Madrid 1989, pp. 467-476, junto con toda la bibliografía especializada que el autor aporta.
[31] Lo explica con mayor amplitud el Hermano Antonio Botana en el Boletín del Instituto, nº 250, pp. 7 ss.
[32] Artículo 10.