martes, 24 de marzo de 2015

La Salle por todo el mundo

La Salle es hoy intensamente internacional. Los lasalianos se extienden por 85 países de los cinco continentes. Si concretamos un poquito las cifras, nos saldrían en la actualidad unos 4000 Hermanos, 85.000 seglares (profesores, no docentes, colaboradores varios...) y más de un millón de alumnos y alumnas. Casi nada...

A estas cifras habría que añadir los antiguos alumnos que se sienten orgullosos de haber conocido a La Salle y tratan de seguir en contacto con sus obras, los padres de familia que consideran un auténtico privilegio educar a sus hijos en centros "La Salle", y tantas personas más, de toda clase y condición, que admiran la obra de los lasalianos y se dejan guiar por las enseñanzas espirituales de su fundador, san Juan Bautista De La Salle.


En esta página web tienes información de los países donde existen comunidades y centros La Salle, reunidos en las respectivas regiones lasalianas, con nítidos mapas y la posibilidad de conocer al detalle las localidades y direcciones concretas en las que se ubican.

Este informe, por su parte, aporta las estadísticas más recientes que se han publicado (de diciembre de 2013) sobre Hermanos, comunidades, novicios, escuelas y colegios, profesores lasalianos, alumnos... Todo ello clasificado por países y regiones lasalianas. Además, al final se incluyen unos muy interesantes y agradables gráficos estadísticos para comprenderlo todo más fácilmente y mejor.

Un auténtico lujazo de información lasaliana, fácilmente asequible a todo aquel que esté interesado en ella.

lunes, 16 de marzo de 2015

La Salle en el norte de Togo (África)

  • Su presencia ronda ya el medio siglo
  • Trabaja en todos los campos de la educación escolar
  • Destaca el innovador Centro de Formación Rural de Tami
La presencia de los Hermanos de La Salle en el norte de Togo (África Occidental), más en concreto en la Diócesis de Dapaong, va camino de cumplir medio siglo ya.

Fieles al carisma de su Fundador, la actividad lasaliana se ha circunscrito a tareas de educación en diversos ámbitos. En este momento, su presencia abarca todos los campos de la educación escolar, desde la educación primaria  -de hecho, los Hermanos son los responsables de la animación pedagógica de todas las escuelas diocesanas- hasta la educación secundaria, materializada en la dirección de los Colegios "Saint-Athanase" y "La Salle", ambos en Dapaong.

Fuera de la capital, aunque no demasiado lejos de ella, los Hermanos de La Salle animan, desde su fundación, a principios de los años setenta de siglo pasado, el Centro de Formación Rural de Tami (CFRT), un proyecto muy original de formación rural, no solo en asuntos de agricultura y ganadería, sino intentando abarcar todos los aspectos de la vida campesina, en aquella región tan abandonada de los políticos, que no de Dios. De ahí el compromiso de los Hermanos y de tantos lasalianos de todo origen y condición, en el CFRT.

El siguiente vídeo, titulado "Tami, un milagro hecho realidad", cuenta lo que es el CFRT, su origen, sus objetivos y su peculiar manera de actuar. Se trata de un reportaje de gran calidad visual, lleno de imágenes sugerentes, con las opiniones de los hermanos comprometidos en su animación. Lo podéis ver AQUÍ.

Como complemento indispensable, este interesante libro sobre el CFRT.

lunes, 9 de marzo de 2015

La estrecha conexión Barré-De La Salle

Precursores de los Hermanos de las Escuelas Cristianas (15)


El Padre Barré y Juan Bautista De La Salle no se frecuentaron demasiado, es verdad, pero la huella que la espiritualidad del fraile Mínimo dejó en el canónigo remense tuvo que ser muy intensa. No lo afirmamos porque Juan Bautista lo haya consignado expresamente en algún sitio, que no es así, sino por las decisiones que De La Salle fue adoptando en adelante, y mantuvo hasta el final de su vida. De hecho, la fundación lasaliana fue la única que mantuvo los criterios de Barré hasta la muerte de su fundador; luego, como resulta inevitable, también comenzó a evolucionar... Y es que ni las dos congregaciones de maestras de Barré, ni la de Roland, admitieron vivir sin garantías financieras que asegurasen su subsistencia material, y sin patentes reales que oficializaran de alguna manera su existencia en la sociedad de la época. Los Hermanos de las Escuelas Cristianas, en cambio, sí lo hicieron, y solo comenzaron el proceso de solicitud de tales patentes tras el fallecimiento de su fundador[1].

De La Salle aplicaría a pies juntillas lo que el santo Mínimo le propuso. Por un lado, la primera invitación fue a vivir con los maestros y como ellos, a guiarlos desde dentro, siendo uno más en su fraternidad. El Padre Barré, por su condición de fraile obligado a vivir en comunidad, nunca pudo practicar en carne propia este consejo; pero De La Salle, sacerdote diocesano sin más obligación concreta que la canonjía, sí que podía hacerlo. De La Salle aplicó el consejo trayendo primero a los maestros a su casa, y yéndose más tarde a vivir con ellos en una casa alquilada.

Pero es que, además, en la propuesta del Padre Barré estaba también el que Juan Bautista renunciara a todos sus bienes, incluida “su prebenda de canónigo, para que se pudiera entregar por entero, sin división, a una obra que le reclamaba por completo, y ofrecer en su persona el modelo de una renuncia total y de un abandono perfecto”, según indica Blain; es más: Barré pensaba que “no atraería la gracia sobre los suyos sino cuando les hubiera dado ese ejemplo”. Además, esos ingentes bienes a los que se le invitaba a renunciar, no debía utilizarlos para garantizar la existencia de los Hermanos de las Escuelas Cristianas, cuya institución estaba a punto de nacer en aquellos precisos momentos. Asegurar la existencia material de una criatura tan frágil era lo que la prudencia más elemental reclamaba, pero el santo Mínimo invitaba a De La Salle a confiar en que su obra nacía por voluntad de la Providencia y, como consecuencia, en buena lógica espiritual, a ella le tocaba otorgar a la fundación lasaliana un futuro luminoso: “Un hombre que no quería más fondos para las Escuelas Cristianas que la divina Providencia, no podía aprobar dedicar los bienes a la fundación de las escuelas. Pensaba que, de todo tipo de fondo, el mejor y más seguro era el abandono a los cuidados del Padre celestial, y que las Escuelas Cristianas se arruinarían si las dotaba de fondos”.


De La Salle nos ha dejado testimonio explícito de cuánto le costó cumplir todas y cada una de las indicaciones del Padre Barré[2], pero, de hecho, las puso en práctica sin tardar demasiado. Y aquí se puede, quizás, descubrir una de las claves del éxito de la fundación de la comunidad lasaliana de maestros, en la que Barré, como tantos otros, había fracasado hasta en dos ocasiones: el que los maestros lasalianos tuvieran desde el principio a alguien de elevada categoría espiritual que vivía como ellos y era uno de ellos, pero que, no obstante, tenía la formación y el criterio suficientes como para orientarlos de cerca con acierto por el camino de la vida interior y el compromiso apostólico escolar.

Ciertamente De La Salle fue un destacado discípulo del Padre Barré, en el ámbito espiritual y en el escolar. Pero, en concreto, ¿qué tomó de él, aparte de su ejemplo y sus consejos? Difícil de responder con detalle...

De fundar escuelas y surtirlas de maestros, De La Salle pasa rápidamente a reunirlos en comunidad e intentar organizar un poco su vida de oración y su cualificación profesional. Y al poco de comenzar a vivir con los maestros, por otra parte, De La Salle materializa su idea de constituir un seminario de maestros para las escuelas rurales. ¿De dónde le llegaron a De La Salle estas ideas, tan peculiares en aquellas fechas?

Porque eran ideas de las que Juan Bautista estaba muy convencido; el marco comunitario para los maestros lo fue apuntalando con cuidado durante toda su vida, y el seminario para maestros rurales constituyó un proyecto que, como a Barré, nunca terminó de resultarle bien, aunque Juan Bautista insistió en su fundación en varias ocasiones a lo largo de su existencia. Así las cosas, nada tendría de extraño suponer que, a la hora de pensar soluciones e imaginar actuaciones concretas, De La Salle se inspiró, de manera más o menos lejana, en cuanto había hecho, o intentado hacer, Nicolás Barré con sus maestras y maestros. Y a partir de una idea inicial iría, más tarde, delineando su propio camino, por supuesto.

Como hemos indicado más arriba, a Rigault no le quedan dudas a este respecto, hasta llegar a colocar un reconocimiento explícito de los hechos en boca del propio Juan Bautista. Lo que no dice el historiador lasaliano es de dónde extrae una convicción tan firme, aunque, ciertamente, la coherencia de toda la historia no está en absoluto reñida con constataciones de ese estilo.

Hermano Josean Villalabeitia





[1] En realidad a De La Salle le pasó, al menos en parte, lo mismo que a su consejero espiritual. Porque a la muerte del Padre Barré, los responsables de los Mínimos que se hicieron cargo de las maestras de Ruan y París pudieron, al fin, asegurar el sostenimiento financiero de tales instituciones por el que tanto suspiraban, y solicitaron su reconocimiento oficial. A ambas decisiones se había opuesto expresamente Barré en vida, suscitando una agria polémica en el interior de su Orden. De La Salle tuvo que conocer, sin duda, esas decisiones y, sin embargo, no cambió de ruta. En este criterio él sí que se mantuvo fiel a los criterios de su maestro Barré. Roland, por su parte, nunca siguió en este asunto al Padre Barré, su inspirador. De hecho, desde un principio decidió poner su fortuna personal al servicio de la fundación de las Hermanas del Niño Jesús y, antes de morir, encomendó a su amigo De La Salle las gestiones para obtener la patente real para sus Hermanas, cuyas primeras gestiones Roland había ya iniciado personalmente cerca de sus amigos poderosos.
[2] Es el llamado Memorial de los orígenes. En él también se recogen los razonamientos que nuestro canónigo remense se planteó ante la posibilidad de abandonar su canonjía para dedicarse a las escuelas; desde el punto de vista meramente intelectual, esto parece que lo tuvo más claro casi desde el principio.

lunes, 2 de marzo de 2015

¡Oh, buen Jesús!

Una poesía lasaliana de autor controvertido




















Las estrofas del “¡Oh, buen Jesús!” han sido entonadas durante muchos años por el pueblo fiel de habla hispana, pues fue un canto muy popular y muy extendido por nuestras iglesias españolas y latinoamericanas. Seguro que, aún hoy, se sigue interpretando de vez en cuando en más de una.

Según se afirma en distintos lugares desde hace mucho tiempo, el autor de la letra de tan bello himno sería el santo Hermano Miguel Febres Cordero, aunque las opiniones no se muestran del todo unánimes a la hora de atribuirle su autoría. ¿Qué podemos decir?

La hermosa poesía “Actos para antes de la comunión”, título original de la letra del mencionado canto, es de origen indiscutiblemente lasaliano, aunque su atribución al Hermano Miguel pueda ponerse razonablemente en cuestión. Al menos su autoría no debería sostenerse de modo tan terminante como propone el bello libro “Cartas y poesías del Hermano Miguel”, que los Hermanos del Ecuador publicaron con ocasión del centenario de la muerte del Santo Hermano[1].

De hecho, distintos indicios y testimonios muy sólidos de algunos conocidos suyos atribuyen la autoría del poema al Hermano Valeriano León, también conocido como Hermano Valeriano Benildo[2] (Juan Sáez Montalbo), nacido en 1879 en Tarancón (Cuenca)  -que, como hijo insigne del pueblo, le ha dedicado recientemente una calle, del mismo modo que hicieran algunos años antes en Jerez-  y fallecido en Griñón, en 1958. El Hermano Valeriano León fue durante veinte años catequista en el noviciado de Bujedo, donde también él mismo se había formado, cuando el monasterio premostratense acababa apenas de pasar a manos de los hijos de De La Salle. Nuestro Hermano dirigió asimismo, en su momento, la Editorial Bruño, en Madrid, y una comunidad de Hermanos estudiantes en Zaragoza, a más de su larga presencia en Jerez, entre otros destinos. También se encargó, durante bastante tiempo, de llevar adelante las causas de beatificación de los Hermanos mártires del antiguo Distrito de Madrid. De la afición y buen hacer literarios del Hermano Valeriano, además de sus poesías[3], habla la cuarentena de cuentos catequísticos que llegó a publicar en la revista “Vida y luz”. A veces firmó sus obras mediante seudónimos, como “León” o “Noel”.

La “Colección de cánticos sagrados” en español, de la que el poema “Actos para antes de la comunión” forma parte desde sus orígenes, fue reunida hacia 1904 por el Hermano belga Bethervien Léon (1862-1943), que al parecer puso también música a bastantes de ellos. El libro recogía un amplio abanico de canciones piadosas: no pocas de ellas nacidas del genio poético y musical de distintos Hermanos; otras procedían de autores de fuera del Instituto y el resto eran, más que nada, cantos tradicionales y latinos, casi siempre de autor desconocido.

A causa de los criterios para publicar sus obras que han utilizado los Hermanos de La Salle hasta bien entrado el siglo XX, no sabemos quiénes fueron los Hermanos que compusieron esos cánticos lasalianos, pues todas sus obras han llegado a nosotros de forma completamente anónima; no así otras, que sí indican con claridad el nombre de su autor o autores, como hemos comentado más arriba. Sí que se podrían especificar algunos nombres de Hermanos que participaron en los trabajos de composición del libro, aunque sin poder precisar casi nada de sus aportaciones concretas. Es el caso de los tres Hermanos que se citan en el presente artículo.

Por ejemplo, en la edición de 1913 del libro “Colección de cánticos religiosos” todos los cantos lasalianos van firmados por “H*”, asterisco incluido. En la de 1941  –con nihil obstat de 1930–  el canto “Actos para antes de la comunión”[4] aparece firmado dos veces por “H. E. C.”: una debajo del título, al que seguirá la partitura, y la otra al final del texto escrito, sin música, que sigue a los pentagramas iniciales. Al principio de esta última edición[5] se puede leer lo siguiente: “Hay en la Colección más de sesenta composiciones musicales completamente inéditas y expresamente compuestas para ser en ella publicadas. Otro tanto decimos de no pocas de las literarias, que son la mayor parte de las firmadas  por H. E. C.” No hace falta ser demasiado imaginativo para suponer que tras esas iniciales podría esconderse la expresión “Hermanos de las Escuelas Cristianas”, sin afinar más la identidad del autor. En ediciones posteriores del mismo libro se verán cantos firmados por “H. E. C.”, u otras iniciales comenzadas por “H.” o “H*”, además de cantos latinos o tradicionales, y de otros autores, letra y música, que se citan con la inicial de su nombre y apellido completo, además de indicar si es presbítero o de una congregación religiosa particular. La composición de “Actos para después de la comunión”, en concreto, se atribuirá siempre a “H. E. C.”, sin que en ningún lugar de las obras se explique cómo han de interpretarse todos esos signos y letras. Por otra parte, en el libro “Devocionario de la juventud, seguido de una colección de cantos”, publicado por Bruño en 1931, aparece asimismo nuestro canto con el título “Para antes de la comunión”, firmado por “H. E. C”[6]. En definitiva, a partir de las indicaciones de las publicaciones donde fue editado, nada podemos saber sobre la identidad del autor de la letra del canto.

A este respecto, es conocido que al propio Hermano Miguel se le asignó alguna vez el seudónimo “G. M. Bruño”, presunto autor permanente, durante mucho tiempo, de todos los libros lasalianos en español. En realidad, como es bien sabido, dicho seudónimo escondía el nombre, adaptado libremente a la fonética española, del Hermano  Gabriel Marie Brunhes, gran matemático y Superior General del Instituto cuando echaron a andar las primeras publicaciones escolares lasalianas en España. De hecho, los Hermanos decidieron en 1909 que, a partir de esa fecha, todos sus libros llevasen como razón social común “G. M. Bruño”, aunque todavía faltasen varios años para que la Editorial Bruño quedara oficialmente constituida como tal. Para los no enterados, sin embargo, de acuerdo con el número ingente de sus publicaciones  -y según el chascarrillo bien conocido en ámbitos lasalianos-,  el tal G. M. Bruño no podía menos que ser un escritor extraordinariamente prolífico...

No ha llegado a nosotros ninguna copia manuscrita o mecanografiada del poema “Actos para antes de la comunión”, previa o posterior a su publicación en “Cánticos religiosos”, que lleve la firma de ninguno de los dos Hermanos en cuestión. Tampoco disponemos de otras fuentes escritas de la época que confirmen nada, en uno u otro sentido. De ahí el interés de los testimonios personales, en los que se basa tanto el citado libro de los Hermanos ecuatorianos para atribuírsela al Hermano Miguel como nosotros, aquí mismo, para apuntar que su autoría podría corresponder al Hermano Valeriano León. Pero a partir de estos testimonios contradictorios, y sin más datos concluyentes, nada se puede deducir de forma demasiado definitiva. Sin pretender suscitar controversias estériles, y mucho menos hirientes, quede sencillamente constancia de esas dudas en la autoría del poema, nada gratuitas por otra parte...

Lo mejor de todo tal vez sea que “¡Oh, buen Jesús!” es un texto indiscutiblemente lasaliano, como, incluso, su división en actos y el tenor de los mismos estarían sugiriendo. En línea con los escritos de nuestro santo Padre y Fundador, podría añadirse que se trata de un canto que ha tocado el corazón[7] del pueblo cristiano durante varias generaciones, y a buen seguro que lo ha hecho con fruto generoso. ¡Gracias sean dadas al Dios del cielo que reparte estos dones entre sus hijos y se sirve de ellos para extender y fortalecer la fe cristiana por el mundo!


Hermano Josean Villalabeitia




[1] Hermanos Guillermo Pérez Pazmiño y Edwin Arteaga Tobón, Cartas y poesías del Hermano Miguel, Hermanos de las Escuelas Cristianas, Quito 2011; cf. páginas 314-315. Los Hermanos ecuatorianos acaban de publicar una segunda edición, “aumentada y corregida”, en 2014.
[2] El Hermano Valeriano resultó curado de manera milagrosa por mediación del Hermano Benildo. De hecho, este hecho fue oficialmente reconocido como milagro para la beatificación del Santo Hermano. Por este motivo, el Hermano Valeriano solicitó y obtuvo de sus superiores el que se reemplazase su segundo nombre en el Instituto por el de Benildo. Por ello, si al principio se llamaba Hermano Valeriano León, a partir de 1931 aproximadamente comenzó a conocérsele como Hermano Valeriano Benildo.
[3] Hasta 114 poemas y letras de canciones habría escrito el Hermano Valeriano León, según testimonio de un Hermano que conoce bien su obra.
[4] Canto número 83, pp. 116-117.
[5] Página 7.
[6] Se trata del canto número 12, de una selección de 32, no todos tomados de la “Colección de cánticos sagrados”, ya conocida para aquel momento; cf. pp 316-317. Es de señalar que en las ediciones de 1904 y 1908 de citado devocionario lasaliano no aparece nuestro canto.
[7] Cf. Meditaciones para los domingos, MD 43,3,2.



Actos para antes de la comunión

Acto de fe

¡Oh buen Jesús! Yo creo firmemente
que por mi bien estás en el altar,
que das tu cuerpo y sangre juntamente
al alma fiel en celestial manjar.

Acto de humildad

Indigno soy, confieso avergonzado,
de recibir la santa comunión;
Jesús, que ves mi nada y mi pecado,
prepara tú mi pobre corazón.
 
Acto de contrición

Pequé, Señor: ingrato te he ofendido;
infiel te fui, confieso mi maldad.
Contrito ya, perdón, Señor, te pido;
eres mi Dios, apelo a tu bondad.

Acto de esperanza

Espero en ti, piadoso Jesús mío;
oigo tu voz, que dice: «Ven a mí».
Porque eres fiel, por eso en ti confío;
todo, Señor, espérolo de Ti.

Acto de amor

¡Oh buen Jesús, amable y fino amante!
Mi corazón se abrasa en santo ardor;
si te olvidé, hoy juro que, constante,
he de vivir tan solo de tu amor.

Acto de deseo

Dulce maná y celestial comida,
gozo y salud del que te come bien,
ven sin tardar, mi Dios, mi luz, mi vida;