domingo, 10 de enero de 2016

Siervas Lasalianas de Jesús, de Haití

El entusiasmo de la fundación
La Providencia tiene estas cosas, que te sorprende y te enseña cuando menos lo piensas. Fue mi caso, recientemente. Porque la misión me llevó, casi por sorpresa, a Haití, donde esperaba encontrarme y trabajar, como siempre, con Hermanos de La Salle, profesores y profesoras de sus centros escolares, pastoralistas... Y así fue, en efecto.

Solo que un día, después de las tareas formativas, vino a verme un Hermano haitiano, cercano ya a los sesenta, delicado de salud pero de muy digno porte. El Hermano Hermann Austinvil, que así se llama, quería hablarme de su fundación: una congregación religiosa, las Siervas Lasalianas de Jesús. Lo que comentó me pareció interesante por lo que decidí aceptar su invitación a pasar algún tiempo en la comunidad de las Hermanas.

Las encontré en uno de los barrios más pobres de Puerto de Paz, en una casa enorme, construida por una institución italiana de cooperación. Es la única casa del nuevo Instituto, que les sirve de comunidad, casa de formación en sus distintos niveles, y orfanato o, mejor, casa de acogida de niñas en dificultad, porque no todas son huérfanas. Cerquita de la casa han construido un edificio mucho más humilde, que acoge una escuela primaria rebosante de niños de ambos sexos y un humilde dispensario, cuya consulta atiende una enfermera titulada. Me dicen las Hermanas que el dispensario es el orgullo del barrio; mucha gente acude a él porque, si lo necesita, recibirá medicamentos a muy bajo precio, o enviarán a los enfermos, con algunas ventajas, a un centro mejor dotado. Un poco más lejos están terminando de construir un liceo femenino, concertado con el Estado haitiano, que esperan sirva para facilitar la tarea pastoral con las chicas más mayorcitas. Cuatro compromisos apostólicos bien concretos, por tanto.

Sin embargo, de momento, las Siervas Lasalianas de Jesús son solo siete. Aunque numerosas candidatas llaman a sus puertas, las Hermanas prefieren no apresurarse y tomarse un tiempo amplio para el discernimiento antes de admitirlas. La vida que tratan de llevar adelante es dura y solo con la entereza y fuerza de voluntad que Dios regala a sus elegidos mediante el don de la vocación religiosa se es capaz de vivirla con gozo y generosidad en la entrega. No han comenzado un nuevo proyecto carismático  -insisten-  para que a las primeras de cambio la mediocridad acampe entre las paredes de su comunidad. Y a fe que su alegría y dinamismo apostólico me dejaron profundamente impresionado...

El Instituto de las Siervas Lasalianas de Jesús fue oficialmente aprobado por el obispo de Puerto de Paz en 1998, aunque desde unos años antes varias chicas andaban ya empeñadas en servir a los pobres, llevando una vida cristiana comprometida y responsable. El origen de todo hay que buscarlo en el Colegio Nuestra Señora de Fátima, de Puerto de Paz, del que varias de las pioneras eran maestras. Poco a poco, con el apoyo inestimable y la dirección espiritual del Hermano Hermann, a la sazón director del Colegio, ese grupo de maestras comprometidas fue estructurándose y planteándose metas cada vez más exigentes. Según las propias Hermanas cuentan, su director sabía atraer la atención de los profesores sobre la situación de los alumnos más afectados por las dificultades familiares, económicas y escolares, y recordaba constantemente lo que Juan Bautista De La Salle deseaba para los niños confiados al cuidado de sus discípulos.

Su carisma lo tienen muy claro: relación estrecha con el Señor, vida radical de comunidad y entrega generosa a la evangelización, en especial de los más pobres, preferentemente por medio de la educación y la catequesis, aunque sin desdeñar otros caminos apostólicos. Es evidente que la figura de san Juan Bautista De La Salle y su mensaje han dejado honda huella en su compromiso.

Cuando las visité, las Siervas Lasalianas de Jesús andaban planteándose la organización de una panadería, con venta al público, que las ayudase a salir adelante de manera un poco menos apurada; y es que no resulta fácil animar tanta misión solo con los dones de los pobres. No sé si lo conseguirán... De lo que sí estoy seguro es que, para mí, la experiencia de conocer a las Hermanas supuso entrar en contacto directo con algo de lo que me habían hablado muchas veces, pero que nunca había experimentado: el entusiasmo carismático de la fundación de un Instituto. Y es que nos parece que duerme, pero no es así: el Espíritu anda siempre muy activo entre nosotros.

                                                                                                          Hermano Josean Villalabeitia






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