lunes, 15 de junio de 2015

Nicolás Roland, un apóstol tridentino

Precursores de los Hermanos de las Escuelas Cristianas (18)


Terminados sus estudios eclesiásticos, siendo sacerdote y canónigo, el Padre Roland arde en deseos de ser un buen sacerdote y de dedicarse de lleno a la misión. Para ello, visitará con asiduidad las experiencia parisinas de San Nicolás del Chardonnet  —a cuya comunidad perteneció su padrino Mateo Beuvelet—, San Sulpicio y San Lázaro, la sede de los seguidores de Vicente de Paúl; se irá así impregnando de la inspiración de las personalidades más brillantes de la Iglesia de su tiempo: Bérulle, Vicente de Paúl, Olier, Bourdoise...

También se desplazará a Ruan, donde conoce en profundidad a Nicolás Barré y su apostolado en las escuelas. De Ruan, precisamente, del entorno del Padre Barré más en concreto, llegarán a Reims quienes serían las dos primeras Hermanas del Niño Jesús, sociedad fundada por Roland para servicio de las escuelas gratuitas para niñas pobres. Estas discípulas del Padre Barré ayudarán a Roland a lanzar su Instituto y a formar a las primeras Hermanas del Niño Jesús[1]. Se sabe también que Roland conocía las Remontrances de Démia, publicadas en 1668. En suma, se puede afirmar, sin exagerar, que en la persona de Roland confluían las grandes corrientes de la reforma católica del siglo XVII en Francia, en especial las que, en aquellos tiempos, se dedicaban, sobre todo en el norte, a la educación y a la evangelización de la juventud popular[2].

Como consecuencia de estos múltiples contactos espirituales y apostólicos, se iniciará una segunda conversión en Roland: ponerse al servicio entusiasta y generoso de los pobres. Así surgirá su interés por fundar escuelas gratuitas para niñas. Según el propio Roland dejó escrito, “hay que cambiar de estilo y predicar más apostólicamente; y, como el pueblo y las grandes personas aprovechan poco de los mejores sermones, estoy decidido […] a trabajar por establecer las escuelas gratuitas para la instrucción de las niñas”.

Momento trascendental en esta opción es el abandono de su casa familiar para irse a vivir a una casa más sencilla. Y es que se le hacía imprescindible alejarse de su opulento ambiente burgués  —con ruidoso escándalo por parte de su familia y de los dirigentes de la iglesia local—  para entregarse de lleno a las niñas pobres. Y también, para poder acoger en ella a algunos sacerdotes, tal como deseaba, y convertir así su casa en una especie de seminario de excelencia sacerdotal, al modelo tridentino, repitiendo experiencias que había tenido oportunidad de conocer en distintos lugares.

Al mismo tiempo que sus opciones de vida se materializan, su espíritu apostólico va haciéndose cada día más intenso, hasta el punto de que sus compañeros canónigos le acusan con insistencia de descuidar sus deberes en el capítulo catedralicio para dedicarse a la misión. En el fondo, a Roland estas polémicas le interesaban poco, porque tenía una senda bien marcada, que le llevaba lejos de los quehaceres e intereses canonicales. Y es que, según indican sus biógrafos, Nicolás “veía en el avance de la gloria de Dios el culto principal que debía rendirle”. Tal vez por ello, nuestro canónigo teologal recordase con frecuencia a sus Hermanas lo siguiente: “En las fatigas de vuestro empleo no olvidéis nunca que habéis sido llamadas a llevar una vida apostólica y que es necesario que os impregnéis de su espíritu para cumplir dignamente vuestras obligaciones”.


Y es que, además de a sus dirigidos espirituales, nuestro el canónigo teologal había decidido tiempo atrás dedicarse con intensidad a tres actividades fundamentales: 1. la predicación, en la catedral, en el ámbito de sus obligaciones como canónigo, y sobre todo en misiones populares, organizadas por él mismo o por sus amigos, los discípulos de Vicente de Paúl, en las que él colabora con gusto; 2. la formación de los sacerdotes que acoge en su propia casa, por periodos variables de tiempo; entre ellos estará, precisamente, el futuro fundador del seminario diocesano de Reims; 3. sobre todo, la fundación de escuelas gratuitas para niñas y la formación de las Hermanas que las atienden, a las que aconsejará de esta manera: “Cuando se trate de la salvación de las almas no os guardéis nada para vosotras; ellas nunca os costarán tanto como le costaron a Jesucristo y si no podéis entregar como Él vuestra sangre, entregad al menos vuestros sudores en testimonio del amor que tenéis por el divino salvador que tanto ha sufrido por vosotras. Cumplid los trabajos de Dios con ardor y aceptando siempre esa especie de paradoja de que Él pueda servirse de un instrumento tan débil como vosotras para procurar su gloria; aprovisionaos a menudo de espíritu apostólico para llevar con eficacia la Palabra de Dios a las almas, tratad más de mover sus corazones que de contentar a los espíritus, recurrid más a la oración y a los sufrimientos que a otras argucias”. La fundación y progresivo afianzamiento de sus Hermanas del Niño Jesús fue, sin duda, la gran pasión apostólica de su vida.

Nicolás Roland falleció en 1678, pocos días después de la ordenación sacerdotal de De La Salle, su dirigido espiritual, colega de cabildo catedralicio y ejecutor testamentario. Fue beatificado por Juan Pablo II en 1994.

Hermano Josean Villalabeitia





[1] Oficialmente fundadas en 1671, se sabe que en 1674 eran ya diez y dirigían cuatro escuelas para niñas en Reims. Contaban con el potente apoyo del arzobispo remense.
[2] En realidad, parece que Roland comenzó acogiendo en su casa a huérfanas o niñas abandonadas por sus padres. Solo después de conocer la obra de Barré, en Ruan, y Démia, en Lyon, se animará a hacer evolucionar su fundación hacia las escuelas para niñas pobres, con un interés particular por la formación de las maestras que se ocuparían de ellas, que serán las futuras Hermanas del Niño Jesús.

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