Hogar Akwaba, de Abiyán
(Costa de Marfil)
UN FUTURO DE DIGNIDAD
PARA LOS NIÑOS DE LA CALLE
África no se asoma demasiado a
los medios de comunicación occidentales. Y, si lo hace, suele ser para presentar
paisajes, tradiciones ancestrales o comportamientos que por su exotismo,
colorido o rareza atraen la curiosidad del espectador sensacionalista, cuando
no son noticias de guerras u otras catástrofes cuyas dramáticas consecuencias impresionan
por todas partes.
Existen, no obstante, realidades
africanas muy crudas que rara vez saltan a las portadas de nuestros periódicos,
porque parecen no adornarse con el patetismo imprescindible para resultar
atractivas. Pero no por ello dejan de constituir auténticas heridas abiertas
por las que las sociedades africanas sangran sin cesar y van perdiendo jirones
de su porvenir y su esperanza.
Un hogar para niños de la calle.-
Uno de estos ignorados problemas de África es el de los llamados “niños de la
calle”, circunscrito a ciudades más bien grandes, que, de acuerdo con los datos
más recientes, no hace más que crecer. Hasta hace poco se trataba de un
fenómeno exclusivamente masculino, pero entre ellos se ven cada vez más chicas.
Al mismo tiempo que los niños de
la calle aumentan, distintas personas e instituciones, fieles a su vocación de
socorrer a los más necesitados, se lanzan sin contemplaciones al encuentro de
estos menores en dificultad para tratar de aliviar de su deplorable situación.
Una de estas instituciones es el “Hogar
Akwaba”, de Abiyán (Costa de Marfil), dirigido por los Hermanos de La Salle,
que atiende a una cincuentena de niños de entre 8 y 15 años, llegados
directamente de la calle, la policía o algún otro organismo implicado en esos
asuntos. Una minúscula gota de agua en el inmenso océano de necesidad que
constituyen los alrededor de 30.000 niños de la calle que se calcula viven en
la metrópoli marfileña, pero una gota que, de no estar allí, se echaría en
falta.
La palabra “akwaba”, en lengua
local, significa “bienvenido”, toda una declaración de intenciones sobre lo que
desde el primer instante quiere ser el Hogar para cuantos se acogen a él: cariño
y atención personal, comida sana y abundante, atención médica cuidadosa,
deporte, ocio, educación especializada, camaradería, tareas domésticas para
colaborar en el mantenimiento de la casa limpia y los jardines en condiciones...
con un insistente acento en el aseo personal y la correcta vestimenta en todo
momento...
Un hogar, en definitiva, donde
todos puedan sentirse a gusto y disfrutar de su amplia cuota de dignidad y
respeto; todo lo contrario de lo que habitualmente sucede en los círculos de
los que proceden. Con todo, la ocasional huida de algún chico, para
reintegrarse a sus antiguas cuadrillas callejeras, invita a no idealizar en
exceso la vida cotidiana del Centro, al menos desde los criterios de algunos
internos.
El Hogar lo atienden tres
Hermanos de La Salle –dos españoles y un
burkinés– apoyados por seis monitores
locales y una pequeña nube de voluntarios, la mayor parte de ellos jóvenes
religiosos en formación, de ambos sexos, que complementan sus estudios teóricos
de pedagogía, trabajo social, enfermería, pastoral, etc., con el acompañamiento
de los chicos del Centro y la animación de actividades para ellos y con ellos.
Aunque tampoco conviene llevarse
a engaño: el objetivo esencial del Centro no es hacer que los internos se
sientan a gusto en él, sino encontrar a sus familias y disponerlo todo para que
los chicos puedan retornar cuanto antes a ellas, en las mejores condiciones. El
buen ambiente en el Hogar es un medio imprescindible para cumplir adecuadamente
sus metas, pero no el fin primordial.
En busca de la familia.- Cuando
un niño llega a Akwaba lo primero es ocuparse de su persona y de su dignidad:
lavarlo, vestirlo, curarlo, darle de comer y buscarle unos compañeros que le
ayuden a integrarse cuanto antes en la rutina del Centro, cosa más complicada
de lo que a primera vista podría parecer.
Pero cuando estos primeros
auxilios urgentes han sido adecuadamente cumplimentados comienza una tarea no
menos delicada: conocer las circunstancias por las que ese niño ha terminado en
la calle, empezar a comprender cómo valora su situación y obtener datos para
localizar a su familia. Dará así inicio un proceso de indagación, a veces lejos
de la ciudad, con visitas a la familia cuando ha sido localizada y reiteradas invitaciones
a que pase periódicamente por el Centro para conocer mejor al chico, dialogar
con el equipo responsable de Akwaba e ir madurando la decisión de acoger de
nuevo a su hijo en casa. Una mediación en toda regla, entre el chico y su
familia, que nunca resulta sencilla.
A veces los propios chicos entorpecen
la progresión de este proceso al no colaborar en las pesquisas, desviar las
pistas o estropear los contactos una vez que se han producido. Por parte de las
familias tampoco se ve siempre nítido el panorama y suelen iniciar la
aproximación con bastantes recelos, lo que no ayuda a que las cosas marchen
sobre ruedas precisamente. En ocasiones, por más iniciativas que se intentan,
no aparece nadie de la familia; en estos casos una posibilidad interesante puede
ser encontrar una familia de acogida. En fin: procesos cuya complejidad tiene
una explicación sencilla: las amargas experiencias que han dado con los menores
en la calle.
Porque si tratásemos de imaginar
qué motivos han podido empujar a esos niños a escapar de casa, fácilmente nos
vendrían a la cabeza unos cuantos de peso: la miseria en que vivía su familia,
el excesivo trabajo o duro trato al que se veían sometidos... Y estas
cuestiones suelen tener su influencia en el problema, por supuesto. Pero los
verdaderos motivos, los decisivos, son de otra índole. Es lo que aseguran los
propios chicos cuando se les pregunta: “me pegaban”, “murió mi madre y con mi
madrastra todo cambió”, “mis padres se separaron”, “no me querían”, “se
olvidaron de mí”... Algunos incluso han llegado a ser considerados en su
familia como “niños brujos”, causantes de la muerte de algún familiar o de múltiples
desgracias. Como consecuencia, sufren un rechazo social angustioso y, si no
escapan, pueden ser cruelmente torturados y hasta asesinados.
Como puede apreciarse, se trata
siempre de un problema afectivo; los niños se lanzan a la calle como
consecuencia de los conflictos conyugales de sus padres, del fallecimiento de
la madre, de los golpes y amenazas que reciben en casa, del rechazo o
indiferencia de los suyos... A veces su reacción es inmediata: se van justo
después de un incidente doloroso; en otras ocasiones el vaso se va llenando
poco a poco, hasta que, al final, rebosa y el niño se marcha.
Recomponer una relación tan profundamente
marcada por el fracaso afectivo resulta muy complicado; no es extraño, por
tanto, que los niños tiendan a rehuir el intento, o lo abandonen en cuanto
aparecen los primeros obstáculos. El proceso de reinserción en la familia es,
en definitiva, muy arduo. De hecho, algunos niños terminan regresando a la
calle poco después de haberse reincorporado a sus familias.
Hay, con todo, chicos que han
llegado a las calles como consecuencia de los últimos conflictos bélicos del
país o la muerte de sus padres –con
frecuencia a causa del sida, lo que a la desgracia de la orfandad añade el
estigma social–. Con ellos, la problemática afectiva suele ser distinta, así
como los recursos a los que se puede acudir.
La educación, clave fundamental.- Otro
aspecto prioritario en el Hogar Akwaba es la educación, entendida de manera
integral, que persigue formar a los muchachos en todos los aspectos de su
persona: corporales, intelectuales, sociales, emocionales, culturales, cívicos,
morales... Todos juntos, complementándose mutuamente, han de contribuir a hacer
de los chicos personas de paz, de justicia, de libertad responsable, de
compromiso, de coherencia, de seriedad... Artífices activos de un mundo muy
distinto del que ellos mejor conocen por haberlo frecuentado intensamente. Tanto
la organización del Centro, con sus valores, criterios, actividades,
reglamentos, etc., como la dedicación y entrega de todos sus educadores están
al servicio de este objetivo fundamental.
Más allá de la experiencia
cotidiana de convivir en armonía, bajo criterios comúnmente aceptados, un
instrumento específico para cultivar con denuedo muchos de estos valores es la
escuela, que en el Hogar Akwaba se organiza en dos estructuras diferentes. Por
un lado, una escuela llamada “de base”, con contenidos muy elementales y
metodologías apropiadas, que tiene su sede en el propio Centro. A ella acuden
tanto los chicos del Hogar cuya asistencia se juzga conveniente como otros
escolares de diversas escuelas de la ciudad con serias dificultades para seguir
el ritmo normal de las clases; en la escuela de base de Akwaba encuentran todos
la posibilidad de recibir una atención adaptada a su poca capacidad, o a su deficiente
escolarización. En abril de 2014, esta escuela de base del Centro acogía a 44
niños del propio Hogar y a 70 externos –88
chicos y 26 chicas en total–
distribuidos en varios niveles.
No faltan chicos que son capaces
de seguir los cursos normales de las escuelas; algunos de ellos destacan
incluso por sus buenos resultados. En este caso, se les busca un puesto escolar
adecuado y se sigue con atención su evolución en él. Algunos externos de la
escuela de base que se recuperan adecuadamente de su situación inicial también pasan
a este proceso de normalización escolar, en las mismas condiciones que los internos
del Hogar. En abril de 2014 el Hogar Akwaba seguía en la ciudad la marcha
escolar de 9 chicos del Centro y 10 externos; de ellos, 3 chicas.
Dificultades en estas actividades
escolares se pueden imaginar sin esfuerzo: escaso nivel de estudios y de interés
por la escuela, ausencias injustificadas, dejadez de los padres en el
seguimiento los chicos, indisciplina, robos, pérdida y destrozo de materiales...
Nada que no se pueda combatir con la paciencia, el buen hacer y el compromiso de
los maestros.
Para los más mayorcitos, como
remate de los esfuerzos escolarizadores anteriores, existe la posibilidad de
ingresar como aprendiz en alguno de los talleres colaboradores del Centro, en especialidades
como costura, carpintería, mecánica del automóvil, fontanería, etc. Además,
para complementar esta formación profesional directa, Akwaba organiza para
ellos cursos de alfabetización que tratan de fijar lo mejor posible ciertos
aspectos fundamentales de lengua, hablada y escrita, cálculo, cultura general y
civismo. La verdad es que este apartado sobrevive a duras penas porque no es
fácil encontrar, con realismo, especialidades que entusiasmen a los aprendices,
ni profesionales que colaboren de buen grado en aspectos formativos que ni son
prioritarios para ellos ni generan beneficios contables inmediatos. Aún así, en
2014 el Centro seguía a dos aprendices de Akwaba y a otros 14 externos, casi
todas chicas.
Todo el anterior entramado de
herramientas socio-pedagógicas se completa con una serie de actividades más o
menos habituales que podríamos agrupar bajo el denominador común de “relación
de ayuda”, con el apoyo de algún especialista cuando se ve necesario: escucha
activa de los chicos, individualmente o en pequeños grupos; elaboración de un
proyecto de vida para cada uno de ellos, que se evalúa y corrige periódicamente;
tutorías semanales; análisis detallado de casos concretos; etc.
Encontrarse con los niños en su ambiente.-
Una última actividad fundamental del Hogar Akwaba son las salidas para ir
en busca de los chicos de la calle, a los lugares habituales donde ellos se
mueven. Pensemos que para estos chavales las calles están llenas de
atractivos –cartas, tabaco, alcohol,
drogas, peripecias diversas...– a los
que no es fácil renunciar, como tampoco resulta sencillo dejar de moverse a sus
anchas, haciendo en cada momento lo que les venga en gana.
La gran preocupación cotidiana de
esos niños suele ser conseguir comida. Para ello, algunos se dedican a la
mendicidad; otros prefieren cargar mercancías en tiendas y mercados: a cambio
de unas monedillas ofrecen su caja de cartón y, una vez llena, la llevan al
coche, que pueden incluso vigilar mientras el “patrón” realiza otras gestiones;
no faltan quienes, sencillamente, roban.
A pesar de lo que ellos suelen
afirmar, la calle es para estos niños un auténtico infierno, pues a la
precariedad de su alimentación cotidiana hay que sumar sus incontables
problemas de salud, que las pésimas condiciones de higiene y la dureza de su
vida a la intemperie agravan día a día. Para colmo de males, cuando se sienten
enfermos prefieren utilizar los medicamentos que encuentran en los puestos al
aire libre, de procedencia y estado de conservación más que dudosos, que ningún
médico les prescribe. Y es que los hospitales y dispensarios no les merecen
confianza, o exigen un dinero del que los niños carecen.
En los círculos de estos menores
en dificultad a menudo impera la violencia, como método para solventar
conflictos o por simple capricho del más fuerte. También pueden resultar
agredidos por bandas organizadas que tratan de obligarlos a desaparecer de
ciertos barrios. Al mismo tiempo, la sexualidad precoz y no protegida, que se
traduce en violaciones, pedofilia y abusos de todo género, causa estragos entre
ellos.
El consumo de drogas más o menos
sofisticadas es, asimismo, habitual en la calle, sobre todo entre los más
mayores. Estas sustancias inducen en quienes las consumen graves trastornos de
comportamiento, que se manifiestan sobre todo en forma de violencia física y
agresividad permanente, que ejercen entre ellos mismos o sobre las personas que
encuentran por ahí. A veces interviene la policía y entonces, muy a menudo, el
remedio –palizas, cárcel, asesinatos...– es mucho peor que la enfermedad.
Las salidas al encuentro de estos
chicos, con su compleja problemática, tienen por objeto echarles una mano en
sus dificultades cotidianas, escuchándoles con atención, tratando sus
afecciones más corrientes y trasladándolos al hospital cuando se ven casos
preocupantes. Y, por supuesto, ofreciéndoles la posibilidad de incorporarse al
Hogar Akwaba, u otro de características similares, donde sus males tengan un horizonte
más esperanzador. Las estadísticas dan cuenta de alrededor de un centenar de
chicas y chicos contactados cada mes, de los que solo alguna rara unidad opta
por acompañar a los animadores al Centro. Un inconveniente de cada vez más
difícil gestión es, por otra parte, la presencia creciente de chicas en las
calles, así como la de antiguos internos de Centros como Akwaba, que suelen
remar a contracorriente de los objetivos previstos para estas salidas.
Así las cosas, el Hogar Akwaba se
ha convertido en un eslabón muy activo de esa extensa cadena de solidaridad que
apoya a los menores de Abiyán en grave riesgo de exclusión. Porque el proyecto
Akwaba brinda a los niños de la calle la oportunidad de
reinsertarse en la sociedad, animándoles a ser
protagonistas de su propio desarrollo luchando contra las causas que los
marginan y transformando, en definitiva, su sociedad. De esta manera, el Hogar Akwaba
participa activamente en esa corriente mundial a favor de la infancia que lanzó
Unicef –y a la que se ha sumado Costa de Marfil–, cuyo eslogan invita a
“Cambiar el mundo con los niños”. Una espléndida síntesis de los ideales del
Hogar Akwaba.
Josean Villalabeitia
Un interesante vídeo sobre lo que es Akwaba, de gran calidad de imagen y 27 minutos de duración, lo podéis encontrar el este enlace: Vídeo "Akwaba, bienvenidos a la vida".
http://www.proyde.org/index.php/desarrollo-menu/proyectos-de-desarrollo-noticias/1303-el-hogar-akwaba-referente-en-la-lucha-por-los-derechos-de-los-ninos-y-las-ninas-en-costa-de-marfil-recibe-la-visita-de-la-ministra-francesa-de-la-justicia?utm_source=twitterfeed&utm_medium=facebook
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