El
Padre Barré y Juan Bautista De La
Salle no se frecuentaron demasiado, es verdad, pero la huella
que la espiritualidad del fraile Mínimo dejó en el canónigo remense tuvo que
ser muy intensa. No lo afirmamos porque Juan Bautista lo haya consignado
expresamente en algún sitio, que no es así, sino por las decisiones que De La Salle fue adoptando en
adelante, y mantuvo hasta el final de su vida. De hecho, la fundación lasaliana
fue la única que mantuvo los criterios de Barré hasta la muerte de su fundador;
luego, como resulta inevitable, también comenzó a evolucionar... Y es que ni
las dos congregaciones de maestras de Barré, ni la de Roland, admitieron vivir sin
garantías financieras que asegurasen su subsistencia material, y sin patentes
reales que oficializaran de alguna manera su existencia en la sociedad de la
época. Los Hermanos de las Escuelas Cristianas, en cambio, sí lo hicieron, y
solo comenzaron el proceso de solicitud de tales patentes tras el fallecimiento
de su fundador[1].
De
La Salle
aplicaría a pies juntillas lo que el santo Mínimo le propuso. Por un lado, la
primera invitación fue a vivir con los maestros y como ellos, a guiarlos desde
dentro, siendo uno más en su fraternidad. El Padre Barré, por su condición de
fraile obligado a vivir en comunidad, nunca pudo practicar en carne propia este
consejo; pero De La Salle ,
sacerdote diocesano sin más obligación concreta que la canonjía, sí que podía
hacerlo. De La Salle
aplicó el consejo trayendo primero a los maestros a su casa, y yéndose más
tarde a vivir con ellos en una casa alquilada.
Pero
es que, además, en la propuesta del Padre Barré estaba también el que Juan
Bautista renunciara a todos sus bienes, incluida “su prebenda de canónigo, para
que se pudiera entregar por entero, sin división, a una obra que le reclamaba
por completo, y ofrecer en su persona el modelo de una renuncia total y de un
abandono perfecto”, según indica Blain; es más: Barré pensaba que “no atraería
la gracia sobre los suyos sino cuando les hubiera dado ese ejemplo”. Además,
esos ingentes bienes a los que se le invitaba a renunciar, no debía utilizarlos
para garantizar la existencia de los Hermanos de las Escuelas Cristianas, cuya
institución estaba a punto de nacer en aquellos precisos momentos. Asegurar la
existencia material de una criatura tan frágil era lo que la prudencia más
elemental reclamaba, pero el santo Mínimo invitaba a De La Salle a confiar en que su
obra nacía por voluntad de la
Providencia y, como consecuencia, en buena lógica espiritual,
a ella le tocaba otorgar a la fundación lasaliana un futuro luminoso: “Un
hombre que no quería más fondos para las Escuelas Cristianas que la divina
Providencia, no podía aprobar dedicar los bienes a la fundación de las
escuelas. Pensaba que, de todo tipo de fondo, el mejor y más seguro era el
abandono a los cuidados del Padre celestial, y que las Escuelas Cristianas se
arruinarían si las dotaba de fondos”.
De
La Salle nos ha
dejado testimonio explícito de cuánto le costó cumplir todas y cada una de las
indicaciones del Padre Barré[2],
pero, de hecho, las puso en práctica sin tardar demasiado. Y aquí se puede,
quizás, descubrir una de las claves del éxito de la fundación de la comunidad
lasaliana de maestros, en la que Barré, como tantos otros, había fracasado
hasta en dos ocasiones: el que los maestros lasalianos tuvieran desde el
principio a alguien de elevada categoría espiritual que vivía como ellos y era
uno de ellos, pero que, no obstante, tenía la formación y el criterio
suficientes como para orientarlos de cerca con acierto por el camino de la vida
interior y el compromiso apostólico escolar.
Ciertamente
De La Salle fue
un destacado discípulo del Padre Barré, en el ámbito espiritual y en el
escolar. Pero, en concreto, ¿qué tomó de él, aparte de su ejemplo y sus
consejos? Difícil de responder con detalle...
De
fundar escuelas y surtirlas de maestros, De La Salle pasa rápidamente a reunirlos en comunidad e
intentar organizar un poco su vida de oración y su cualificación profesional. Y
al poco de comenzar a vivir con los maestros, por otra parte, De La Salle materializa su idea de
constituir un seminario de maestros para las escuelas rurales. ¿De dónde le
llegaron a De La Salle
estas ideas, tan peculiares en aquellas fechas?
Porque
eran ideas de las que Juan Bautista estaba muy convencido; el marco comunitario
para los maestros lo fue apuntalando con cuidado durante toda su vida, y el
seminario para maestros rurales constituyó un proyecto que, como a Barré, nunca
terminó de resultarle bien, aunque Juan Bautista insistió en su fundación en
varias ocasiones a lo largo de su existencia. Así las cosas, nada tendría de
extraño suponer que, a la hora de pensar soluciones e imaginar actuaciones
concretas, De La Salle
se inspiró, de manera más o menos lejana, en cuanto había hecho, o intentado
hacer, Nicolás Barré con sus maestras y maestros. Y a partir de una idea
inicial iría, más tarde, delineando su propio camino, por supuesto.
Como
hemos indicado más arriba, a Rigault no le quedan dudas a este respecto, hasta
llegar a colocar un reconocimiento explícito de los hechos en boca del propio
Juan Bautista. Lo que no dice el historiador lasaliano es de dónde extrae una
convicción tan firme, aunque, ciertamente, la coherencia de toda la historia no
está en absoluto reñida con constataciones de ese estilo.
Hermano Josean Villalabeitia
[1] En
realidad a De La Salle
le pasó, al menos en parte, lo mismo que a su consejero espiritual. Porque a la
muerte del Padre Barré, los responsables de los Mínimos que se hicieron cargo
de las maestras de Ruan y París pudieron, al fin, asegurar el sostenimiento
financiero de tales instituciones por el que tanto suspiraban, y solicitaron su
reconocimiento oficial. A ambas decisiones se había opuesto expresamente Barré
en vida, suscitando una agria polémica en el interior de su Orden. De La Salle tuvo que conocer, sin
duda, esas decisiones y, sin embargo, no cambió de ruta. En este criterio él sí
que se mantuvo fiel a los criterios de su maestro Barré. Roland, por su parte, nunca
siguió en este asunto al Padre Barré, su inspirador. De hecho, desde un
principio decidió poner su fortuna personal al servicio de la fundación de las
Hermanas del Niño Jesús y, antes de morir, encomendó a su amigo De La Salle las gestiones para
obtener la patente real para sus Hermanas, cuyas primeras gestiones Roland
había ya iniciado personalmente cerca de sus amigos poderosos.
[2] Es el
llamado Memorial de los orígenes. En
él también se recogen los razonamientos que nuestro canónigo remense se planteó
ante la posibilidad de abandonar su canonjía para dedicarse a las escuelas;
desde el punto de vista meramente intelectual, esto parece que lo tuvo más
claro casi desde el principio.
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