lunes, 9 de marzo de 2015

La estrecha conexión Barré-De La Salle

Precursores de los Hermanos de las Escuelas Cristianas (15)


El Padre Barré y Juan Bautista De La Salle no se frecuentaron demasiado, es verdad, pero la huella que la espiritualidad del fraile Mínimo dejó en el canónigo remense tuvo que ser muy intensa. No lo afirmamos porque Juan Bautista lo haya consignado expresamente en algún sitio, que no es así, sino por las decisiones que De La Salle fue adoptando en adelante, y mantuvo hasta el final de su vida. De hecho, la fundación lasaliana fue la única que mantuvo los criterios de Barré hasta la muerte de su fundador; luego, como resulta inevitable, también comenzó a evolucionar... Y es que ni las dos congregaciones de maestras de Barré, ni la de Roland, admitieron vivir sin garantías financieras que asegurasen su subsistencia material, y sin patentes reales que oficializaran de alguna manera su existencia en la sociedad de la época. Los Hermanos de las Escuelas Cristianas, en cambio, sí lo hicieron, y solo comenzaron el proceso de solicitud de tales patentes tras el fallecimiento de su fundador[1].

De La Salle aplicaría a pies juntillas lo que el santo Mínimo le propuso. Por un lado, la primera invitación fue a vivir con los maestros y como ellos, a guiarlos desde dentro, siendo uno más en su fraternidad. El Padre Barré, por su condición de fraile obligado a vivir en comunidad, nunca pudo practicar en carne propia este consejo; pero De La Salle, sacerdote diocesano sin más obligación concreta que la canonjía, sí que podía hacerlo. De La Salle aplicó el consejo trayendo primero a los maestros a su casa, y yéndose más tarde a vivir con ellos en una casa alquilada.

Pero es que, además, en la propuesta del Padre Barré estaba también el que Juan Bautista renunciara a todos sus bienes, incluida “su prebenda de canónigo, para que se pudiera entregar por entero, sin división, a una obra que le reclamaba por completo, y ofrecer en su persona el modelo de una renuncia total y de un abandono perfecto”, según indica Blain; es más: Barré pensaba que “no atraería la gracia sobre los suyos sino cuando les hubiera dado ese ejemplo”. Además, esos ingentes bienes a los que se le invitaba a renunciar, no debía utilizarlos para garantizar la existencia de los Hermanos de las Escuelas Cristianas, cuya institución estaba a punto de nacer en aquellos precisos momentos. Asegurar la existencia material de una criatura tan frágil era lo que la prudencia más elemental reclamaba, pero el santo Mínimo invitaba a De La Salle a confiar en que su obra nacía por voluntad de la Providencia y, como consecuencia, en buena lógica espiritual, a ella le tocaba otorgar a la fundación lasaliana un futuro luminoso: “Un hombre que no quería más fondos para las Escuelas Cristianas que la divina Providencia, no podía aprobar dedicar los bienes a la fundación de las escuelas. Pensaba que, de todo tipo de fondo, el mejor y más seguro era el abandono a los cuidados del Padre celestial, y que las Escuelas Cristianas se arruinarían si las dotaba de fondos”.


De La Salle nos ha dejado testimonio explícito de cuánto le costó cumplir todas y cada una de las indicaciones del Padre Barré[2], pero, de hecho, las puso en práctica sin tardar demasiado. Y aquí se puede, quizás, descubrir una de las claves del éxito de la fundación de la comunidad lasaliana de maestros, en la que Barré, como tantos otros, había fracasado hasta en dos ocasiones: el que los maestros lasalianos tuvieran desde el principio a alguien de elevada categoría espiritual que vivía como ellos y era uno de ellos, pero que, no obstante, tenía la formación y el criterio suficientes como para orientarlos de cerca con acierto por el camino de la vida interior y el compromiso apostólico escolar.

Ciertamente De La Salle fue un destacado discípulo del Padre Barré, en el ámbito espiritual y en el escolar. Pero, en concreto, ¿qué tomó de él, aparte de su ejemplo y sus consejos? Difícil de responder con detalle...

De fundar escuelas y surtirlas de maestros, De La Salle pasa rápidamente a reunirlos en comunidad e intentar organizar un poco su vida de oración y su cualificación profesional. Y al poco de comenzar a vivir con los maestros, por otra parte, De La Salle materializa su idea de constituir un seminario de maestros para las escuelas rurales. ¿De dónde le llegaron a De La Salle estas ideas, tan peculiares en aquellas fechas?

Porque eran ideas de las que Juan Bautista estaba muy convencido; el marco comunitario para los maestros lo fue apuntalando con cuidado durante toda su vida, y el seminario para maestros rurales constituyó un proyecto que, como a Barré, nunca terminó de resultarle bien, aunque Juan Bautista insistió en su fundación en varias ocasiones a lo largo de su existencia. Así las cosas, nada tendría de extraño suponer que, a la hora de pensar soluciones e imaginar actuaciones concretas, De La Salle se inspiró, de manera más o menos lejana, en cuanto había hecho, o intentado hacer, Nicolás Barré con sus maestras y maestros. Y a partir de una idea inicial iría, más tarde, delineando su propio camino, por supuesto.

Como hemos indicado más arriba, a Rigault no le quedan dudas a este respecto, hasta llegar a colocar un reconocimiento explícito de los hechos en boca del propio Juan Bautista. Lo que no dice el historiador lasaliano es de dónde extrae una convicción tan firme, aunque, ciertamente, la coherencia de toda la historia no está en absoluto reñida con constataciones de ese estilo.

Hermano Josean Villalabeitia





[1] En realidad a De La Salle le pasó, al menos en parte, lo mismo que a su consejero espiritual. Porque a la muerte del Padre Barré, los responsables de los Mínimos que se hicieron cargo de las maestras de Ruan y París pudieron, al fin, asegurar el sostenimiento financiero de tales instituciones por el que tanto suspiraban, y solicitaron su reconocimiento oficial. A ambas decisiones se había opuesto expresamente Barré en vida, suscitando una agria polémica en el interior de su Orden. De La Salle tuvo que conocer, sin duda, esas decisiones y, sin embargo, no cambió de ruta. En este criterio él sí que se mantuvo fiel a los criterios de su maestro Barré. Roland, por su parte, nunca siguió en este asunto al Padre Barré, su inspirador. De hecho, desde un principio decidió poner su fortuna personal al servicio de la fundación de las Hermanas del Niño Jesús y, antes de morir, encomendó a su amigo De La Salle las gestiones para obtener la patente real para sus Hermanas, cuyas primeras gestiones Roland había ya iniciado personalmente cerca de sus amigos poderosos.
[2] Es el llamado Memorial de los orígenes. En él también se recogen los razonamientos que nuestro canónigo remense se planteó ante la posibilidad de abandonar su canonjía para dedicarse a las escuelas; desde el punto de vista meramente intelectual, esto parece que lo tuvo más claro casi desde el principio.

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