sábado, 1 de agosto de 2015

Nicolás Roland versus De La Salle

Precursores de los Hermanos de las Escuelas Cristianas (19)

Por lo que respecta a De La Salle, sus biógrafos apuntan que fue “al lado de Roland donde adquirió todo el celo que manifestó para contribuir a la educación de la juventud”. Los historiadores añaden, además, que fue a través de Roland, o gracias a él, como De La Salle conoció el movimiento escolar y sus principales realizaciones en París, Lyon y Ruan. Por otra parte, sus cinco años de intensa relación espiritual seguro que hicieron que algunos de los planteamientos de Roland tomasen cuerpo en su joven dirigido y diesen fruto abundante en él. El hecho de que, en vísperas de fallecer, Nicolás Roland encagara a su dirigido espiritual De La Salle de concluir las gestiones para el reconocimiento oficial de las Hermanas del Niño Jesús no puede significar otra cosa que entre ambos se había establecido una relación de estima y confianza.

Es siempre complicado rastrear los vericuetos que sigue la Providencia para encaminar a sus elegidos por sus misteriosos senderos, pero en el caso de De La Salle no hay duda de que estas gestiones para el reconocimiento oficial de las Hermanas fundadas por Roland prepararon al canónigo De La Salle para dar una respuesta apropiada a las invitaciones relacionadas con las escuelas gratuitas que le traía Adrián Nyel desde Ruan. Su rápida opción por dirigirse a los párrocos y dedicarse a las escuelas de caridad tendría mucho que ver, precisamente, con las dificultades encontradas en las altas instancias diocesanas para reconocer a las Hermanas. Llegando a acuerdos con los párrocos y evitando estructurar demasiado una nueva institución de maestros esperaba sortear muchas de estas dificultades.

La invitación a recordar a menudo la presencia de Dios, los sostenes de la comunidad, tocar o mover los corazones, procurar la gloria de Dios, ardiente celo apostólico… son expresiones que coinciden de manera idéntica en Roland y en De La Salle. Ambos manejan con mucha soltura la palabra de Dios, y a ambos les gusta de manera particular citar a san Pablo.

La opción de Roland por la gratuidad  —“me dedicaré a formar a maestras de escuela que enseñen gratuitamente”—, por los más pobres, son decisiones que le acercan mucho a De La Salle, incluso en el tenor literal de algunos de sus escritos: “Tanto entre las huérfanas como entre las escolares, preferid siempre las más deformes, las que tengan discapacidades, las ingratas y las menos agradables para hacerles partícipes de vuestras caricias y servicios”.

Su afán por dirigirse a las niñas de manera sencilla, empleando términos y expresiones que ellas puedan captar con facilidad, poniéndose a su nivel expresivo, son preocupaciones que nos recuerdan a algunos textos que más tarde escribirá De La Salle. He aquí un texto de Roland que trata de estas cuestiones: “Hay que anunciar a estas jóvenes las verdades del Evangelio no con palabras estudiadas […] sino de una manera tan sencilla que todas las palabras que les digamos sean claras y fáciles de comprender”.


Hay, con todo, una diferencia importante entre la primitiva concepción lasaliana del catecismo y de las escuelas cristianas y la que sobre estos asuntos sostenía Roland. Porque, en efecto, este, en uno de sus escritos, afirmará  —dirigiéndose a sus Hermanas—  que “por encima de cualquier otra cosa no olvidéis dedicaros todos los días a la instrucción cristiana, ya que únicamente para ello he instituido las clases y he introducido en ellas las lecciones de escritura y cálculo; porque si el catecismo se pudiera llevar a cabo sin la organización escolar, lo habría hecho”. De La Salle era de una opinión muy diferente; para él el lugar ideal del catecismo era la escuela, perfectamente imbricado con el resto de las actividades escolares, y hasta injertado en ellas, contando con la figura clave de un maestro cristiano ejemplar al frente de todo. Así se lo indica al Hermano Gabriel Drolin que, en Roma, había comenzado a impartir el catecismo en un templo parroquial: “No me gusta que nuestros Hermanos den el catecismo en la iglesia; con todo, si estuviere prohibido darlo en la escuela, es preferible que lo hagan en la iglesia a no hacerlo”.

Nicolás Roland no fue una figura destacada de aquel movimiento de reforma de la Iglesia, que bullía por todos los rincones de aquella Francia del siglo XVII. Los expertos afirman que su pensamiento apenas ofrece nada de verdaderamente original, mientras que sus inquietudes apostólicas son las de tantos otros cristianos coherentes y generosas de la época. Pero a través de su persona, sin duda, muchas de aquellas inquietudes terminaron pasando al joven De La Salle y se desarrollaron en él con una fecundidad que, probablemente, ni Roland ni siquiera el propio De La Salle  —así lo confiesa al final de su vida—  hubieran imaginado jamás. En palabras de Blain, fue “bajo la dirección de este excelente guía como el Señor De La Salle le tomó el gusto a la instrucción de la juventud. Fue en el celo de este veterano canónigo donde el joven bebió los primeros ardores del suyo por las escuelas cristianas y gratuitas”.


Hermano Josean Villalabeitia  
    

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