Por lo que respecta a De La Salle , sus biógrafos apuntan
que fue “al lado de Roland donde adquirió todo el celo que manifestó para
contribuir a la educación de la juventud”. Los historiadores añaden, además,
que fue a través de Roland, o gracias a él, como De La Salle conoció el movimiento
escolar y sus principales realizaciones en París, Lyon y Ruan. Por otra parte,
sus cinco años de intensa relación espiritual seguro que hicieron que algunos
de los planteamientos de Roland tomasen cuerpo en su joven dirigido y diesen
fruto abundante en él. El hecho de que, en vísperas de fallecer, Nicolás Roland
encagara a su dirigido espiritual De La Salle de concluir las gestiones para el
reconocimiento oficial de las Hermanas del Niño Jesús no puede significar otra
cosa que entre ambos se había establecido una relación de estima y confianza.
Es siempre complicado rastrear los
vericuetos que sigue la
Providencia para encaminar a sus elegidos por sus misteriosos
senderos, pero en el caso de De La
Salle no hay duda de que estas gestiones para el
reconocimiento oficial de las Hermanas fundadas por Roland prepararon al
canónigo De La Salle
para dar una respuesta apropiada a las invitaciones relacionadas con las
escuelas gratuitas que le traía Adrián Nyel desde Ruan. Su rápida opción por
dirigirse a los párrocos y dedicarse a las escuelas de caridad tendría mucho
que ver, precisamente, con las dificultades encontradas en las altas instancias
diocesanas para reconocer a las Hermanas. Llegando a acuerdos con los párrocos
y evitando estructurar demasiado una nueva institución de maestros esperaba
sortear muchas de estas dificultades.
La invitación a recordar a menudo la
presencia de Dios, los sostenes de la comunidad, tocar o mover los corazones,
procurar la gloria de Dios, ardiente celo apostólico… son expresiones que
coinciden de manera idéntica en Roland y en De La Salle. Ambos manejan
con mucha soltura la palabra de Dios, y a ambos les gusta de manera particular
citar a san Pablo.
La opción de Roland por la gratuidad —“me dedicaré a formar a maestras de escuela
que enseñen gratuitamente”—, por los más pobres, son decisiones que le acercan
mucho a De La Salle ,
incluso en el tenor literal de algunos de sus escritos: “Tanto entre las
huérfanas como entre las escolares, preferid siempre las más deformes, las que
tengan discapacidades, las ingratas y las menos agradables para hacerles
partícipes de vuestras caricias y servicios”.
Su afán por dirigirse a las niñas de manera
sencilla, empleando términos y expresiones que ellas puedan captar con
facilidad, poniéndose a su nivel expresivo, son preocupaciones que nos
recuerdan a algunos textos que más tarde escribirá De La Salle. He aquí un texto
de Roland que trata de estas cuestiones: “Hay que anunciar a estas jóvenes las
verdades del Evangelio no con palabras estudiadas […] sino de una manera tan
sencilla que todas las palabras que les digamos sean claras y fáciles de
comprender”.
Hay, con todo, una
diferencia importante entre la primitiva concepción lasaliana del catecismo y
de las escuelas cristianas y la que sobre estos asuntos sostenía Roland.
Porque, en efecto, este, en uno de sus escritos, afirmará —dirigiéndose a sus Hermanas— que “por encima de cualquier otra cosa no
olvidéis dedicaros todos los días a la instrucción cristiana, ya que únicamente
para ello he instituido las clases y he introducido en ellas las lecciones de
escritura y cálculo; porque si el catecismo se pudiera llevar a cabo sin la
organización escolar, lo habría hecho”. De La Salle era de una opinión muy diferente; para él
el lugar ideal del catecismo era la escuela, perfectamente imbricado con el
resto de las actividades escolares, y hasta injertado en ellas, contando con la
figura clave de un maestro cristiano ejemplar al frente de todo. Así se lo
indica al Hermano Gabriel Drolin que, en Roma, había comenzado a impartir el
catecismo en un templo parroquial: “No me gusta que nuestros Hermanos den el
catecismo en la iglesia; con todo, si estuviere prohibido darlo en la escuela,
es preferible que lo hagan en la iglesia a no hacerlo”.
Nicolás Roland no fue una figura destacada
de aquel movimiento de reforma de la
Iglesia , que bullía por todos los rincones de aquella Francia
del siglo XVII. Los expertos afirman que su pensamiento apenas ofrece nada de
verdaderamente original, mientras que sus inquietudes apostólicas son las de
tantos otros cristianos coherentes y generosas de la época. Pero a través de su
persona, sin duda, muchas de aquellas inquietudes terminaron pasando al joven
De La Salle y
se desarrollaron en él con una fecundidad que, probablemente, ni Roland ni
siquiera el propio De La Salle —así lo confiesa al final de su vida— hubieran imaginado jamás. En palabras de
Blain, fue “bajo la dirección de este excelente guía como el Señor De La Salle le tomó el gusto a la
instrucción de la juventud. Fue en el celo de este veterano canónigo donde el
joven bebió los primeros ardores del suyo por las escuelas cristianas y
gratuitas”.
Hermano
Josean Villalabeitia
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