lunes, 6 de abril de 2015

Influencia literaria de Barré en De La Salle

Precursores de los Hermanos de las Escuelas Cristianas (16)

Hemos podido entrever ya una posible influencia entre el santo Mínimo Barré y Juan Bautista De La Salle en lo que hace a la forma de animar las escuelas para pobres y a la formación de sus maestros. Pero esta influencia es aún más clara cuando hablamos de libros.

Porque en los escritos de Juan Bautista De La Salle se perciben resonancias indiscutibles de temas que planteó el propio Padre Barré bastantes años antes que él: la oración de atención sencilla, la espiritualidad apostólica de la comunidad de maestras[1], la generosidad (‘desinterés’) de las maestras en su dedicación escolar, el abandono confiado en Dios, la Providencia... Con todo, es muy difícil saber si existió una conexión concreta entre ambos fundadores en estos asuntos, pues hablamos de planteamientos espirituales bastante extendidos en aquella época  —aunque no siempre bien admitidos por todos—, de los que probablemente hubieran acabado beneficiándose nuestros dos santos, personas ambas bien formadas en lo teológico y lo espiritual, y muy sensibles a las corrientes de la época, aun sin haberse conocido y frecuentado.

De lo que no hay duda es de la enorme influencia de las meditaciones que escribió para las maestras el Padre Giry, sucesor de Barré al frente de la comunidad de Hermanas de San Mauro[2], en las Meditaciones para los días de retiro redactadas por De La Salle bastante después. En su extensión y estructura de tres puntos, en su manera de aplicar la reflexión a la vida concreta de las maestras, en su temática  —buen ejemplo, celo, ángeles custodios...—  la influencia es indiscutible.

Las propias Hermanas de Barré, en definitiva, al final de una reciente biografía del Mínimo, indican que “el grupo de maestros de escuela creado por el Padre Barré no sobrevivió. [Pero] los Hermanos de San Juan Bautista De La Salle tomaron el relevo y sienten un profundo reconocimiento por el Padre Barré”. O, en palabras más antiguas del biógrafo Blain, “se puede decir que [Barré] dejó al Señor De La Salle como heredero de su espíritu y de su gracia. El reverendo Padre Barré y el Señor De La Salle son dos hombres a los que la Providencia asoció para la realización de sus designios, a los que condujo, cada uno por su camino, al mismo objetivo, y a ambos los llevó al mismo término, en dos estados diferentes”.

De cualquier manera, si los parecidos son innegables, también hay aspectos que distinguen las obras de Barré de la lasaliana. La diferencia más notable quizás sea que Barré, por razones obvias de sexo, y también porque era un fraile obligado a la vida común con sus frailes Mínimos, nunca compartió vida con sus Hermanas: orientó de cerca sus pasos, se preocupó por ellas, atendió a sus dificultades, pero era alguien que, en definitiva, las dirigía desde fuera.

Además, a su muerte, sus compañeros Mínimos continuaron haciéndose cargo de ellas, hasta el punto de cambiar por completo el proyecto que Barré había puesto en marcha. En realidad, si consideramos el contexto histórico y eclesiástico, la condición femenina de aquellas ‘maestras caritativas’ hacía impensable una verdadera autonomía interna de su comunidad, aunque en su organización hubiera siempre alguna Hermana que ejercía de directora o responsable[3].

De La Salle, desde los primeros momentos de su institución, por consejo del Padre Barré precisamente, se incorporó a ella como uno más, y luchó en todo momento por dotarla de una autonomía que la librase de los peligros de estar sometida a la autoridad de alguien que no conociera bien los entresijos y peculiaridades de la institución. De ahí los tempranos intentos de nombrar a un Hermano como superior de la comunidad, y el acta de elección de superior, de 1694, por la que quienes acababan de fundar, por voto, la Sociedad de las Escuelas Cristianas se comprometían, “en el futuro y para siempre, a que no haya nadie, ni admitido entre nosotros ni escogido como superior, que sea sacerdote o haya recibido las órdenes sagradas,  y que no tendremos ni admitiremos a ningún superior que no esté asociado, y que no haya hecho voto como nosotros y como todos los demás que se asocien en el futuro”. Otra actitud hubiera supuesto, en opinión de aquellos primeros Hermanos lasalianos, con su Fundador al frente, una seria amenaza al Instituto que estaban formando.

Hay otros detalles, como los votos, que la Sociedad lasaliana sí admitió, o el hecho que, en la concepción apostólica lasaliana, la comunidad de maestros fuera un elemento imprescindible, al que de ninguna manera se debía renunciar, por grave que fuera la razón; sin embargo Barré  —como Nyel—  admitía la fórmula del maestro o la maestra aislados.

Distinto es asimismo, al menos en parte, el planteamiento del seminario de formación de maestros, que De La Salle abrió para gente que no pertenecería a su Instituto, dando por sentado que sus candidatos a Hermanos también recibían formación profesional, pero dentro del propio Instituto, en un marco distinto  —aunque con contenidos similares—  del de los maestros que no pertenecerían a la institución de las Escuelas Cristianas. Los seminarios barresianos estaban concebidos como centros de preparación reservados exclusivamente a las Hermanas. Además, el seminario lasaliano impartía la formación antes de salir a dar clase, mientras que las Hermanas de Barré preferían formar a maestras que ya estaban en la escuela, pues consideraban que “las jóvenes puestas a trabajar pronto en la misión adelantan mucho más que si se las instruye durante mucho tiempo antes de ponerlas a dar clase […] La necesidad de actuar es lo que estimula el espíritu y le hace realizar esfuerzos provechosos que forman con rapidez a una maestra”. En los seminarios las ayudaban, más bien, a resolver las dificultades y a reflexionar sobre su misión.

La obra de De La Salle formó desde sus primeros momentos una única y sólida institución compacta, independientemente de los lugares en los que se iba implantando y de las circunstancias históricas que la rodeaban y, con frecuencia, sacudían. Parece como que, desde la fundación, los Hermanos de las Escuelas Cristianas llevaban dentro de sí una energía particular que les permitió sobrevivir unidos a los distintos intentos que sufrieron de deshacer esa consistencia institucional. Las dos Sociedades de Hermanas de Barré, por el contrario, aun reconociendo un origen, una espiritualidad y una filosofía de base comunes, formaron siempre, hasta nuestros días, dos instituciones independientes que, por encima de las diferencias surgidas a lo largo de los siglos, luchan todavía hoy por estrechar lazos y establecer vínculos más sólidos entre ellas.

Hermano Josean Villalabeitia




[1] “Dios es santo, y solo Él hace santos. Nosotros, al cooperar con su labor de hacer santos, nos convertimos en santos”; “si Dios os halaga y favorece durante vuestras clases, agradecedle su visita, diciéndole que debéis trabajar en sus asuntos por el momento. Rogadle que deje sus misericordias para el tiempo de la oración”.
[2] En sus tiempos jóvenes, el Padre François Giry había sido alumno de Barré en teología. Más tarde fue provincial de los Mínimos y, por tanto, superior canónico del Padre Nicolás Barré. En algún momento actuó también de responsable general de una de las redes de escuelas fundadas por este último. Es de suponer, en consecuencia, que conocería bastante bien su manera de pensar. El Padre Giry falleció en 1665.
[3] De hecho, en los estatutos de Barré existe una serie de figuras ajenas a la comunidad de Hermanas y Hermanos  —director espiritual, director general, administradores temporales, damas asociadas...—  con amplios poderes sobre todas las personas implicadas en la obra de las escuelas caritativas: decisión de fundar en un lugar, cambio de responsables y de maestras, admisión de candidatas, gestión económica... Además, gran parte de estas autoridades externas son elegidas por ellas mismas, sin intervención de maestras o maestros.

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