Hemos
podido entrever ya una posible influencia entre el santo Mínimo Barré y Juan
Bautista De La Salle
en lo que hace a la forma de animar las escuelas para pobres y a la formación
de sus maestros. Pero esta influencia es aún más clara cuando hablamos de
libros.
Porque
en los escritos de Juan Bautista De La
Salle se perciben resonancias indiscutibles de temas que
planteó el propio Padre Barré bastantes años antes que él: la oración de
atención sencilla, la espiritualidad apostólica de la comunidad de maestras[1],
la generosidad (‘desinterés’) de las maestras en su dedicación escolar, el
abandono confiado en Dios, la
Providencia... Con todo, es muy difícil
saber si existió una conexión concreta entre ambos fundadores en estos asuntos,
pues hablamos de planteamientos espirituales bastante extendidos en aquella
época —aunque no siempre bien admitidos
por todos—, de los que probablemente hubieran acabado beneficiándose nuestros
dos santos, personas ambas bien formadas en lo teológico y lo espiritual, y muy
sensibles a las corrientes de la época, aun sin haberse conocido y frecuentado.
De
lo que no hay duda es de la enorme influencia de las meditaciones que escribió para
las maestras el Padre Giry, sucesor de Barré al frente de la comunidad de
Hermanas de San Mauro[2],
en las Meditaciones para los días de
retiro redactadas por De La
Salle bastante después. En su extensión y estructura de tres
puntos, en su manera de aplicar la reflexión a la vida concreta de las
maestras, en su temática —buen ejemplo,
celo, ángeles custodios...— la
influencia es indiscutible.
Las
propias Hermanas de Barré, en definitiva, al final de una reciente biografía
del Mínimo, indican que “el grupo de maestros de escuela creado por el Padre
Barré no sobrevivió. [Pero] los Hermanos de San Juan Bautista De La Salle tomaron el relevo y
sienten un profundo reconocimiento por el Padre Barré”. O, en palabras más
antiguas del biógrafo Blain, “se puede decir que [Barré] dejó al Señor De La Salle como heredero de su
espíritu y de su gracia. El reverendo Padre Barré y el Señor De La Salle son dos hombres a los
que la Providencia
asoció para la realización de sus designios, a los que condujo, cada uno por su
camino, al mismo objetivo, y a ambos los llevó al mismo término, en dos estados
diferentes”.
De
cualquier manera, si los parecidos son innegables, también hay aspectos que
distinguen las obras de Barré de la lasaliana. La diferencia más notable quizás
sea que Barré, por razones obvias de sexo, y también porque era un fraile
obligado a la vida común con sus frailes Mínimos, nunca compartió vida con sus
Hermanas: orientó de cerca sus pasos, se preocupó por ellas, atendió a sus
dificultades, pero era alguien que, en definitiva, las dirigía desde fuera.
Además,
a su muerte, sus compañeros Mínimos continuaron haciéndose cargo de ellas,
hasta el punto de cambiar por completo el proyecto que Barré había puesto en
marcha. En realidad, si consideramos el contexto histórico y eclesiástico, la
condición femenina de aquellas ‘maestras caritativas’ hacía impensable una
verdadera autonomía interna de su comunidad, aunque en su organización hubiera
siempre alguna Hermana que ejercía de directora o responsable[3].
De
La Salle , desde
los primeros momentos de su institución, por consejo del Padre Barré
precisamente, se incorporó a ella como uno más, y luchó en todo momento por
dotarla de una autonomía que la librase de los peligros de estar sometida a la
autoridad de alguien que no conociera bien los entresijos y peculiaridades de
la institución. De ahí los tempranos intentos de nombrar a un Hermano como
superior de la comunidad, y el acta de elección de superior, de 1694, por la
que quienes acababan de fundar, por voto, la Sociedad de las Escuelas
Cristianas se comprometían, “en el futuro y para siempre, a que no haya nadie,
ni admitido entre nosotros ni escogido como superior, que sea sacerdote o haya
recibido las órdenes sagradas, y que no tendremos
ni admitiremos a ningún superior que no esté asociado, y que no haya hecho voto
como nosotros y como todos los demás que se asocien en el futuro”. Otra actitud
hubiera supuesto, en opinión de aquellos primeros Hermanos lasalianos, con su Fundador
al frente, una seria amenaza al Instituto que estaban formando.
Hay
otros detalles, como los votos, que la Sociedad lasaliana sí admitió, o el hecho que, en
la concepción apostólica lasaliana, la comunidad de maestros fuera un elemento
imprescindible, al que de ninguna manera se debía renunciar, por grave que
fuera la razón; sin embargo Barré —como
Nyel— admitía la fórmula del maestro o
la maestra aislados.
Distinto
es asimismo, al menos en parte, el planteamiento del seminario de formación de
maestros, que De La Salle
abrió para gente que no pertenecería a su Instituto, dando por sentado que sus
candidatos a Hermanos también recibían formación profesional, pero dentro del
propio Instituto, en un marco distinto
—aunque con contenidos similares—
del de los maestros que no pertenecerían a la institución de las
Escuelas Cristianas. Los seminarios barresianos estaban concebidos como centros
de preparación reservados exclusivamente a las Hermanas. Además, el seminario
lasaliano impartía la formación antes de salir a dar clase, mientras que las
Hermanas de Barré preferían formar a maestras que ya estaban en la escuela,
pues consideraban que “las jóvenes puestas a trabajar pronto en la misión
adelantan mucho más que si se las instruye durante mucho tiempo antes de
ponerlas a dar clase […] La necesidad de actuar es lo que estimula el espíritu
y le hace realizar esfuerzos provechosos que forman con rapidez a una maestra”.
En los seminarios las ayudaban, más bien, a resolver las dificultades y a
reflexionar sobre su misión.
La
obra de De La Salle
formó desde sus primeros momentos una única y sólida institución compacta,
independientemente de los lugares en los que se iba implantando y de las
circunstancias históricas que la rodeaban y, con frecuencia, sacudían. Parece
como que, desde la fundación, los Hermanos de las Escuelas Cristianas llevaban
dentro de sí una energía particular que les permitió sobrevivir unidos a los
distintos intentos que sufrieron de deshacer esa consistencia institucional.
Las dos Sociedades de Hermanas de Barré, por el contrario, aun reconociendo un
origen, una espiritualidad y una filosofía de base comunes, formaron siempre,
hasta nuestros días, dos instituciones independientes que, por encima de las
diferencias surgidas a lo largo de los siglos, luchan todavía hoy por estrechar
lazos y establecer vínculos más sólidos entre ellas.
Hermano Josean Villalabeitia
[1] “Dios
es santo, y solo Él hace santos. Nosotros, al cooperar con su labor de hacer
santos, nos convertimos en santos”; “si Dios os halaga y favorece durante
vuestras clases, agradecedle su visita, diciéndole que debéis trabajar en sus
asuntos por el momento. Rogadle que deje sus misericordias para el tiempo de la
oración”.
[2] En
sus tiempos jóvenes, el Padre François Giry había sido alumno de Barré en teología.
Más tarde fue provincial de los Mínimos y, por tanto, superior canónico del Padre
Nicolás Barré. En algún momento actuó también de responsable general de una de
las redes de escuelas fundadas por este último. Es de suponer, en consecuencia,
que conocería bastante bien su manera de pensar. El Padre Giry falleció en
1665.
[3] De
hecho, en los estatutos de Barré existe una serie de figuras ajenas a la
comunidad de Hermanas y Hermanos —director
espiritual, director general, administradores temporales, damas asociadas...— con amplios poderes sobre todas las personas
implicadas en la obra de las escuelas caritativas: decisión de fundar en un
lugar, cambio de responsables y de maestras, admisión de candidatas, gestión
económica... Además, gran parte de estas autoridades externas son elegidas por
ellas mismas, sin intervención de maestras o maestros.
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