miércoles, 8 de octubre de 2014

Un triángulo providencial

Precursores de los Hermanos de las Escuelas Cristianas (10)


La aventura místico-escolar de Juan Bautista De La Salle fue, sin duda, sorprendente, para él y para todos cuantos le rodeaban.

Desde muy pronto parecía evidente su opción por entregarse a Dios mediante el sacerdocio, pero casi todos supondrían, seguramente, que ese no era sino el primer paso de una carrera eclesiástica ambicionada, para tratar de encaminarse hacia un nombramiento episcopal... por lo menos. Así se explica la elección, por parte de Juan Bautista y su familia, de san Sulpicio, el seminario más eminente de la época, a pesar de estar situado en París, lejos de la ciudad natal de De La Salle, y su decisión de estudiar teología hasta el doctorado. Es probable que, en efecto, entre otros objetivos, con esta decisión tratase de ganar puntos para ser considerado un digno candidato a la consagración episcopal...

Pero la Providencia juega sus bazas de manera un tanto incomprensible a los ojos de los hombres, como bien explicó el propio De La Salle en un documento autobiográfico: “Aparentemente, Dios, que gobierna todas las cosas con sabiduría y suavidad, y que no acostumbra a forzar la inclinación de los hombres, queriendo comprometerme a que tomara por entero el cuidado de las escuelas, lo hizo de manera totalmente imperceptible y en mucho tiempo; de modo que un compromiso me llevaba a otro, sin haberlo previsto en los comienzos”. Y es que De La Salle entró en el mundo de las escuelas sin apenas darse cuenta, y, cuando lo hizo, estaba ya tan introducido en ese mundillo que le resultaba del todo imposible, o demasiado violento, echarse para atrás.

De cualquier manera, el primer paso  —inopinado, sin duda—  en dirección al compromiso con los pobres tal vez lo diera el propio De La Salle, en colaboración con su familia, al decidir inscribirse en san Sulpicio, porque allí se concentraba un alto potencial de energía tridentina que, entre otros campos, impulsaba con fuerza el compromiso en favor de los pobres, de la catequesis y de las escuelas cristianas. Y, además, hallándose en París, De La Salle trabaría contacto probablemente con otros movimientos que empujaban en ese mismo sentido, como la comunidad de sacerdotes de san Nicolás del Chardonnet o la de los herederos de Vicente de Paúl, sita en san Lázaro. El paso por san Sulpicio duró poco  —menos de dos años—  pero lo suficiente como para abrirle al joven seminarista una amplia ventana a ese universo, en un momento en que, dada la juventud de Juan Bautista, ciertos planteamientos y experiencias tocarían con seguridad fibras muy íntimas en la persona de Juan Bautista y quedarían hondamente grabados en su interior.

Sin  embargo,  la  cosa  no  quedó  ahí.  Cuando, por razones de imperiosa necesidad familiar —murieron sus padres y tuvo que hacerse cargo de la familia—, Juan Bautista regresó a Reims, el soniquete de san Sulpicio fue cobrando intensidad e insistencia, y terminó por aclarar cada vez con mayor nitidez sus contornos, hasta hacerse perfectamente visible en forma de escuelas para pobres y de maestros. De La Salle había sido captado para la causa. ¿Cómo se produjeron estos hechos? Pues por la mediación directa sucesiva de tres personas entusiasmadas con la misión escolar entre los pobres, tres personas que tuvieron encuentros personales, más o menos intensos, con De La Salle, y que tenían un punto de contacto común en la capital de Normandía: Ruan.

Curiosamente, si de Ruan le llegó al joven canónigo De La Salle la más intensa bocanada apostólica de entre las que le empujaron hacia las escuelas cristianas populares, hacia Ruan partiría también Juan Bautista en el último tramo de su vida, a partir de 1705, para terminar instalando en la ciudad normanda la sede principal del Instituto lasaliano, en san Yon, para ser más precisos. Y Ruan sería, asimismo, la capital que acogería el último aliento del santo sacerdote remense cuando devolvió su vida a Dios, un Viernes Santo de 1719.

Así quedaba definitivamente configurado aquel auténtico triángulo providencial que marcó para siempre la vida del ex canónigo de Reims y del Instituto por él fundado. Los vértices de dicho triángulo habría que situarlos en las tres ciudades claves del itinerario lasaliano de los primeros tiempos: Reims, París y Ruan. Veamos quiénes fueron las tres personas, con raíces profundas en Ruan, que ayudaron a lanzar la aventura lasaliana, y cómo se relacionaron, en concreto, con aquel joven de Reims, recién ordenado sacerdote, que se llamaba Juan Bautista De La Salle.

Hermano Josean Villalabeitia


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