sábado, 7 de junio de 2014

Carlos Démia: los inicios

Precursores de los Hermanos de las Escuelas Cristianas (6)

Este sacerdote lionés, un poco anterior en el tiempo a De La Salle  ―vivió entre 1637 y 1689―, es, sin discusión, una de las figuras más destacadas de la pedagogía popular del siglo XVII en Francia. Seguramente no conoció en persona a nuestro Santo Fundador, aunque estaba al corriente de algunas de sus actividades. Se interesó, sobre todo, por el funcionamiento del primitivo seminario de maestros rurales que los Hermanos de las Escuelas Cristianas abrieron muy pronto en la calle Neuve de Reims, y hasta llegó a aconsejar, en 1688, que se imitase el ejemplo lasaliano en otros lugares.

También Juan Bautista conocía bien el pensamiento y, quizás, la obra concreta de Démia. No en vano el sacerdote de Lyon cita a De La Salle en su diario hasta en cuatro ocasiones, todas ellas en relación con la compra y el intercambio de libros que tratan sobre la educación de los pobres, ya sea en escuelas, ya en hospitales o centros por el estilo. Es evidente, pues, que en el momento en que nuestro Fundador estaba poniendo en marcha su obra consultó con atención los escritos de Démia, del que habría oído hablar por mediación de Nicolás Roland, director espiritual de De La Salle y compañero de Démia durante sus estudios en París. La prematura desaparición del sacerdote de Lyon, a los 52 años recién cumplidos, impidió sin duda una más intensa colaboración entre ambas personalidades.

Carlos Démia podría considerarse como un ejemplo típico de cristiano imbuido del espíritu tridentino, que canalizó sus inquietudes apostólicas a través de las escuelas populares[1]. Si consideramos su trayectoria formativa, la afirmación anterior no tendría nada de extraño; sería, mas bien, una consecuencia lógica de su formación y trayectoria vital. Y es que, nacido cerca de Lyon en 1637, Démia fue desde muy joven alumno de los jesuitas lioneses, con quienes completó estudios de derecho hasta doctorarse en el civil y el eclesiástico. Cristiano devoto, participa por esa época con intensidad en la poderosa Compañía del Santo Sacramento, integrada por sacerdotes y laicos, que promueven con fuerza obras en favor de los pobres en distintas localidades del país. Tras algunos devaneos sentimentales, se decide por la ordenación sacerdotal, para lo que se traslada a París, donde vivirá entre 1660 y 1663. Su estancia en la capital francesa tiene tres puntos de referencia sucesivos, muy significativos los tres en lo que toca a escuela y a catequesis: en primer lugar, san Nicolás del Chardonnet; luego las misiones extranjeras y los seguidores de Vicente de Paúl y, por fin, el seminario de san Sulpicio, donde encontrará como formador a Tronson, que unos años más tarde acogería a Juan Bautista De La Salle en aquellos mismos locales. En esta época Démia coincidirá asimismo, en referencias e inquietudes, con Nicolás Roland, el futuro director espiritual de De La Salle.

Ordenado sacerdote en París, Carlos regresa a su tierra donde comenzará a trabajar en la renovación del clero diocesano predicando misiones populares, lo que le llevará a conocer de cerca muchos pueblos y parroquias de aquella región. Su contacto con la dura realidad de los maestros de escuelas populares y con la irrisoria formación religiosa de los cristianos de a pie, unido a la influencia de sus antiguas actividades en distintas grupos piadosos, le convencerán de la necesidad de promover las escuelas cristianas como medio indispensable para cambiar el estado de las cosas: “No hay mejor medio de secar la fuente de tantos desórdenes y de reformar cristianamente ciudades y provincias que creando escuelas para la instrucción de los hijos de los pobres, en las que, junto al temor de Dios, se les enseñe a leer, escribir y contar por medio de maestros capacitados para instruirles en esas cuestiones, que afortunadamente les pondrían en condiciones de trabajar en la mayor parte de las artes y profesiones, no habiendo ninguna en que estas primeras nociones no sean de gran ayuda y camino para avanzar hacia los empleos más importantes”.

Claro que, en aquel tiempo, la figura del maestro estaba muy desprestigiada. El Propio Démia escribirá de ellos que “este empleo está expuesto al desprecio y es muy a menudo ejercido por miserables, desconocidos y gente sin prestigio, que no pueden inspirar la piedad, la capacidad y la honradez, pues normalmente nunca las tendrán por no haberlas conocido, o no haber recibido educación en una casa que les comunicara tales virtudes”.

Hermano Josean Villalabeitia

(Continuará…)



[1] El propio Démia, en su principal obra, cita expresamente las recomendaciones del Concilio de Trento cuando trata de convencer a las autoridades de su ciudad para que abran escuelas populares.

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