lunes, 1 de septiembre de 2014

Carlos Démia, conclusión

Precursores de los Hermanos de las Escuelas Cristianas (9)

Dos rasgos son, fundamentalmente, los que han colocado a Carlos Démia en un lugar destacado de la historia de la educación; a saber, su visión del interés social de la escuela y su faceta de organizador escolar de amplias miras. Desde el punto de vista específicamente pedagógico, sus aportaciones apenas tienen interés.

En cuestiones propiamente didácticas y de estructuración de la vida escolar, Démia se limitó a seguir las indicaciones del libro de La escuela parroquial, con algunos leves retoques apenas significativos[1]. Lo único un tanto peculiar quizás, destinado sobre todo a las chicas, fue su interés por introducir en la escuela el trabajo manual, hasta el punto de haber creado lo que hoy llamaríamos una escuela profesional femenina, dirigida por señoras, en las que, además de la lectura y la escritura, el trabajo manual tenía una importante presencia en el horario. En ella, los productos confeccionados  —sobre todo cuestiones de bordado y costura—  quedaban en propiedad de las alumnas.

Es indiscutible que Démia y De La Salle hacen un análisis muy similar de la realidad social y de los posibles beneficios que puede introducir en ella una escuela bien montada[2]. De cualquier manera, como ya se ha señalado, es evidente que De La Salle no carga tanto las tintas de la crítica social a la hora de juzgar a los padres, por ejemplo, o de pintar las consecuencias que para la sociedad tiene la miseria, cuando se junta con la ignorancia. Posiblemente Démia veía la conveniencia de las escuelas sobre todo desde el punto de vista de la ciudad y su economía, que necesitaba obreros bien preparados y no vagabundos que no tuvieran nada útil que aportar; quizás por eso se volvía tan crudo en sus descripciones y críticas sociales...

De La Salle, por el contrario, manejaría una visión diferente: su interés fundamental sería, más bien, sacar a aquellas gentes de su miseria humana y cristiana, y, para conseguirlo, la escuela y el trabajo consecuente le parecían una vía espléndida. Por ello, Juan Bautista apostaba por preparar en las escuelas a los chicos de modo que después pudieran encontrar trabajo con facilidad y se libraran con ello de la condena social a que su origen pobre les abocaba de antemano. Era, por tanto, una visión más moral y escatológica, que puramente económica o de organización social. Por ello, para plantear estos temas, De La Salle no se fijaba tanto en los desastres sociales, y sí bastante más en los morales. Los padres, por ejemplo; es cierto que no se ocupan de sus hijos como debieran; pero no hay asomo de crítica por parte de De La Salle hacia su comportamiento. Están, sencillamente, demasiado ocupados en asegurar la vida de su familia y, aunque quisieran catequizar a sus hijos, no sabrían cómo hacerlo, porque no estaban formados y carecían de dinero. De La Salle los descarga así de casi toda su responsabilidad.

Además de sus planteamientos sociales, inquietud común en ambos renovadores escolares es también la necesidad ineludible de formar profesionalmente a los maestros si se pretende que la escuela pueda dar el ambicioso fruto que de ella se espera. Sin embargo, con rozarse tangencialmente en algunos aspectos  —organización de centros de formación para maestros, creación de lazos entre los maestros, retiros y conferencias, etc.—, la solución concreta que cada uno dará a su inquietud es diferente.

Vista la respuesta obtenida de los jóvenes seminaristas, y algunas opiniones que hemos conocido más arriba, está por ver si Démia no se arrepintió al final de haber apostado por los jóvenes candidatos al sacerdocio como cantera de maestros para sus escuelas populares. Y es que, como en tantos otros casos, también las Hermanas de san Carlos demostraron con obras que era mucho más fácil encontrar maestras fieles al ministerio, y que el trabajo con ellas era, además, mucho más fructífero, que hallar hombres dispuestos a dedicarse de por vida al ingrato deber de la escuela, abandonando con ello otras perspectivas sencillas de alcanzar para gente de estudios, como ellos, y mucho más beneficiosas desde tantos puntos de vista.

Hermano Josean Villalabeitia



[1] Démia propuso para sus escuelas una ortografía del francés que simplificaba mucho su escritura: suprimir las letras que no se pronuncian, reducir las letras repetidas a una sola, simplificar los signos de origen griego, como la ‘th’ o la ‘ph’, escribiendo en su lugar ‘t’ o ‘f’, sustituir la ‘y’ por ‘i’... Lo único que se terminó aceptando es la sustitución de algunas ‘s’ en el interior de las palabras por un acento circunflejo. Démia no tuvo éxito en su intento a pesar de que hoy, al menos a los no franceses, su propuesta no nos parece tan mala idea...
[2] Existen algunas coincidencias más, incluidas referencias directas comunes a una carta de san Jerónimo y a la figura del canciller Gerson, con idénticas aplicaciones prácticas. Resulta, pues, innegable que De La Salle conocía los escritos de Démia.

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