viernes, 11 de julio de 2014

Las ‘Advertencias’ de Carlos Démia

                      Precursores de los Hermanos de las Escuelas Cristianas (7)

Dejábamos en nuestro anterior capítulo al Padre Démia, en su Lyon natal, interesado por el problema de las escuelas como medio para corregir la descristianización e ignorancia religiosa que había conocido en sus visitas a las parroquias de su diócesis. Esta inquietud será el inicio de lo que llegaría a ser una vida dedicada por entero a la creación, organización y sostenimiento de escuelas populares.

El pistoletazo de salida de esta carrera escolarizadora lo daría Démia en 1666, con el envío a los responsables municipales de una carta ‘sobre la necesidad de escuelas para la instrucción de los niños pobres’. Dos años más tarde, insistirá sobre el mismo asunto en un escrito algo más extenso y mejor pensado que, a la postre, sería el más conocido del autor. Su título: ‘Advertencias’[1] a las personas importantes de la ciudad de Lyon, un escrito que alcanzó gran difusión porque fue enviado a muchos conocidos de Démia que, a su vez, se lo dieron a leer a otras personas; tuvo, pues, lo que hoy en día llamaríamos un propagación ‘viral’... Uno de los que, sin duda, lo recibió fue el futuro director espiritual de De La Salle, Nicolás Roland, de quien el primer editor de las Remontrances asegura que, impresionado por su lectura, se decidió a fundar en Reims una comunidad para atender las escuelas.

Este opúsculo[2] de las Advertencias está escrito con un estilo vivo y enérgico, que no duda en incorporar, al mismo tiempo, ciertos recursos para ganarse a los lectores a quienes se dirige: las autoridades de la ciudad. Por ello, se puede decir que el texto comienza con un poco de incienso, afirmando que “el principal medio para consumar el esplendor y la magnificencia de esta gran ciudad es crear en ella escuelas cristianas”. Y como remate del escrito, de nuevo se dará Démia a la adulación de la villa para tratar de convencer a sus regidores de lo que esta ganaría con la incorporación de alguna escuela, pues “recibiría así el último rasgo de belleza que parece faltarle para convertirla en perfecta, de modo que en adelante pueda servir de modelo cumplido para otras ciudades del reino”.

Entrado ya en materia, Démia intenta a continuación razonar en torno a la diferencia que existe entre la aportación social de los niños de buena familia, bien educados y provechosos para la sociedad, y los niños pobres, que quedan al albur de sus tendencias naturales porque no tienen a nadie que les enseñe cómo domeñarlas. De ahí la conclusión: “La educación de los hijos de los pobres está totalmente abandonada, cuando tendría que ser la más importante del Estado ya que son los más numerosos en él”.

A la descripción de los males que provoca entre los niños pobres la falta de escuelas para ellos no le falta, en absoluto, crudeza, por pretender quizás Démia desplegar de esa manera su máxima capacidad de convicción: “Los jóvenes mal educados caen en la holgazanería; de ahí que no hagan otra cosa que deambular y correr de un lado para otro; que se les vea amontonados en los cruces de las calles, donde se entretienen hablando como desvergonzados; que se vuelvan díscolos, libertinos, jugadores, blasfemos, violentos; que se entreguen al alcohol, la impureza, el robo y la delincuencia; que se conviertan, en definitiva, en los más depravados y rebeldes del Estado, de quien son miembros, y terminarían corrompiendo al resto del cuerpo si no fuera porque el látigo de los verdugos, las galeras de los príncipes y los patíbulos de la justicia arrebatan de la tierra a estas serpientes venenosas antes de que infecten a todo el mundo”[3]. Un cuadro similar pintará a continuación con protagonistas de sexo femenino: chicas pobres que, tras un sinfín de vicios y perversiones, terminarán cayendo “en la miseria, que es la roca donde ordinariamente naufraga el pudor de este sexo”. De hecho, según indica Démia, “los crímenes son normalmente cometidos por quienes han sido mal educados”. Seguro que no ha pasado desapercibida para el lector la intensa acritud con que el clérigo lionés describe los males sociales a los que puede avocar la miseria.

Pero el perjuicio que esta situación provoca no es únicamente moral, o de costumbres; también tiene gran incidencia económica y social: “De esta penuria de buena educación viene la dificultad que existe para encontrar servidores fieles y obreros competentes”. Obsérvese el punto de vista marcadamente social con que Démia plantea sus reflexiones.

No es que los asuntos propiamente catequísticos no le interesen; de hecho, Démia hace referencia, en algún momento, a prácticas específicamente religiosas, como sermones y catecismos. Pero, a su modo de ver, a los jóvenes dichas prácticas piadosas no les sirven para nada, “porque muchos de ellos no van nunca a la iglesia, y los que lo hacen no aprovechan nada, porque la mayor parte de las instrucciones que en ella reciben no están al alcance de su comprensión, o por […] la corrupción de la naturaleza y las malas compañías”. A nuestro sacerdote probablemente le interesa más el aspecto social porque cree que es la mejor manera de convencer a los responsables del gobierno de la ciudad para que se animen a abrir escuelas. Aunque solo sea por miedo a las posibles consecuencias de tener por las calles a tanta gente rebelde, maleante, revoltosa... “Se ven tantos holgazanes y vagabundos por las calles que, no sabiendo otra cosa que beber, comer y traer al mundo batallones de miserables, podrían provocar desórdenes públicos; porque este tipo de gente está normalmente inclinado a la sedición y es capaz de cualquier empresa maléfica”. Aparecen de nuevo en este texto, como se ve, los paisajes humanos ásperos y desabridos...

Y, como es lógico, tras la descripción del problema llega la propuesta de solución, que no es otra que la escuela, esto es, la formación humana y cristiana de esa gente tan peligrosa para sociedad: “Establecer escuelas cristianas donde los pobres de uno y otro sexo reciban enseñanza gratuita en su primera infancia”. ‘Noviciados’, ‘seminarios’, ‘semilleros’ de ciudadanos adultos, ‘academias de perfección de los niños pobres’... eso son para Démia las escuelas, porque, según indica, “a menudo se encuentra oro en ese barro, y piedras preciosas entre esas rocas, es decir, sujetos tanto o mejor dispuestos para las artes, las ciencias y la virtud que entre el resto de los hombres, como un gran número de ejemplos confirma con bastante claridad”. Según las convicciones de Démia, “de la masa surgirá una élite; la masa misma será un reservorio de fuerzas. Se vendrá a buscar a ella, como en la parábola del Evangelio, jóvenes obreros para la viña”. Además, el remedio escolar promete ser buena solución durante largo tiempo, pues “los buenos hábitos adquiridos en la juventud solo raramente se pierden”.

Una vez expuestos los argumentos, Démia se dirige directamente a los interesados para que reaccionen y se pongan manos a la obra de fundar escuelas para pobres: eclesiásticos, magistrados, constructores... y toda persona caritativa que pueda aportar su “limosna para una buena educación […] Porque esta no sirve únicamente para sostener el cuerpo, sino también para el alimento y la perfección del alma. Cuando se entrega a los pobres víveres contra el hambre o vestidos para los rigores del clima, se les aportan beneficios pasajeros que terminan desapareciendo, unos por la llegada del calor natural, los otros por su consumo. Pero la buena educación es una limosna permanente, el cultivo de los espíritus juveniles un beneficio que poseerán para siempre y del que extraerán frutos durante toda su vida”. Sin olvidar los beneficios espirituales, por supuesto, ya que, una vez formados, los pobres “estarán en condiciones, no solo de escapar a las miserias de la vida, sino, además, por la lectura de buenos libros y la práctica de los mandamientos de Dios, podrán conducirse con eficacia hacia el fin para el que fueron traídos al mundo”.

                                                                  Hermano Josean Villalabeitia
(Continuará…)



[1] El título original completo, de difícil traducción literal, es: Remontrances faites à Messieurs les Prévôt des Marchands, Échevins et principaux habitants de la ville de Lyon. Hoy se cita habitualmente solo con la primera palabra: Remontrances.
[2] Se trataba de un texto muy corto, que probablemente no fuera al principio sino una larga carta, o un breve informe o memorial manuscrito. Probablemente no fue imprimido hasta después de la muerte de Démia, en una recopilación de documentos que circuló bastante.
[3] Podríamos encontrar cierta similitud con estos planteamientos en la visión social que muestra De La Salle en su segunda meditación para los días de retiro, aunque, sin duda, el fundador de los Hermanos lo expone todo con mucha más delicadeza. cf. MR 194,1,1, p. 581.

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