Dos rasgos son, fundamentalmente, los que han colocado a Carlos Démia en un lugar destacado de la historia de la educación; a saber, su visión del interés social de la escuela y su faceta de organizador escolar de amplias miras. Desde el punto de vista específicamente pedagógico, sus aportaciones apenas tienen interés.
En
cuestiones propiamente didácticas y de estructuración de la vida escolar, Démia
se limitó a seguir las indicaciones del libro de La escuela parroquial, con algunos leves retoques apenas
significativos[1].
Lo único un tanto peculiar quizás, destinado sobre todo a las chicas, fue su
interés por introducir en la escuela el trabajo manual, hasta el punto de haber
creado lo que hoy llamaríamos una escuela profesional femenina, dirigida por
señoras, en las que, además de la lectura y la escritura, el trabajo manual
tenía una importante presencia en el horario. En ella, los productos
confeccionados —sobre todo cuestiones de
bordado y costura— quedaban en propiedad
de las alumnas.
Es
indiscutible que Démia y De La
Salle hacen un análisis muy similar de la realidad social y
de los posibles beneficios que puede introducir en ella una escuela bien
montada[2].
De cualquier manera, como ya se ha señalado, es evidente que De La Salle no carga tanto las
tintas de la crítica social a la hora de juzgar a los padres, por ejemplo, o de
pintar las consecuencias que para la sociedad tiene la miseria, cuando se junta
con la ignorancia. Posiblemente Démia veía la conveniencia de las escuelas
sobre todo desde el punto de vista de la ciudad y su economía, que necesitaba
obreros bien preparados y no vagabundos que no tuvieran nada útil que aportar;
quizás por eso se volvía tan crudo en sus descripciones y críticas sociales...
De
La Salle , por
el contrario, manejaría una visión diferente: su interés fundamental sería, más
bien, sacar a aquellas gentes de su miseria humana y cristiana, y, para
conseguirlo, la escuela y el trabajo consecuente le parecían una vía
espléndida. Por ello, Juan Bautista apostaba por preparar en las escuelas a los
chicos de modo que después pudieran encontrar trabajo con facilidad y se
libraran con ello de la condena social a que su origen pobre les abocaba de antemano.
Era, por tanto, una visión más moral y escatológica, que puramente económica o
de organización social. Por ello, para plantear estos temas, De La Salle no se fijaba tanto en
los desastres sociales, y sí bastante más en los morales. Los padres, por
ejemplo; es cierto que no se ocupan de sus hijos como debieran; pero no hay
asomo de crítica por parte de De La
Salle hacia su comportamiento. Están, sencillamente,
demasiado ocupados en asegurar la vida de su familia y, aunque quisieran
catequizar a sus hijos, no sabrían cómo hacerlo, porque no estaban formados y
carecían de dinero. De La Salle
los descarga así de casi toda su responsabilidad.
Además
de sus planteamientos sociales, inquietud común en ambos renovadores escolares
es también la necesidad ineludible de formar profesionalmente a los maestros si
se pretende que la escuela pueda dar el ambicioso fruto que de ella se espera.
Sin embargo, con rozarse tangencialmente en algunos aspectos —organización de centros de formación para
maestros, creación de lazos entre los maestros, retiros y conferencias, etc.—,
la solución concreta que cada uno dará a su inquietud es diferente.
Vista
la respuesta obtenida de los jóvenes seminaristas, y algunas opiniones que
hemos conocido más arriba, está por ver si Démia no se arrepintió al final de
haber apostado por los jóvenes candidatos al sacerdocio como cantera de
maestros para sus escuelas populares. Y es que, como en tantos otros casos,
también las Hermanas de san Carlos demostraron con obras que era mucho más fácil
encontrar maestras fieles al ministerio, y que el trabajo con ellas era,
además, mucho más fructífero, que hallar hombres dispuestos a dedicarse de por
vida al ingrato deber de la escuela, abandonando con ello otras perspectivas
sencillas de alcanzar para gente de estudios, como ellos, y mucho más
beneficiosas desde tantos puntos de vista.
Hermano Josean Villalabeitia
[1] Démia
propuso para sus escuelas una ortografía del francés que simplificaba mucho su
escritura: suprimir las letras que no se pronuncian, reducir las letras
repetidas a una sola, simplificar los signos de origen griego, como la ‘th’ o
la ‘ph’, escribiendo en su lugar ‘t’ o ‘f’, sustituir la ‘y’ por ‘i’... Lo
único que se terminó aceptando es la sustitución de algunas ‘s’ en el interior
de las palabras por un acento circunflejo. Démia no tuvo éxito en su intento a
pesar de que hoy, al menos a los no franceses, su propuesta no nos parece tan
mala idea...
[2]
Existen algunas coincidencias más, incluidas referencias directas comunes a una
carta de san Jerónimo y a la figura del canciller Gerson, con idénticas
aplicaciones prácticas. Resulta, pues, innegable que De La Salle conocía los escritos
de Démia.
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