Precursores de los Hermanos de las Escuelas Cristianas (12)
Nicolás
Barré nació en Amiens en 1621. Estudió con los jesuitas de su ciudad natal,
destacando por sus dotes intelectuales y también —cosa curiosa— por su habilidad manual. Atraído por la vida
religiosa, decidió ingresar, no con sus preclaros maestros ignacianos, sino en la Orden de los Mínimos,
que por aquel tiempo tenían prestigio como penitentes, contemplativos,
predicadores, estudiosos y apóstoles. De hecho, el joven Barré se formará en el
reputado convento que su Orden tenía en la plaza Royal de París, llegando a ser
allí profesor de teología y, más tarde, también bibliotecario. Se dice que fue
uno de los primeros en inscribirse en la asociación de oración por la catequesis
que organizó el Padre Bourdoise en san Nicolás del Chardonnet. En estos años
parisinos de dedicación al estudio, el Padre Nicolás predica con frecuencia a
los laicos terciarios de su Orden, a los que les suele inculcar una
preocupación caritativa por los pobres, invitándoles a hacer algo en su favor.
Nos hallamos, pues, en un medioambiente espiritual y apostólico típicamente
tridentino.
En
1659, siendo ya un religioso de amplia experiencia, Barré es trasladado a Ruan,
donde desempeñará diferentes ministerios. Tres años más tarde, predicando una
misión popular en Sotteville, por aquel entonces pueblecito cercano a Ruan, el
Padre Nicolás se refiere a la triste condición de los niños pobres del barrio,
que no saben nada de catecismo porque nadie se lo enseña. En realidad, por
aquellos años en Ruan no existía más que un monasterio de ursulinas, para gente
bien, alguna escuela mixta para pobres, de organización y funcionamiento más o
menos regular, y las catequesis del asilo de la ciudad, orientadas a los
huérfanos e indigentes allí recogidos. El Padre Barré, con su homilía, buscaba
fondos para promover escuelas para pobres, y también voluntarios que desearan
comprometerse en la solución de tan triste situación. Al final de aquella misa
le esperan algunas voluntarias, ningún hombre. Con ellas organizará allí, en
1662, la primera escuela gratuita para niñas pobres.
La obra irá cobrando fuerza y al año siguiente Barré está en condiciones de
abrir varias escuelas femeninas más en distintos lugares de la ciudad de Ruan.
Aprovechando el ímpetu de las maestras y las instalaciones escolares, el Padre
Barré impulsará la catequesis no solo durante los días de clase, sino también
en domingos y en días festivos. Este catecismo se impartía en las mismas aulas
de las escuelitas según un método bastante original, impregnado de las
inquietudes tridentinas.
Como
organización concreta de las escuelas, las maestras de Barré seguirán, con
cierta libertad —mejorándolas, sin duda—,
las indicaciones de La escuela parroquial,
a las que incorporarán el trabajo manual, de la misma manera que acabaría
proponiendo Carlos Démia en Lyon. Atención particular se prestará a los
horarios, con una reglamentación escrupulosa del tiempo escolar, a los
registros de ingresos y ausencias de los alumnos, a ciertos planteamientos
propios de la enseñanza simultánea, a la utilización de libros comunes, fichas
y carteles para las paredes, a una la mayor presencia del francés en la
escuela, a la dulcificación de la disciplina, etc.
Como
apoyo financiero del proyecto, cuenta con las aportaciones de varias señoras de
la alta sociedad; entre ellas una remense, viuda de un rico comerciante, que ha
experimentado una repentina conversión y está dispuesta a darse por entero,
junto con sus bienes, a los pobres. Nos referimos a la Señora de Maillefer, que
está lejanamente emparentada con los canónigos remenses Roland y De La Salle, y acabará teniendo
una participación significativa en la fundación de las primeras escuelas
lasalianas en Reims. El año 1670, la
Señora de Maillefer financiará la fundación de una escuela
para niñas pobres, de la red de Barré, en Darnétal, cerca de Ruan.
El
ritmo de vida y de trabajo que llevaban las primeras maestras de Barré es
impresionante. Según relata una de ellas, “éramos cuatro o cinco Hermanas,
totalmente entregadas a la divina Providencia, sin estar en comunidad, sino
dispersas. Dos se encargaban de la escuela de la calle de los Carmelitas y
otras tres de la casa de la Señora
de Grainville. El Padre Barré venía de vez en cuando para dar conferencias y
nos indicaba cuál debía ser nuestro régimen de vida. Nuestros ejercicios
espirituales estaban regulados. Dábamos clase desde las ocho hasta las once.
Luego llevábamos a las niñas a misa. Eran unas ciento treinta, a veces más.
Desde las doce hasta las dos nos quedábamos con las mayores. Les enseñábamos a
leer y el catecismo. Luego nos dedicábamos a las pequeñas, hasta las cinco.
Después íbamos por las casas, para instruir a la buena gente”. Además, los
domingos y fiestas impartían catecismo.
Hermano Josean Villalabeitia