La aventura
místico-escolar de Juan Bautista De La
Salle fue, sin duda, sorprendente, para él y para todos
cuantos le rodeaban.
Desde muy pronto
parecía evidente su opción por entregarse a Dios mediante el sacerdocio, pero
casi todos supondrían, seguramente, que ese no era sino el primer paso de una
carrera eclesiástica ambicionada, para tratar de encaminarse hacia un
nombramiento episcopal... por lo menos. Así se explica la elección, por parte
de Juan Bautista y su familia, de san Sulpicio, el seminario más eminente de la
época, a pesar de estar situado en París, lejos de la ciudad natal de De La Salle , y su decisión de
estudiar teología hasta el doctorado. Es probable que, en efecto, entre otros
objetivos, con esta decisión tratase de ganar puntos para ser considerado un
digno candidato a la consagración episcopal...
Pero la Providencia juega sus
bazas de manera un tanto incomprensible a los ojos de los hombres, como bien
explicó el propio De La Salle
en un documento autobiográfico: “Aparentemente, Dios, que gobierna todas las
cosas con sabiduría y suavidad, y que no acostumbra a forzar la inclinación de
los hombres, queriendo comprometerme a que tomara por entero el cuidado de las
escuelas, lo hizo de manera totalmente imperceptible y en mucho tiempo; de modo
que un compromiso me llevaba a otro, sin haberlo previsto en los comienzos”. Y
es que De La Salle
entró en el mundo de las escuelas sin apenas darse cuenta, y, cuando lo hizo,
estaba ya tan introducido en ese mundillo que le resultaba del todo imposible,
o demasiado violento, echarse para atrás.
De cualquier
manera, el primer paso —inopinado, sin
duda— en dirección al compromiso con los
pobres tal vez lo diera el propio De La Salle , en colaboración con su familia, al decidir
inscribirse en san Sulpicio, porque allí se concentraba un alto potencial de
energía tridentina que, entre otros campos, impulsaba con fuerza el compromiso
en favor de los pobres, de la catequesis y de las escuelas cristianas. Y,
además, hallándose en París, De La
Salle trabaría contacto probablemente con otros movimientos
que empujaban en ese mismo sentido, como la comunidad de sacerdotes de san
Nicolás del Chardonnet o la de los herederos de Vicente de Paúl, sita en san
Lázaro. El paso por san Sulpicio duró poco
—menos de dos años— pero lo
suficiente como para abrirle al joven seminarista una amplia ventana a ese universo,
en un momento en que, dada la juventud de Juan Bautista, ciertos planteamientos
y experiencias tocarían con seguridad fibras muy íntimas en la persona de Juan
Bautista y quedarían hondamente grabados en su interior.
Sin embargo, la cosa no quedó ahí. Cuando, por razones de imperiosa necesidad familiar —murieron sus padres y tuvo que hacerse cargo
de la familia—, Juan Bautista regresó a Reims, el soniquete de san Sulpicio fue
cobrando intensidad e insistencia, y terminó por aclarar cada vez con mayor
nitidez sus contornos, hasta hacerse perfectamente visible en forma de escuelas
para pobres y de maestros. De La
Salle había sido captado para la causa. ¿Cómo se produjeron
estos hechos? Pues por la mediación directa sucesiva de tres personas
entusiasmadas con la misión escolar entre los pobres, tres personas que
tuvieron encuentros personales, más o menos intensos, con De La Salle , y que tenían un punto
de contacto común en la capital de Normandía: Ruan.
Curiosamente, si
de Ruan le llegó al joven canónigo De La Salle la más intensa bocanada apostólica de entre
las que le empujaron hacia las escuelas cristianas populares, hacia Ruan
partiría también Juan Bautista en el último tramo de su vida, a partir de 1705,
para terminar instalando en la ciudad normanda la sede principal del Instituto
lasaliano, en san Yon, para ser más precisos. Y Ruan sería, asimismo, la
capital que acogería el último aliento del santo sacerdote remense cuando
devolvió su vida a Dios, un Viernes Santo de 1719.
Así quedaba
definitivamente configurado aquel auténtico triángulo providencial que marcó
para siempre la vida del ex canónigo de Reims y del Instituto por él fundado.
Los vértices de dicho triángulo habría que situarlos en las tres ciudades
claves del itinerario lasaliano de los primeros tiempos: Reims, París y Ruan.
Veamos quiénes fueron las tres personas, con raíces profundas en Ruan, que
ayudaron a lanzar la aventura lasaliana, y cómo se relacionaron, en concreto,
con aquel joven de Reims, recién ordenado sacerdote, que se llamaba Juan
Bautista De La Salle.
Hermano Josean Villalabeitia
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