El beato Hermano Rafael Luis Rafiringa (1856
- 1919)
Aunque beatificado por la Iglesia universal hace ya seis
años, el Hermano Rafael Luis Rafiringa apenas es conocido fuera de su tierra.
Allí sí, en Madagascar el beato Rafiringa es toda una autoridad en muy diversos
campos.
Como líder patriótico, por ejemplo, por sus rifirrafes con
los colonizadores franceses, que llegaron a encarcelarlo por creerlo implicado
en un complot anticolonial. Sin embargo, al final Francia terminaría
concediéndole una medalla por su contribución a la paz y a las buenas
relaciones franco-malgaches. Y es que, más que antifrancés, Rafael Luis era,
sin discusión, promalgache.
El beato Rafiringa es también apreciado en Madagascar como
líder católico, pues cuando los misioneros franceses tuvieron que abandonar aquella
isla, junto con sus demás compatriotas, Rafael quedó al frente de la joven
iglesia malgache, que vivía momentos complicados en rivalidad con las
religiones tradicionales del país y los influyentes protestantes.
El Hermano Rafiringa fue también un educador excelso, con una
confianza inagotable en el valor de la escuela para formar personas y
cristianos. Y un gran conocedor de su lengua materna, que le llevó a ser
elegido académico de la lengua malgache; uno de los escasos indígenas de
aquella naciente institución de europeos. En realidad, si destacó como
estudioso del malgache, fue asimismo escritor en dicha lengua, prolífico y de
calidad, que a veces alternaba con el francés.
Por fin, el Hermano Rafael Luis Rafiringa destacó por su
santidad, de modo que el santuario de Soavimbahoaka -“la colonia bendita del pueblo”, como a él le
gustaba llamarla-, donde reposan sus restos, es hoy un lugar de peregrinación
en el que nunca faltan devotos deseosos de presentarle sus cuitas, darle las
gracias por los dones recibidos o pedir algún favor por su mediación.
Rafael Luis Rafiringa es, ciertamente, una figura que hay que
tener muy en cuenta en Madagascar... Aunque fuera de la isla también, según
vamos a comprobar.
El primer religioso malgache.- Aprovechando
la aparición de la versión española de una selección de notas personales del beato,
tituladas “Frutos de cuatro años de guerra”, y de algunas de sus cartas, podemos
hacernos una idea más precisa de la visión que Rafiringa tenía sobre distintos asuntos
que nos interesan, como la cultura e idiosincrasia de los pueblos, la necesidad
de preparar a los misioneros para que realicen con tacto y prudencia su labor
en tierra extranjera o la excelencia de la escuela como instrumento de
evangelización. Pero antes de presentar el pensamiento de nuestro beato sobre
estos asuntos, esbocemos en pocas pinceladas algunos datos biográficos que ayuden
a enmarcar mejor su figura.
Nacido en 1856 muy cerca de la capital, Antananarivo, el
pequeño Rafiringa es uno de los primeros alumnos de la escuela que los Hermanos
de La Salle franceses acaban de abrir en Madagascar. En 1869 recibe el bautismo
y toma el nombre de Rafael. Siete años más tarde solicita el ingreso en la congregación
de sus maestros; será el primer religioso nativo de la isla, llamado en
religión Hermano Rafael Luis. En 1883, cuando los franceses son expulsados del
país, nuestro Hermano, único religioso de la isla, queda al frente de la
incipiente Iglesia local hasta el regreso de los misioneros, tres años más
tarde. Tendrá que presidir cultos, organizar reuniones, predicar, explicar el
catecismo, visitar a los enfermos, bautizar... Los misioneros, a su regreso, se
sorprenderán de la vitalidad que anima a su grey nativa, que creían marchita.
En 1902 Rafiringa es nombrado miembro de la Academia de Madagascar, que se
ocupa fundamentalmente del estudio del malgache. Fallecerá en Fianarantsoa en
1919 y será proclamado beato en 2009.
Rafiringa escribió numerosas obras originales en malgache, tanto
de contenido religioso como profano, y tradujo unas cuantas más del francés.
Compuso asimismo infinidad de poesías y teatrillos con destino a sus alumnos,
así como sencillos artículos piadosos. Sus trabajos de lingüista competente y
sus colaboraciones en el renombrado diccionario francés-malgache de
Abinal-Malzac conservan su vigencia. Según confesaba nuestro beato a un
misionero francés amigo, “le escribo en malgache para que se acuerde de nuestra
lengua y porque me siento más libre para expresar mi pensamiento”. A pesar de
dominar a la perfección el francés, resulta, pues, incuestionable la apuesta
que el Hermano Rafael Luis mantuvo permanentemente en favor de su lengua
materna.
La cultura de los pueblos es obra de
Dios.- La primera afirmación del beato Rafiringa que debemos considerar
es capital en su pensamiento: “Los usos y costumbres, las maneras de cada
nación, no son inventos de los hombres, sino obras de la sabiduría divina y así
debemos respetarlos”. Para fundamentar su convicción, Rafael Luis no duda en acudir
a la Biblia como sólida autoridad indiscutible: “Habiendo dicho Dios a nuestros primeros
padres «creced, multiplicaos y llenad la Tierra», los hombres se desparramaron
por todas partes. Así se formaron naciones distintas por sus climas, paisajes, dones...
Y todas esas diferencias influyeron de tal manera en los habitantes de cada lugar
que terminaron por formar países que son totalmente distintos unos de otros”.
Pero
también el Nuevo Testamento inspira a nuestro beato razones para subrayar la
importancia de la cultura de cada pueblo: “En los Hechos de los Apóstoles se
lee que los distintos grupos que asistían a la predicación del día de Pentecostés
escuchaban hablar a los Apóstoles cada cual en la lengua de su país, y no que
todos escuchasen el idioma de los Apóstoles. Esto nos enseña que los Apóstoles
y los misioneros, sus sucesores, al llevar el Evangelio a otras naciones, deben
procurar introducir en ellas la religión cristiana sin alterar sus usos y costumbres.
Porque en el concepto «lengua» podemos englobar todo lo que distingue a un
pueblo de otros”. Y Rafiringa remata su reflexión con una cita culta: “Como
dejó escrito Darmesteter, «las lenguas son como espejos en los que se reflejan
los hábitos mentales y la psicología de los pueblos»”. Ciertamente habría que
matizar la literalidad de las palabras de nuestro Hermano, aun cuando el meollo
de lo que quiere explicar pueda comprenderse y aceptarse sin mayor dificultad,
y hasta nos deje sorprendidos.
En lo
que hace a la misionología, la conclusión no se hace de rogar. Y llega de boca
de un nativo educado por misioneros extranjeros, que tiene frescas todavía, seguramente,
algunas de sus primeras experiencias al respecto: “Por todo esto, es esencial
para un misionero conocer los usos y costumbres, los hábitos, la manera de
pensar de la nación a la que es enviado. Si no los conociera, solo por milagro podría
tener éxito en su apostolado”. Luego, la comparación con que cierra sus
consideraciones no tiene desperdicio: “Los infieles son enfermos cuyo médico es
el misionero. Y un médico que no conociera al enfermo, ¿cómo podría curarlo? Lo
más probable es que lo hiciera morir”.
No queda
ahí la cosa. Esta importante obra de Dios que es la idiosincrasia peculiar de
los pueblos reclama, en opinión de nuestro beato, algunos compromisos más: “Ya
que la misión de convertir a los paganos exige, como cualquier profesión,
ciertas cualidades y conocimientos especiales por parte de los misioneros,
parece natural que haya una casa de formación preparatoria para los futuros evangelizadores,
en la que puedan adquirir dichas cualidades y conocimientos”.
Refiriéndose
más concretamente a los misioneros extranjeros llegados a su tierra, la
conclusión general adquiere tintes muy específicos: “A los sacerdotes y
religiosos de Madagascar no les basta conocer a fondo lenguas como el latín, el
griego o incluso el hebreo. Es preciso que dominen bien la lengua malgache,
desde la ortografía y la gramática hasta la sintaxis, que sean capaces de hablar
correctamente en público, y hasta de escribir poesía. De otra forma, los nativos
los tomarán por fantoches del malgache y no como a auténticos malgaches”.
También
sus propios Hermanos.- Si pensamos que sus superiores fueron todos
franceses, y que Rafiringa no ejerció cargos de relieve en su congregación, resulta
fácil imaginar que tales planteamientos tuvieron que provocar ciertos roces. Es
lo que se entrevé al fondo de algunas de sus cartas, en las que, a pesar del
conflicto latente, nuestro beato de ninguna manera disimula su visión: “El
Hermano malgache debe ser cultivado. Es necesario que sus facultades
intelectuales sean ampliamente desarrolladas”.
A
la hora de concretar propuestas de formación para sus compañeros de patria y congregación,
Rafael lo tiene claro: “Estos Hermanos deben conocer a fondo la lengua malgache
y su literatura. El Hermano malgache está llamado a hablar en público para
hacer de intérprete de un Superior o explicar ideas que desea transmitir en
profundidad; en esas ocasiones debe imponerse por su habilidad en el manejo de
la lengua. Si solo se expresara con un lenguaje pueril o tosco sería
despreciado, y el desprecio mata”. Llama la atención que el Hermano Rafiringa anticipe
posibles consecuencias vocacionales graves si no se adoptan con responsabilidad
estos planteamientos: “No debería sorprendernos que Hermanos jóvenes poco
formados en la cultura malgache pierdan su amor por la vocación; y es que
sufren y hacen sufrir a su alrededor. Felices si no cubren, además, de
vergüenza a su comunidad, su misión y la religión”.
Estas reflexiones adquieren
particular importancia cuando se trata de enviar lejos a un joven religioso
nativo, para que complete sus estudios: “Solo después de haber sido bien
formados en la cultura malgache nuestros Hermanos nativos pueden ser enviados
con provecho a La Reunión,
Francia u otros lugares, para desarrollar y fortalecer su cultura. ¡Nunca
antes! Porque está suficientemente demostrado que ningún joven malgache que
haya sido enviado para estudiar a Europa regrese luego a su país capacitado
para gestionar adecuadamente los asuntos locales; sobre todo porque habrá perdido
la mentalidad natural de los malgaches”.
Cuando
habla de esta manera y se manifiesta con tanta rotundidad, nuestro beato tiene
muy presentes algunas experiencias personales: “He llegado a ver en las audiencias
del palacio del Primer Ministro a nativos formados en Europa ¡que necesitaban
un intérprete malgache!” Y, como remate de su reflexión, recurre de nuevo a las
metáforas sanitarias: “Del mismo modo que un malgache enfermo no encontrará
fuera de su isla el buen aire que, conforme a su naturaleza, le ayude a recomponer
su salud, tampoco podrá encontrar en tierras de otra nación una educación
conforme a su mentalidad”.
La
escuela, instrumento privilegiado de evangelización.- Rafiringa tiene
también clara otra cuestión: “La educación de la
juventud en las misiones es uno de los medios más eficaces para hacer que la
religión eche raíces entre los paganos, porque es a través de ella como los
principios de la religión pueden arraigar, con las primeras impresiones
infantiles, en todos los rincones del alma, e ir creciendo con ella”.
Pero,
como es lógico, no todas las escuelas resuelven de manera satisfactoria los
retos que la inculturación reclama. De ahí que el Hermano Rafael Luis proponga
prestar especial atención a ciertos temas que en él resultan ya una constante:
“Dado que la mentalidad malgache contrasta con la de los europeos, y que el
estilo de la escuela debe tener en cuenta la mentalidad de los pueblos, es evidente
que en la educación de la juventud malgache debe usarse el estilo malgache, y
no el estilo de otras naciones. De no hacerlo así, la escuela mataría o
embrutecería las facultades intelectuales malgaches, en lugar de fortalecerlas
y hacer que florezcan”.
Puestos
a elegir un modo concreto de iniciar a los jóvenes en la fe cristiana, una
especialidad educativa le parece particularmente eficaz: “Como las familias
paganas son todavía extrañas a la fe, y por consiguiente incapaces de dar educación
cristiana a sus niños, un internado bien llevado compensa con creces este
inconveniente”. Buen conocedor de las virtudes evangelizadoras de los
internados por haber estado él mismo interno con los Hermanos de La Salle, Rafiringa
las describe valiéndose incluso de metáforas bíblicas: “Los niños internos, al permanecer
con el educador día y noche, son entre sus manos como arcilla en manos del
alfarero. Así puede él formarlos mediante una educación más continuada que a
los demás alumnos”. Además, en un internado se cultivan distintas facetas de la
educación de la persona, y no solo las intelectuales: “En un país de paganos
hay que cristianizar a estos chicos en todo su ser y hacerlos rebosar de
espíritu cristiano por todos sus poros”.
Aunque
la influencia del internado nunca debe arrebatar a los niños sus raíces
nativas: “La nación indígena, tal como Dios la creó, ha de ser educada como una
nación cristiana e indígena. Que sin dejar de ser lo que son, siempre, en todo,
por todo y en todas partes, su vida y sus acciones estén impregnadas de
espíritu cristiano”.
No cabe
duda de que el beato Rafiringa debía de ser un educador peculiar. Él mismo
cuenta, en una de sus cartas, que compuso “una obra sobre los proverbios
malgaches” en la que ella exponía “muchas grandes verdades, sobre todo para uso
de los misioneros educadores”. Cuando el texto llegó a manos de uno de sus
compañeros franceses, este exclamó: “Hay que imprimir este trabajo y dar un
ejemplar a cada maestro”. Parece ser que contenía críticas bastante fuertes “hacia
algunos educadores, sobre todo hacia los extranjeros más torpes, que jamás me
habría atrevido a expresar de no habérmelo solicitado”. Y, a modo de excusa definitiva,
Rafiringa añade: “Aunque esas verdades se encontraban ya en los proverbios
malgaches y de ninguna manera son, por tanto, una invención mía”.
En
resumidas cuentas, el beato Hermano Rafael Luis Rafiringa merecería un puesto
de honor entre cuantos se interesan por la labor misionera; en particular, entre
quienes defienden la necesidad una adecuada inculturación de la vida y el
mensaje cristianos en las sociedades que los acogen. En estas cuestiones Rafiringa
fue, sin duda, un pionero, en tiempos de misioneros expatriados culturalmente
prepotentes, poco dados a plantearse estas cuestiones. Pensemos que estamos
hablando de un indígena que vivió hace más de un siglo en una isla remota en
plena ebullición colonial. Casi nada.
Josean Villalabeitia
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