Precursores
de los Hermanos de las Escuelas Cristianas (2)
En relación con
las concreciones pedagógicas —a veces
consideradas por los más entusiastas como revolucionarias— de la primitiva fundación lasaliana, mucho
más influyentes que los Hermanos de la Vida
Común fueron, sin duda, los jesuitas, poderosa orden
religiosa desde un siglo antes del nacimiento del Fundador.
Además de en
otros rasgos fundacionales de la
Compañía de Jesús, su influencia en temas educativas pudo
llegar, sobre todo, a través de su famosa Ratio
studiorum, publicada en 1599. En realidad, este documento, que organiza de
manera muy práctica los colegios jesuíticos de aquella época, no es sino el
final de todo un proceso, iniciado medio siglo antes, por el que distintos establecimientos
jesuitas trataron de estructurar sus estudios. Al final, después de tiras y
aflojas más o menos serios y prolongados entre diferentes colegios que
pretendían imponer su estilo, se llegó a un documento de consenso, que casi
todos admitieron, y es precisamente el que ahora mismo nos ocupa.
Se podría
sostener, quizás, que la Ratio studiorum jesuítica tiene un cierto
aire medieval, como si se sintiera heredera de algunas formas de hacer de
aquella época, pero lo que sin duda destaca en ella es el espíritu renacentista
adoptado, el descubrimiento de las ingentes potencialidades del hombre —físicas, intelectuales y sociales— que hay que desarrollar y poner al servicio
de Dios. Se suele afirmar que el modelo fundamental para redactar la Ratio fue la famosa ‘Universidad de París’,
que tanto influyó en quienes pasaron por sus aulas. Entre sus características
principales podríamos destacar: diversificación de objetivos y contenidos,
orden sistemático y coherente en los programas, variedad y complementariedad de
las materias que se trabajan, separación y gradación en el estudio de las
mismas, fijación de plazos y pruebas de evaluación, división de los alumnos en
grupos, según sus niveles de conocimiento, ejercicios prácticos constantes,
recurso a la emulación, a los premios y castigos, disciplina estricta y hasta
rigurosa, conjugación de la virtud moral personal con el cultivo excelso de las
letras, inspiración humanista y cristiana...
Los jesuitas
insisten mucho en lo que llamaríamos ‘cultura clásica’, es decir, el estudio
del griego y el latín, sobre todo de este último, que a partir del segundo
curso todos los alumnos deben saber leer y escribir correctamente. Poco a poco
se van también abriendo al cultivo de conocimientos más contemporáneos, como las
ciencias. Su objetivo académico esencial sería alcanzar el ideal de la
formación humanística, esto es, la elocuencia perfecta. Aunque si la Ratio
trataba de crear buenos comunicadores por oral y por escrito, con el mismo
ahínco buscaba gente reflexiva y socialmente impecable; y, por supuesto,
personas ornadas con virtudes de todo tipo y cristianos excelentes.
Como formas de
actuar genuinas de esta pedagogía jesuítica podríamos subrayar la cura personalis, es decir, la atención a
la persona individual, con sus peculiaridades y defectos, con sus
potencialidades y aristas. Y es que la
Ratio no solamente pide a los profesores que
oren por sus alumnos y los atiendan en coloquios privados, sino que
expresamente les recomienda que “no tenga aversión a nadie, interésese por los
estudios del pobre lo mismo que del rico, y procure el éxito de cada uno de sus
discípulos en particular”.
Llama también la
atención la cantidad de ejercicios que se proponen a los alumnos; no cabe duda
de que se trata de una pedagogía eminentemente práctica: se impulsa la
emulación, y hasta la competición abierta, entre los alumnos, se debate, se
desarrollan sesiones interesantes y participativas. Por otra parte, las
actividades matutinas son de naturaleza bastante distinta de las que se
desarrollan por la tarde, y se cuida mucho la selección de autores y libros que
los colegiales conocerán. Queda, además, claro que, si el objetivo de fondo es
formar personas y cristianos en la excelencia, eso solo puede conseguirse si se
comprende a la persona de una manera integral, es decir, si se cultivan en ella
todos los todos los aspectos auténticamente humanos que atesora.
De hecho, Juan
Bautista De La Salle ,
en las Meditaciones destinadas a sus
discípulos, dedica una a Ignacio de Loyola, fundador de los jesuitas[1].
Como no podía ser menos, los términos en los que se refiere al santo vasco son
altamente elogiosos. Un aspecto de la fecunda experiencia espiritual de Ignacio
de Loyola le atrae de entrada: su intensa preocupación por la ‘salvación de las
almas’: “Este santo tuvo tan ardiente celo por la
salvación de las almas que, para trabajar en ella con mayor facilidad y
eficacia, comenzó a estudiar a los treinta y tres años, alojándose en un
hospital, pidiendo limosna durante todo ese tiempo y enseñando el catecismo a
los niños y a los pobres”. A continuación, como suele ser habitual en sus Meditaciones, el fundador de los
lasalianos acude a la experiencia de sus Hermanos para recordarles que “vuestro
empleo sería poco útil si en él no tuvierais como fin la salvación de las almas”.
Y de ahí se siguen una serie de preguntas que sacuden un poco sus conciencias
apostólicas: “¿Os impulsa vuestro celo por los pobres a buscar medios tan
eficaces como los empleados por san Ignacio?”.
En
el tercer punto de esa misma Meditación,
el Señor De La Salle
identifica el fin apostólico de los jesuitas con el de las Escuelas Cristianas y, fiel a su estilo de siempre en las Meditaciones, concluye su reflexión
invitando a los Hermanos a imitar las virtudes jesuíticas descritas: “Ya que
Dios os ha llamado a educar a los niños en la piedad, lo cual también realizan
los discípulos de este santo fundador, vivid con tanto desasimiento y tened tan
vivo celo en procurar la gloria de Dios como lo tuvo este santo, y como lo
tienen los de su Compañía, y produciréis copiosos frutos en aquellos que
instruís”.
No cabe, pues,
duda de que Juan Bautista De La
Salle conocía bien y apreciaba las obras de los jesuitas[2],
presentes incluso en su mismo Reims natal. Sin embargo, más que en su
organización académica y escolar, en general, la influencia de los jesuitas es
más palpable en la espiritualidad de los educadores lasalianos, sobre todo en
asuntos que tiene que ver con el examen de conciencia, la meditación, la
adopción de compromisos prácticos que hay que recordar durante el día como
remate de la meditación silenciosa, etc.
Hermano Josean Villalabeitia
[1] MF 148, pp. 496-497.
[2]
Mediado el siglo XVII unos 27.000 jóvenes franceses se formaban con los
jesuitas; 13.000 de ellos en París, aunque su colegio más célebre era el de
Clermont. La mayor parte de los grandes hombres del reinado de Luis XIV son
antiguos alumnos jesuíticos: Corneille, Descartes, Molière, Bossuet...
Mi salutacion,es impresionante,como han mantenido,lo clasico,con racionalidad espiritual,estan mas en los compromisos del dia a dia del ser,sigan sigan,hace falta incremento en la productividad de un pais,me atrae sus planes comunitarios.jacinto Ramirez ci 3328636 soy medico y psicologo email.ramirezmjacinto@ gmail.com
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