Situándonos
en la historia en un momento de cierta madurez de la primitiva obra lasaliana,
con el Fundador ya en sus últimos años de vida y el modelo de Escuelas
Cristianas en gran medida diseñado, se podría mirar hacia atrás por el camino
recorrido y apreciar unos puntos de luz incontestables que ayudaron con
seguridad a los lasalianos a orientar sus pasos a la hora de las decisiones, o
en los inevitables momentos de oscuridad y de duda.
Porque,
si es verdad que las escuelas lasalianas de los primeros tiempos eran ejemplos
claros de creatividad e innovación pedagógicas, no lo es menos que, al
describir esa novedad, a veces se tiende a exagerar. Los primitivos lasalianos
no inventaron demasiadas cosas en sus escuelas, pues a menudo lo que parece una
novedad absoluta en la historia —enseñanza
simultánea, utilización de la lengua materna, gratuidad escolar, preparación
para la vida, oficios en la escuela...—
no es sino el desarrollo de una idea que ya estaba presente —en germen o como desarrollo somero— en alguna experiencia anterior.
Juan
Bautista De La Salle
y sus primeros Hermanos, más que extraer de la nada planteamientos y modos de
hacer escolares —que alguno sí que
propusieron por primera vez—, lo que con mayor frecuencia consiguen es que
ideas que otros sugirieron e intentaron consolidar en el tiempo y extender en
el espacio tuvieran éxito, dieran el fruto deseado y, con el paso de los años —a veces después de bastantes decenios— quedasen definitivamente incorporadas a la
tradición indiscutida de la escuela popular.
Pero
no solo eso; el cuadro estructural y la organización general de las primeras
escuelas lasalianas y el comportamiento de sus maestros estaban tan bien
diseñados que permitieron poner en práctica al mismo tiempo, en la misma
escuela, ideas y planteamientos que tenían diferentes orígenes, a veces incluso
muy lejanos entre sí. Los primeros lasalianos introducían varias novedades a la
vez y, sin embargo, el cuadro general no crujía en absoluto; al contrario,
funcionaba cada vez mejor.
Otras
veces lo que aquellos primeros Hermanos hicieron fue desarrollar con amplitud y
ambición didáctica y pedagógica propuestas que en sus predecesores estaban solo
apuntadas o muy poco desarrolladas; fue con los lasalianos como aquellas ideas
pudieron llegar a una primera plenitud, abierta a sucesivos desarrollos, por
supuesto.
De
La Salle y sus
Hermanos, por consiguiente, más que originales en sus propuestas concretas,
fueron extraordinariamente innovadores y creativos en sus síntesis,
compiladores geniales de experiencias educativas diversas, pedagogos eclécticos
y sincretistas que acertaron con el marco general en el que acomodar un montón
de ideas pedagógicas, no siempre perfectamente acordes unas con otras, que, sin
embargo, portaban en su interior ciertas claves fundamentales para la escuela
que era preciso redimir.
La
estructura final de sus desvelos escolares quedaría fijada para siempre en la Guía de las Escuelas Cristianas, minucioso
reglamento de las primeras escuelas lasalianas, desarrollado y puesto a punto
en sucesivas experiencias originales por un grupo de hombres vocacionados y
entusiastas, que se encontraban plenamente a gusto dando vida a las páginas de
esa Guía y se sentían, al mismo
tiempo, muy importantes, pues estaban convencidos de que era Dios mismo quien
los había enviado a trabajar a esa insospechada viña divina que eran las
escuelas para pobres.
Pero,
¿de dónde pudieron tomar, en concreto, sus ideas De La Salle y sus primeros
Hermanos? Yo creo que, en relación con esta cuestión trascendental, sería
conveniente distinguir un origen primordial innegable, el libro de La escuela parroquial —con la extensa y preciosa experiencia
escolar que atesoraba en sus páginas—, publicado en 1654, y a continuación, en
un nivel que dependería asimismo, en cierta medida, del libro citado, habría
que establecer dos familias de influencias, distintas y bastante independientes
entre sí seguramente, pero todas ciertas. Una sería la de Carlos Démia, lejano
en la geografía pero más cercano a través de sus libros, de los que tenemos
garantías que De La Salle
conocía y probablemente leyó. La otra podríamos denominarla el ‘triángulo
providencial Ruan-Reims-París’, considerando como figura destacada del mismo a
Nicolás Barré, quizás la persona que más influyó, a todos los niveles, en la
vida y obra del Señor De La
Salle desde que este se lanzara a la fascinante aventura de
promover escuelas y formar comunidades de maestros.
Pero
a la sombra de Barré, y como instrumentos materiales más directos, habría que
colocar asimismo, sin duda, a Nicolás Roland y, cómo no, a Adrián Nyel, que
fueron quienes, a través de su contacto personal con el Señor De La Salle , fueron abriendo un
camino que ellos mismos habían recorrido apoyados en parte en Barré, como más
tarde este mismo se encargaría de desbrozar e iluminar para el fundador de los
lasalianos. Roland quizás influyera más en aspectos espirituales, aunque lo
escolar no le era en absoluto ajeno, mientras que Nyel tuvo probablemente más
influencia en aspectos directamente relacionados con el desempeño escolar y la
organización de las escuelas para pobres.
Junto
a estos precursores cercanos, no debemos olvidar otros más lejanos, en el
tiempo o en la geografía, que dejarían también, de alguna manera, su impronta
en el campo de la educación y la pedagogía. Sin que podamos establecer siempre
con precisión los caminos por los que su influencia llegó a los lasalianos
primitivos, aunque solo sea por prudencia no podemos dejarlos de lado.
A
todos estos precursores de los Hermanos de las Escuelas Cristianas y su obra
dedicaremos los próximas entregas de nuestra serie de escritos para Inter nos. Al principio a los
precursores remotos, para centrarnos más adelante en los precursores próximos.
Confiemos
en que nuestros textos sean del agrado de los lectores. ¡Gracias desde ahora
mismo por vuestra atención y vuestra benevolencia!
Hermano Josean Villalabeitia
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