Es
un documento nacido hacia el final de la vida del Fundador, que sirvió para
resolver la crisis provocada por la retirada de Juan Bautista hacia el sureste
de Francia, intentando escapar de las dificultades que asediaban a su Instituto
por el norte.
El
origen de toda esta peripecia histórica podría
situarse hacia febrero de 1712, aunque la cosa se gestaba desde tiempo atrás. La Sociedad de las Escuelas
Cristianas se halla por entonces sometida a una serie de fuertes tensiones: juicios
que prometen sentencias poco favorables, eclesiásticos que tienen un
ascendiente notable –no siempre
beneficioso- sobre algunos Hermanos,
división interna, críticas contra el Superior...
De La Salle
se considera culpable directo de todo ello, piensa que su persona está
influyendo muy negativamente sobre los acontecimientos que amenazan al
Instituto, y tal vez hasta llegue a considerar que, después de más de treinta
años de duros esfuerzos, sacrificios, renuncias, opciones, convencido de que
Dios mismo era quien se los solicitaba, todo lo que ha emprendido y ayudado a
desarrollar estaba equivocado y le hubiera resultado más provechoso dedicarse a
otros menesteres. El caso es que, seguramente como vía de solución para las
dificultades, decide quitarse de en medio: deja París y se va hacia el sur de
Francia -otras tierras, otros Hermanos-,
dejando de hecho abandonadas en manos de los Hermanos sus responsabilidades de
Superior, sobre todo en el norte del país, que es donde se situaba gran parte
de las comunidades de Hermanos y, desde luego, todas las más antiguas[1].
Probablemente
se ha exagerado un tanto esta huida de Juan Bautista; visitó ciertamente
comunidades de Hermanos, vivió en ellas y los demás superiores de la Sociedad siempre supieron
dónde localizarle. Pero sí es cierto que pretendió alejarse del núcleo del
torbellino y, sobre todo, que entró en una crisis personal
y espiritual impresionante. Los
biógrafos dicen que
fue el encuentro con una santa
mujer, que encontró casi por casualidad en un santuario del sudeste de Francia,
cuando se recuperaba de un achaque de salud, el que comenzó a despejar las
tinieblas que poblaban el interior del ex canónigo remense[2]. Pero, en realidad, el
punto de inflexión determinante vino a provocarlo una misiva que le dirigieron
a Juan Bautista algunos Hermanos directores de la región parisina, preocupados
por el cariz que estaban tomando los acontecimientos y por la cada vez más
prolongada ausencia de su superior mayor.
El
texto de dicha carta, escrita el día de Pascua de 1714, es el siguiente:
"Señor, nuestro querido padre: Nosotros, principales Hermanos de las
Escuelas Cristianas, deseando la mayor gloria de Dios y el mayor bien de la Iglesia y de nuestra
Sociedad, reconocemos que es de capital importancia que vuelva a encargarse de
la dirección general de la obra santa de Dios, que es también la suya, ya que
plugo al Señor servirse de usted para fundarla y guiarla desde hace tanto
tiempo. Todos estamos convencidos de que Dios le ha dado y le da las gracias y
los talentos necesarios para gobernar bien esta nueva compañía, que es tan útil
a la Iglesia ;
y con justicia rendimos testimonio de que usted la ha guiado siempre con gran
éxito y edificación. Por todo ello, señor, le rogamos muy humildemente y le
ordenamos, en nombre y de parte del Cuerpo de la Sociedad , al que usted
prometió obediencia, que vuelva a asumir de inmediato el gobierno general de
nuestra Sociedad[3].
En fe de lo cual lo hemos firmado. Hecho en París este primero de abril de
1714, y nos reiteramos, muy respetuosamente, señor nuestro muy querido, sus muy
humildes y muy obedientes inferiores"[4].
De
nuevo en un momento de profunda crisis en el Instituto, con un muy serio
peligro de cisma interno, el único noviciado en horas muy bajas y algunos eclesiásticos
intentando modificar las Reglas y controlar la Sociedad con el aparente
beneplácito de no pocos Hermanos, la fórmula de consagración de 1694 va a
aportar luz y energía suficientes para salir del túnel. Ni qué decir tiene que
De La Salle no
se lo pensó dos veces: hizo caso a lo que sus Hermanos le solicitaban y en poco
tiempo se presentó
de nuevo en
París para ponerse a su
disposición. Se superaba de esta manera la que se considera probablemente como
la crisis más grave que sufrió el Instituto en vida del Fundador[5].
Subrayemos
también, de paso, que el aparente abandono en que Juan Bautista deja a los
Hermanos del Norte sirve, dentro de lo malo, para que algunos Hermanos con
responsabilidades de gobierno tomen la situación en sus manos, comiencen bien
que mal a tomar decisiones y adquieran en poco tiempo una experiencia intensa
de gobierno, que en sus puestos anteriores no tenían y sólo los momentos de
dificultad conceden con acelerada rapidez. De hecho, el Hermano Bartolomé, a
quien le tocó hacer de Superior en los momentos de ausencia de Juan Bautista,
tuvo que actuar con tres o cuatro años de antelación casi como el Superior
General que posteriormente, a partir de su elección en la asamblea de 1717,
fue. Son algunos efectos positivos de la crisis, cuya importancia de cara al
desarrollo de la Sociedad
de las Escuelas Cristianas no se debe menospreciar.
Pero
centrémonos en la carta.
Los biógrafos primitivos subrayan el espíritu de obediencia
de que dio muestra el Señor de La
Salle accediendo a lo que solicitaban sus Hermanos[6]. Sería un tema de
discusión interesante para los canonistas saber hasta qué punto tres Hermanos
directores y algún Hermano más[7] podían constituirse en ‘Cuerpo’
del Instituto y dar órdenes válidas a su Superior mayor. Pero no es este el
punto que nos interesa: los primeros biógrafos tienen la permanente tentación
de construir una imagen ideal de la persona, convirtiéndola en un personaje, en
un modelo para imitar, de hacer hagiografía, en suma; y en este suceso la
obediencia se presta bien a ello. Sin embargo a nosotros, hoy en día, el
escrito nos sugiere otras reflexiones.
Si nos
fijamos en la evolución que se ha producido en el interior del Instituto, por
ejemplo, la carta es interesante, sobre todo, porque muestra con cierta
claridad hasta qué punto los Hermanos, o al menos algunos de sus responsables,
habían asimilado los valores fundamentales de la Sociedad. Cuentan
los biógrafos que De La Salle
se sintió muy sorprendido al recibir la misiva, hasta el punto de llegar a
dudar de su autenticidad: "Si no hubiera reconocido la escritura de los
Hermanos que la habían firmado, habría podido sospechar de ella"[8].
No se lo podía creer, quizás porque no creía a sus humildes Hermanos capaces de
dar órdenes tajantes a un sacerdote, que además era su superior. También le
sorprenderían lo suyo -gratamente, por
supuesto- las muestras de cercanía y
cariño de que le hacían objeto sus Hermanos, y las alabanzas de su gestión que
la carta portaba. El hecho mismo de que le llegase el mensaje, de que sus
Hermanos, que él pensaba alejados de su persona y más bien hostiles, contrarios
a su gestión, se acordasen de él, lo reclamasen para que volviera a París, en
las circunstancias concretas en que su pseudofuga se había producido, no podía
de ninguna manera dejar indiferente al Fundador, por muy frío que fuese desde
el punto de vista afectivo[9].
Porque
la carta es un auténtico reconocimiento por parte de los Hermanos de la
importancia que la presencia de Juan Bautista al frente del Instituto tenía
para el buen funcionamiento del mismo. Los autoproclamados “principales
Hermanos de las Escuelas Cristianas”[10] vuelven
a asociar, en un único movimiento, “la mayor gloria de Dios, el mayor bien de la Iglesia y de nuestra Sociedad”,
de manera similar a como lo hacían en la profesión de 1694. Como la misma carta
indica, los Hermanos están convencidos de que la obra del Fundador, es decir,
el Instituto, es “la obra santa de Dios” y, en la línea de las reglas
personales del Fundador, consideran que “plugo al Señor servirse de usted [Juan
Bautista] para fundarla y guiarla desde hace tanto tiempo”. Los Hermanos, por
tanto, están ya muy convencidos de que trabajan directamente en la obra de
Dios. Es más, despliegan a la vista del Fundador el mecanismo por el que Dios
implanta su obra entre los hombres: eligiendo y llamando al que hoy es su
Superior desaparecido de escena, para que se encargue de poner en marcha y
conducir esa obra divina. El señor De La
Salle , en consecuencia, es el instrumento
concreto del que “Dios se sirve”, mediante el que Dios actúa en el mundo, y las
escuelas son su obra concreta.
Después de este
reconocimiento, que no es tan nuevo, pues recoge, con otros términos, los
mismos planteamientos de la fórmula de consagración de 1694, sí que afirman una
novedad importante. Dios no solo llama y elige; da, además, las gracias
necesarias para llevar adelante con éxito el ministerio encomendado. En el caso
de la carta al Fundador, se dice explícitamente: “Todos estamos convencidos de
que Dios le ha dado y le da las gracias y los talentos necesarios para gobernar
bien esta nueva compañía, que es tan útil a la
Iglesia ”. Así pues, además de elegir y
llamar, Dios prepara a su instrumento, de manera que, al modo de la más pura
tradición bíblica, nunca pueda decir [11]. A aquel ex canónigo rico que tanto tuvo
que luchar, y a tantas incomprensiones y malentendidos tuvo que hacer frente,
para poder seguir adelante por el camino que Dios parecía proponerle, estas
palabras tenían que llegarle directas al corazón. Porque le estaban recordando
los misteriosos caminos de su consagración, en términos muy parecidos a los que
él mismo utilizaba en otra época, por los días del Memorial sobre los orígenes.
Todos los elementos clave de la consagración, tal como el Fundador los
expresaba allá -llamada,
obra de Dios, instrumento, gracias necesarias, escuelas- estaban presentes en la
carta. Era evidente
que habían pasado desde él mismo, Juan Bautista, a sus Hermanos, y ahora éstos
se los devolvían para suscitar en su interior una enésima conversión y hacerle
cambiar de actitud. La experiencia de la consagración para las escuelas
cristianas, con la coloración y matices propios de la vivencia irrepetible del
Fundador, había quedado bien grabada en su Instituto, y ahora la encontraba
plasmada, con todos sus ingredientes, en el escrito que sus Hermanos le hacían
llegar.
Pero,
sin duda, la carta indicaba otras cosas importantes no ya solo para la
peripecia vital del señor De La
Salle , sino para la de todos los Hermanos de las Escuelas
Cristianas también. Porque, para empezar, dejaba claro que el espíritu
fundamental del Instituto[12], que podríamos considerar
resumido en la fórmula de votos, estaba calando profundamente en los Hermanos.
En concreto, los Hermanos mostraban que comprendían perfectamente el sentido
profundo del Instituto; se sentían un cuerpo vivo, responsable, consciente de
su origen carismático y de su historia pasada, presente y futura, que, viéndose
en peligro, acude a los medios de defensa que la tradición institucional pone a
su alcance.
Esta
es, seguramente, la razón fundamental por la que en las últimas líneas de texto
se abandona el tono amable, y hasta levemente adulador por momentos, que el
mensaje había tenido hasta entonces para volverse una conminación legal
inapelable: “Le ordenamos, en nombre y de parte del Cuerpo de la Sociedad , al que usted
prometió obediencia, que vuelva a asumir de inmediato el gobierno general de
nuestra Sociedad”. Ya no hay bromas: se trata del voto hecho al Dios que lo
eligió y de la promesa hecha a sus compañeros de institución. Tal vez nunca
había tenido ocasión de comprobarlo, pero esta vez estaba claro que sus
Hermanos comprendían perfectamente cuál era la empresa a la que Dios los había convocado,
que la Sociedad
de las Escuelas Cristianas disponía en su interior de los dinamismos y recursos
necesarios para asegurar su existencia y el cumplimiento de sus objetivos
fundamentales. Sin duda De La
Salle comprendió complacido que, precisamente porque sus
discípulos lo llamaron, teniendo en cuenta las razones en las que fundamentaban
su llamada, su presencia al frente de la Sociedad ya no era indispensable. Los Hermanos
podían perfectamente dirigirla sin él.
Y
así sucedió. Porque, tras su regreso a París, las cosas ya no volvieron a ser
como antes. En teoría Juan Bautista continuaba siendo el Superior, pero de
hecho compartía responsabilidades con el Hermano Bartolomé, que era quien lo
había sustituido al frente de la
Sociedad durante la ausencia del titular. No se había tratado
de nada oficial; había sido, más bien, una reacción espontánea de los Hermanos,
orientada por el puesto en que De La
Salle había colocado al Hermano Bartolomé: maestro de
novicios de la región norte. Poco después, el domingo de Pentecostés de 1717,
de acuerdo con la tradición de la
Sociedad , dieciséis Hermanos directores se reunieron en San
Yon (Ruán) y, en ausencia del Fundador, expresamente solicitada por él mismo,
eligieron al Hermano Bartolomé como Superior General del Instituto. El
resultado de la votación, para qué decirlo, no ofreció sorpresa alguna. En
adelante, la tradición de los Hermanos hará una distinción histórica de roles
verdaderamente significativa: si Juan Bautista De La Salle es el Padre y Fundador
del Instituto, sólo el Hermano Bartolomé será considerado como el primer
Superior General[13];
se entiende así que la situación de gobierno anterior a su elección como tal
formaba parte de las circunstancias excepcionales propias del tiempo de
fundación. Al actuar así, la
Sociedad de las Escuelas Cristianas se ha mostrado
escrupulosamente fiel a aquellos principios fundacionales que dejaron firmados
en el acta de 1694.
Hermano
Josean Villalabeitia
[1] Descripción, detalles y análisis de todas estas
cuestiones en Bédel H., Orígenes:
1651-1726, Hermanos de las Escuelas Cristianas, Roma 1998, pp.
149-155; Gallego S., San Juan
Bautista De La Salle I. Biografía ,
Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1986, pp. 471-514; Villalabeitia J., ¿Qué pasó en Parmenia?, en Unánimes 158
(2002) 5-16. Un excelente comentario de
la carta, a cargo del Hermano Michel Sauvage, puede hallarse en Burkhard L. – Sauvage M., Parménie. La crise de
Jean-Baptiste De La Salle
et de son Institut (1712-1714) (Cahiers Lasalliens 57), Maison Saint Jean-Baptiste De La Salle , Roma 1994.
[2] Esta
mujer, con fama de santidad, era conocida como ‘Sor Luisa’, y residía en la
colina de Parmenia, cerca de Grenoble, en Francia. Cf. Gallego S., o. c.,
pp. 507-508.
[3] En la
vida del Hermano Bartolomé que escribió como anexo a su biografía del Fundador,
Juan
Bautista Blain indica que
la carta que recibió De La Salle
en Parmenia sólo le pedía que volviese a París; cf. CL 8, Abregé de la vie du frère Barthelemi..., p. 19. Esto
explicaría el saludo del Fundador a su llegada a la comunidad parisina de la calle Barouillère :
“Heme aquí ¿Qué desean de mí?”; Blain J.-B.,
Cahiers lasalliens 8 (CL 8), Maison Saint Jean-Baptiste De La Salle , Roma 1961, p. 120.
[4] La
carta la transcriben los dos biógrafos primitivos del Fundador que narran estos
hechos. Detalles en Gallego S., o.
c., p. 512, nota 70. Descripción de la crisis y análisis interesante de la
carta en Bédel H., o. c.,
pp. 149-159.
[5]
Leyendo los últimos capítulos del tercer libro de Blain, uno tiene la sensación
de que el biógrafo, amigo del Señor de La Salle , al que conoció en los últimos años de su
vida, intentó obtener de él alguna valoración personal de los sucesos que
concluyeron con la carta de Parmenia. Todo parece indicar, sin embargo, que
Juan Bautista siempre se negó a manifestar comentarios al respecto... Cf. Blain
J.-B., CL 8, pp. 121ss.
[6] Maillefer
F. E., La vie de M. Jean-Baptiste De La Salle , prêtre, docteur en
théologie, ancien chanoine de la cathédrale de Reims, et instituteur des Frères
des Écoles Chrétiennes (Cahiers lasalliens 6), Maison
Saint Jean-Baptiste De La Salle ,
Roma 1966, p. 227; Blain J.-B., CL 8, p. 119.
[7]
"Para los biógrafos, los reunidos son los principales Hermanos de París,
Versalles y San Denis; […] Entre las tres comunidades sumaban dieciocho
Hermanos: los que ya habían profesado perpetuamente podrían ser de seis a diez.
Ellos firmaban la carta". Gallego S.,
o. c., 512-513. Cf., en esas páginas,
notas 71, 72 y 73.
[8] Blain J.-B., CL 8, p. 119.
[9] El Hermano Alphonse Daniel Marcel estudió los
rasgos caracteriológicos de la personalidad del Fundador, tal como aparecen en
sus biografías y escritos personales, llegando a la conclusión de que se
trataba de un apasionado, es decir, de una persona emotiva, activa y
secundaria, con una particular acentuación de este última rasgo. Por
consiguiente, la aparente frialdad con la que se comportaba en público no hay
que interpretarla, de ningún modo, como que Juan Bautista fuera insensible a
ciertos gestos de aprecio y cariño hacia su persona; eso sí, hacía serios
esfuerzos por que sus reacciones afectivas no aflorasen al exterior; cf. À l’école de Saint Jean-Baptiste De La Salle , Ligel, París
1952, pp. 41-59.
[10]
Todas las referencias de los párrafos siguientes a la carta de Parmenia se
pueden confrontar con el texto completo de la carta que se ofrece en las páginas
109-110.
[11] Jr 1,6.
[12] La palabra ‘Instituto’ no
aparece nunca en la carta, que emplea preferentemente el término ‘Sociedad’ -una vez el de ‘compañía’- para hablar de los Hermanos.
[13] El
Hermano Bédel H lo comenta,
citando al historiador del Instituto Georges Rigault; cf. o. c., p. 165.
Mucho me gusto en su día y en su lugar, este documento: era otoño de 2011 en Parmenia. Muy bien, Josean.
ResponderEliminarMe alegro. Ahora... ¡a repetir!
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