Hace poco más de dos años, el 17 de diciembre de 2015, se promulgó un decreto vaticano
en el que se reconocen las virtudes heroicas del Hermano Adolfo Lanzuela Martínez,
nacido en Cella (Teruel) el 8 de noviembre de 1894 (bautizado con el nombre de Leonardo) y
fallecido en Zaragoza el 14 de marzo de 1976. Con este reconocimiento, la
Iglesia lo incluye en la lista de Venerables.
Tras una larga e intensa búsqueda por saber lo que Dios quería
de él, el joven Leonardo, ya maestro, entró en relación con los Hermanos de las
Escuelas Cristianas del barrio de Montemolín (Zaragoza). No necesitó mucho
tiempo para convencerse de que ese era el camino que andaba buscando. El 30 de
septiembre de 1922, en Irún (Guipúzcoa), tomaba el hábito religioso y, al mismo
tiempo, recibía el nombre de Hermano
Adolfo.
Tenía 27 años largos. Su primer destino fue precisamente Zaragoza. A excepción de un curso (1928-29) en Beasain (Guipúzcoa),
será en la ciudad maña donde desgranará día tras día toda su vida de
apostolado.

En 1973 se retiró discretamente a San Asensio e Irún con gran
desconsuelo de sus numerosos amigos. El 13 de marzo de 1976 volvió a Zaragoza para
recoger la Medalla de Plata al mérito del trabajo que le iban a imponer al día
siguiente. Pero Dios tenía otros planes. En la mañana del día 14, el enfermero lo encontró difunto.
Zaragoza entera vivió una jornada de profunda consternación.
Al día siguiente
fue enterrado en el cementerio lasaliano de San Asensio (La Rioja). Cuatro años
después, el 14 de junio de 1980, sus restos mortales fueron trasladados al
colegio La Salle Montemolín, de Zaragoza.
¿Cuál era el secreto del Hermano Adolfo? No era otro sino su profunda fe en Dios. Alumnos y exalumnos intuían esa vivencia
espiritual intensa y palpaban asimismo su filial devoción a la Virgen del Pilar.
Venerable Hermano Adolfo, ¡ruega
por nosotros a Dios!
Vídeo con motivo de la proclamación oficial de las virtudes heroicas del Venerable Hermano Adolfo
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